Por Pablo Bujalance
Lejos de quedar como un mero capricho o una calculada maniobra de distracción, el tiempo ha confirmado que la adopción que el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) hizo de la ciencia ficción en su novela Iris (2014) era una apuesta a largo plazo por un nuevo marco estético consecuente con el mundo propio del autor y capaz de abrir cauces efectivos. Semejante órdago ha quedado desde entonces, por tanto, refrendado con otros libros en los que el género ha tenido un protagonismo más o menos relevante pero en todo caso significativo, en virtud de una adscripción consolidada ahora con su volumen de relatos La vía del futuro, recién puesto en circulación por la editorial Páginas de Espuma. Conviene señalar que esta nueva entrega llega pocos meses después de la última novela de Paz Soldán, Allá afuera hay monstruos, publicada por la editorial chilena Los Libros de la Mujer Rota y concebida como un diario del confinamiento pandémico en el que lo fantástico se reserva una presencia sugerida, matizada, anclada en el misterio que revela el entorno cotidiano cuando cambian las reglas del juego. En La vía del futuro, por el contrario, el autor incorpora a pecho descubierto los mimbres definitivos de la literatura especulativa y de anticipación para discurrir, como corresponde a la mejor ciencia ficción, por las incógnitas, paradojas y extrañezas propias del presente, para el que el futuro representa cada vez más una presencia diluida en su actualidad y menos una cuestión remota. Y seguramente esta premisa hace de La vía del futuro el libro de Paz Soldán más cercano a la identidad de la ciencia ficción como género, por derecho: no hay tanto una aproximación por parte de un autor interesado en códigos ajenos sino una asimilación fértil en términos reconocibles, si bien, claro, la posibilidad de hablar de estos relatos como ejemplos abiertos de la ciencia ficción merece, por si acaso, algunas consideraciones.
Al hilo de la publicación de Iris, afirmaba Edmundo Paz Soldán que la ciencia ficción que más le interesaba era la que mostraba una naturaleza más política, y citaba a George Orwell como referente decisivo. Curiosamente, Iris resultó estar mucho más cerca de la ciencia ficción de lo que Orwell había estado jamás, lo que sucede en La vía del futuro con una incidencia, digamos, aún más pronunciada. La cuestión central aquí es el exilio emocional, intelectual y hasta territorial al que se ve abocada una humanidad en retroceso ante el desarrollo hegemónico de la inteligencia artificial, lo que resta a la distopía gran parte de su querencia orwelliana aunque reivindica, sin paliativos, el carácter político que atañe a la mejor ciencia ficción. La inteligencia artificial ejerce en estos cuentos una suplantación arrolladora de los distintos órdenes que la especie consideraba hasta ahora como netamente propios, desde el más divino (en el extraordinario relato que abre el libro y del que éste toma su título, donde el mismo Dios se manifiesta en un templo ante sus fieles a través del algoritmo pertinente) hasta el más lúdico. En este juego, Paz Soldán establece un diálogo revelador con autores como J. G. Ballard, Stanislaw Lem (El astronauta Michael García puede leerse como un sentido homenaje a Ijon Tichy: “En las ventanas de la cúpula se apoyaba el espectáculo del universo: una lluvia de estrellas, nubes incendiadas por el sol. En medio del desastre la belleza sobrevivía”) y, muy especialmente, Philip K. Dick: el espíritu de novelas como Ubik y Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, en las que el autor estadounidense prefiguró ya mundos intervenidos y diseñados por inteligencias artificiales del más diverso pelaje, en los que la sustancia fantástica y extraordinaria procede de los restos improbables de humanidad que afloran en personajes aturdidos, habita sin reservas en En la hora de nuestra muerte (si era posible que Philip K. Dick y Juan Rulfo se dieran la mano, aquí sucede), Las calaveras o Mi muñeca japonesa.
En consonancia con la obra de visionarios como Lem, estos relatos de Paz Soldán se crecen especialmente con el humor (genial el holograma del grupo Maná) y conducen, a pesar del carácter distópico, a una orilla esperanzadora que el mismo desarrollo tecnológico aniquilador parece servir en bandeja: “Me encantaría carecer de peso. Ser como esos electrones del acelerador de partículas, volar a la velocidad de la luz. Tengo la esperanza de que uno de estos días despertaré allá”, reza el narrador de Bienvenidos al nuevo mundo. Respecto a la opción, al fin, de valorar La vía del futuro en los márgenes estrictos del género de la ciencia ficción, cabe señalar que, con toda probabilidad, el lector acérrimo se sentirá aquí fuera de sitio, sumido en coordenadas distintas. Pero corresponderá decir lo mismo del lector poco dado a la ciencia ficción. Se trata de leer sin prejuicios. Y disfrutar la recompensa.
Fuente: www.diariodesevilla.es/