09/22/2021 por Marcelo Paz Soldan

Distopías, monstruos y revoluciones en Allá afuera hay monstruos

Distopías, monstruos y revoluciones
Por: Ernesto Carrión

En cualquier distopía que hayamos leído o visto en el cine u alguna plataforma, la vida como la conocíamos ha desaparecido. La realidad ha sido interrumpida por algún evento catastrófico, casi apocalíptico, que ha modificado la forma en que la sociedad construía su presente; su economía ha sido sacudida; los núcleos familiares sufren desplazamientos o rupturas dramáticas; una guerra merodea y comprime aún más la existencia; y la religión ha sido suplantada por nuevos o viejos modos de control que, ante la urgencia por recuperar el mundo, brotan en boca de profetas. Un héroe emerge entonces, dentro de toda esa amalgama crítica de elementos, que será quien tarde o temprano descubra la farsa de su presente.
Pero ¿qué ocurre cuando esa distopía desplegada ante nuestros ojos es la realidad que ya estamos viviendo? ¿Qué hacer cuando la distopía, en lugar de haber borrado nuestro pasado y presente, es nuestro pasado y presente?
Sobrecogernos ante esta posibilidad, una y otra vez, parecería ser el efecto que produce leer la novela Allá afuera hay monstruos, de Edmundo Paz Soldán. No cabe duda de que el autor ha decidido construir un relato distópico con todos los elementos de nuestro presente. Un presente que se tornó deforme, medieval y desconcertante desde la aparición del Covid (o del bicho, como se le llama al virus a lo largo de este libro). Pero también desde un poco antes. Quizás desde que un sinnúmero de levantamientos sociales ocurrieron a finales de 2019 y comienzos de 2020 en algunos países. Protestas que siguieron ocurriendo, a pesar del bicho.
«Peleamos contra el bicho y contra nosotros mismos, no sé cuál es peor», dice unos de los personajes de esta novela. Por eso nuestra pequeña heroína, una niña con facultades para el fútbol, irá hilando la información desperdigada de todos los terribles y siniestros acontecimientos que comienzan a merodear la vida de los habitantes de La Estrella. Un departamento que, al iniciar el relato, ha sido liberado por un grupo de rebeldes liderados por la enigmática figura de una guerrillera de apellido Acosta, apodada La Jefa, a quien la madre de nuestra pequeña narradora admira con ilusión, y en quien deposita su fe para días mejores.
El hogar está roto de entrada: el padre se ha retirado llevándose al hermano mayor, dejando en casa a su mujer, una enfermera que a diario combate con la pandemia como una auténtica mártir, y a sus dos hijos pequeños. De ellos vamos recibiendo alguna información. Como el hecho de que el hermano mayor luchará por uno de los bandos. Así como que el hermano menor, Vicente (quien padece una enfermedad mental y ataques que parecen vinculados a la epilepsia), es seguidor del presidente Carrasco. También está la figura de Tomichá, una especie de profeta que congrega a fanáticos que se niegan a obedecer al presidente y optan por vivir afuera de La Estrella con la idea de que el bicho ha venido para quedarse, por lo que intentan aprender a vivir con él. Opiniones que muestran cómo la política logra resquebrajar la familia, más allá de los desplazamientos forzados que la pobreza y la necesidad obligan.
Allá afuera hay monstruos, además de una distopía realista, aunque una contradicción salte apenas mencione esto, es una novela sobre la convivencia y la política. Sobre cómo no parece haber modo alguno de escapar a ese mundo moldeado por los adultos que solamente está lleno de guerra, regionalismos, odios, absurdeces y caprichos. Un mundo que cada día luce más irrecuperable. Un mundo lleno de desigualdades. Una periodista dice en algún punto del libro: «La esperanza de que el bicho nos hiciera trascender las diferencias ha quedado truncada.» Una idea que en algún rato flotó dentro de la mente de todos. Al menos de quienes pensamos que ante una desgracia global otras diferencias desaparecerían. Pero la pandemia sólo terminó acentuando estas diferencias.
Además la actual crisis sanitaria, que al mismo tiempo es social y política, debe resolverse en el plano de los adultos. Aunque algunos se muestren incapacitados para hacerlo (todavía hay quienes rechazan la vacuna y siguen colaborando con la mutación del virus). Se trata de una crisis que afecta la vida de los niños, aunque la mayoría hayan pasado resguardados en casa. El tema es que desde que la pandemia y las huelgas emergieron con fuerza en los medios de comunicación, se observó a toda hora una realidad de adultos peleándose y rebuscando respuestas. Adultos que empezaron, igual que en la novela de Paz Soldán, a borrarse de los hogares por lidiar con la emergencia. Por eso es importante que la protagonista sea una niña que ve en su madre y en Acosta, así como en otras mujeres valientes, la capacidad de hallar alguna luz. Casi como si el autor estuviera avisándonos que la futura revolución será una liderada por mujeres, o no será.
Por otro lado, me gustan los nombres de algunos lugares que van apareciendo en este mapa imaginario. Sitios como Cárdenas, Márquez y Villa Ahumada, lucen como un pequeño homenaje a otros autores (Juan Cárdenas, García Márquez y Paseo Ahumada de Bolaño) o como la invención de una especie de cartografía literaria personalísima. Sin duda La Estrella es una maqueta del mundo, pero desde un minúsculo espacio perdido en la geografía latinoamericana.
Entonces comienzan a desfilar enfermos, enfermeros, políticos, guerrilleros y fanáticos que dan cuenta de un presente pesadillesco que ha convertido la pequeña ciudad en un campo de guerra, donde las divisiones entre vivos, enfermos y muertos consolida el presente. Y en el desfile de todas las amarguras y muertes, así como en los destellos de los actos valientes de un sinnúmero de personajes, la noción de que los adultos están encerrados en una distopía construida por ellos, y que ahora son presos de su propia creación, se hace más evidente. La Jefa, la guerrillera heroica, ha cometido errores, dice la madre a la niña. Al igual que el presidente Carrasco. Entonces La Estrella es recuperada por el presidente para, casi al final, ser nuevamente salvada por Acosta. Casi como si un círculo repetitivo se gestara en la realidad de una sociedad que no tiene más que dos modos de imaginar su conducta política.  Y donde los niños son espectadores de la forma en que esta dinámica violenta organiza la vida. «Todos somos fantasmas y no quiero ser más fantasma de lo que ya soy», dice la pequeña protagonista cuando se sueña combatiendo sobre un caballo en un pueblo dominado por los enemigos, junto a Elsa Acosta.
Pero ¿qué ocurre cuando la realidad ya es la verdadera distopía? ¿Cuándo llevamos algún tiempo encerrados en un círculo de buenos y malos? ¿Es posible educar otra mirada en un lugar violento donde los canallas y los héroes a ratos se parecen demasiado? No lo sé. Y el lector quizás tampoco lo sepa al final de su lectura. Pero que esa pregunta se abulte hasta reventar dentro de esta estupenda novela de Edmundo Paz Soldán es, además de su factura, una de las razones para leerla con urgencia.
Quizás habría que leerla como el diario futuro de una pequeña valiente que va tomando notas de cómo los adultos fracasan, una y otra vez, mientras el mundo es desmantelado por sus frustraciones.
Fuente: Plan V