11/01/2022 por Sergio León

Mirando el vacío: la procesión del ‘Señor de gloria’

Por Ivan Gutiérrez Moscoso

Cinco cuentos son los que componen el libro de Nicolas Gonzales hoy encontrando la luz en la nueva propuesta de la Editorial Electrodependiente, que suma a su catálogo, sin duda como lo viene haciendo en sus anteriores libros, y nuevamente sin perder la perspectiva, una propuesta más de renovación literaria, una muestra de una escritura sin la necesidad de una venia protocolar a ningún círculo o expectativa social y más bien con mucho olor a espíritu adolescente.

Señor de Gloria como toda literatura tiene como enigma natural de invención el problematizar la relación del autor frente al lenguaje. En esa afirmación que podría sonar simplista y acaparadora radica toda la potencia de vigor de la literatura. El lector cuando lee literatura expande su experiencia de lectura en la medida en la que esa problematización va adquiriendo más capas de abstracción. Esto no tiene nada que ver con la dificultad o la exageración técnica de la expresión. Al contrario, en el decir sencillo, pero que logra la profundidad abismal del impacto, radica la virtud del escritor y la invención plasmada en la obra. No en vano Bukowski decía que la magia de la escritura esta concentrada en decir de forma simple lo más complejo y que justo en eso la literatura se diferencia de la academia.

Nicolas en cada cuento, desde una escritura abundante en descripción, en un narrador que tiene como metrónomo natural el observar frenéticamente los tiempos del cambio de las situaciones de un día “cotidiano”, desde esa óptica va conectando al lector a una especie de estilo repetitivo, pero que en ese ejercicio de lo mismo comienza a romper la lógica de la señalética que solo transcribe la cadencia de acciones, para desde ese movimiento instalarnos en un tiempo mucho más privado del lenguaje y su esfuerzo por la inventiva de acaparar las cosas del mundo. Que tiene como resultado ideal final de la comunicación; el silencio más profundo y tal vez menos prolongado.

El cuento principal “Señor de gloria” es el núcleo de la magia de la repetición hasta la pérdida del control de la soberanía del sentido en la palabra escrita. Lo primero que el autor ataca; es la presentación del texto. El título es visualmente modificado, juega a la reproducción de la idea realista de un letrero con las placas de algunas letras perdidas que conforman el nombre de un edificio. Los edificios esas estructuras que hacen un esfuerzo por la reproducción de lo mismo en cada piso y en una dirección lineal vertical. En este caso el tiempo y el espacio de este cuento que vendría a ser la célula principal del libro. Pasan por un esfuerzo de no ser solamente los cronotopos para una performativa, sino de consolidarse en un esfuerzo gráfico de intervención en la estructura de las palabras. Por eso la forma escrita del cuento “Señor de gloria”, está transcrito como “se or de glor a” dejando una gráfica no solamente de palabras sueltas sino que también atravesadas, explicitando la sensación del vértigo que compone el relato anecdótico de un vecino que saltó de uno de los pisos a la calle y también el vértigo de la identidad compuesta por dos polos, que se repelen desde la frivolidad del ejercicio del comercio del cuerpo en la  justificación de la violencia de la intimidad sexual como analgésico al vacío del sujeto.

Cuento que ataca de sobresaltos al lector desde la imposibilidad del personaje por nombrarse en el espejo como varón o como mujer; y encontrar en esa dificultad el dolor y el asco de una silueta ajena, pero conviviente en el interior que pelea por un exterior en el Yo que el narrador relata. El conflicto de no poder reconocer el rostro estampillado en el reflejo del espejo cada mañana lleva al personaje al daño corporal y al tormento interno. El mayor conflicto del relato es la dificultad del lenguaje. Lenguaje intervenido desde el título, al alterar el espacio seguro de su apariencia, la escritura, donde el sistema de control se institucionaliza y aplica una fuerza coercitiva de la norma en el control formal de lo qué y cómo se debe decir algo (gramática, ortografía, sintaxis, etc.). El cuento presenta un movimiento hacia el salvajismo del significado, donde solo un sentido gigante es posible de contener todos los sentidos del universo. La perdida de la lógica, nos conduce al abrumador ruido, que después descansa en el apaciguado instante de silencio del vacío, antes que el sentido trate de delimitarlo.

Señor de Gloria hace que la narrativa no solo sea una cuestión de trama y relato, sino que construye una dimensión en la que la grafía impresa comienza a relatar su propia dimensión literaria. En la que toda la experiencia se ve centrada en ir perdiéndose en la observación detenida de un espacio muerto en el que van sucediendo cosas. Ese suceder construye una especie de mantra en la que lo que estamos viendo, eso que se figura como una escena cotidiana adquiere otros sentidos.

“Decidió volver a casa, pero se le adelantaron los pensamientos y llegaron antes que él al edificio “Señor de Gloria”. Gracioso nombre para el antiguo edificio de cinco pisos en el que vivía. Los dos primeros pisos estaban ocupados y los dos últimos se encontraban desha­bitados desde hacía un par de meses, cuando el inquilino del último piso, ebrio, se lanzó por la ventana porque creyó que había matado a golpes a su mujer. Inmediatamente el inquilino del cuarto piso dejó el edificio y desde entonces ambos continúan deshabitados. Carlos vivía en el tercero.

Al acercarse, observó desde lejos el letrero que estaba sobre la entrada principal: “Se or de Glor a”. ¿Era ne­cesario ponerle carteles a todo, si igual se iban a terminar cayendo? Atravesó la angosta entrada e ingresó. Subió a su piso y mientras introducía la llave en la cerradura, se que­dó con la mirada perdida, colgado en un agujero cuadrado que había en la pared, un agujero que alguna vez albergó un enchufe disfuncional. Carlos volvió en sí, parpadeó varias veces, abrió la puerta y entró (pág. 43)”.

Es muy arraigada a nuestra experiencia vital de comunidad, la relación que tenemos con la ceremonia sobre nuestros deseos. El ansia por retratar la abundancia la concebimos desde el rito, en la práctica opuesta, entregarlo todo para mañana ser retribuidos por la entrega. Este libro adquiere su título ligándose a esa forma de comprender que tenemos; pero a la vez hay un gesto de rebeldía y de mirada descreída sobre aquello. Por eso en el punto clave del paralelismo es importante ubicar el lugar de la electricidad vacío. El narrador nos hace mirarlo, y deja como espacio del misterio un agujero en la pared como una especie de gruta sin nada.

Señor de Gloria es un libro que nos confronta a esa sensación progresiva de sentir un vacío al mirarlo. Hay una desolación, una contradicción a la comunidad, y más bien se centra en una delimitación por el individuo que se observa y hace un esfuerzo por relatarse, y encontrarse en lo que tiene alrededor. Pero lo repite tanto, o lo observa tanto, que conecta con esa procesión al vacío de la pared, a la mirada directo en el que el reconocer no da cabida a la suficiencia de las palabras, donde añoramos el regreso del silencio, ante tanto ruido contado.

Fuente: La Ramona