08/04/2023 por Sergio León

Donde los sobrevivientes afincaran su horror

Por Martín Zelaya

Sócrates y Genaro lideran un grupo de parias: borrachos y marginados del pueblo, perseguidos por el Ejército. Uno que años después, tullido y enajenado, es blanco de burlas y abusos por miedo e ignorancia; otro cuyo lenguaje revela su educación y orígenes. Uno tras otro, los discípulos de Sócrates rememoran su fatalidad. Una tras otra, la gente del pueblo expone su versión tergiversada y supersticiosa de los hechos. El autor –mientras tanto– da muestras de su maestría en el manejo del lenguaje; escrito y oral: el habla popular.

Adolfo Cárdenas dejó un sólido legado narrativo publicado a lo largo de cuatro décadas y, por si fuera poco, se despide (¿?)[1] con una nouvelle póstuma que sin lugar a dudas se encarama entre sus dos o tres mejores obras. Apología de Sócrates (Editorial 3600) es un libro polifónico y circular; complejo, pero sin pretensiones; redondo. 50 páginas sin desperdicio.

Como ocurre con El otro gallo de Jorge Suárez –una de las cimas de la literatura boliviana de fines del siglo XX–, muchos dirán que Apología de Sócrates no es una novela, sino un relato largo. Una mirada algo detenida demuestra claramente que tanto esta como aquella tienen un diseño narrativo puntilloso, con muchas capas y niveles, claramente de largo aliento –más allá de la brevedad–; que supera la unidimensionalidad generalmente atribuible a un cuento: contar solo una historia o un momento.

Medio centenar de páginas condensan una historia compleja llena de pequeñas historias; múltiples voces, escenarios, quiebres estructurales y una intensa interacción de personajes. Adolfo juega con fuego y plantea un sinnúmero de registros que logran equilibrarse en la delgada superficie de un libro que se lee en poco más de un par de horas.

En una primera mitad, casi perfecta en ritmo y tono, se intercalan voces y puntos de vista que introducen la trama que –como los buenos artefactos literarios– no llega a estar del todo clara aun para el más experimentado lector.

Por eso, casi, nuestro deber era dejar de ver esos picos, perdernos al otro lado, donde fuera que no nos encontraran así de rápido como auguraba la mirada de condenada o de alma en pena que ni siquiera así de lejos se borraba de sus ojos del Genaro que se ha quedado tatuada en el lugar donde yo tenía mis propios ojos, en esos dos agujeros que pueden ver todo y que solo lloran pedacitos de salitre desde aquí arriba, tan lejos de la tierra que debería cubrirme. (18)

La segunda mitad, marcada por intervenciones delirantes y soliloquios –por lo difuso y abigarrado–, va tras la estela de la memoria de los miembros de la pandilla de Sócrates y Genraro, sus avatares y destinos y, de paso, la memoria del pueblo: de los vivos y los muertos. De las maldiciones y herencias. De la realidad y de la permanente entelequia.

…con la misma obsesión por obligarme a seguir la huella de pus que riega el camino hasta donde se ha arrastrado para empujarme a ese precipicio sin fondo y sin asidero que es la no historia que veo desde los testículos de mi padre a quien me pregunto si podré conocer algún día. (35)

¿Pero, de qué trata esta novela? ¿Qué es real, qué es cuento de pueblo? ¿Qué es memoria? ¿Qué es del mundo de los vivos y qué del mundo de los muertos? ¿Cuán únicas o múltiples son las figuras y personalidades de sus protagonistas? Como tantas de las buenas piezas literarias, Apología de Sócrates deja muchos cabos sueltos para que el lector los termine. Como tantos textos memorables, no se deja contar o resumir en la clásica síntesis de promoción editorial.

Trata de vivos y muertos. De vidas marginales, de momentos y situaciones cotidianos, pero a la vez difusos entre lo terrenal y lo onírico. De historia –parte de la historia de Bolivia–; de la guerra y sus horrores. Temas todos muy cardeneanos, por cierto.

No, no era un olor sumiso; por el contrario, sentía el aire profundo de la impotencia ante la cercanía de la muerte, que le recordaba al vapor que exudaba la ropa de esos hombres extraños hacía tanto tiempo. Esas mezclas de guerrero legendario y llama espantada. Esos casi aparecidos que llegaran a enterrar sus huesos y sus armas rotas e inservibles en el pueblito donde los sobrevivientes afincaran su horror y su alcoholizada rabia que en las noches de borrachera ritual les obligaba a desgañitarse en su antiguo grito de guerra: “¡¡¡Willca, Willca!!! (55)

Y trata, claro, del lenguaje como omnipresencia. Pocos como Adolfo en sus mejores momentos –y este libro proviene de ahí[2]–, para salir inmunes de un juego de conjugaciones, retruécanos y gerundios que no solo vulneran reglas, sino también las excepciones convencionales que se emplea para las paráfrasis del habla popular. Tal como ocurre con sus primeros libros de cuentos, esta novela es una muestra de que como solo unos pocos que dejan huella, Adolfo crea y establece formas que van más allá de lo real y se asumen y aceptan en el imaginario popular.

Victoriano, acordándose que teníamos hambre y descubriendo el milagro de la fruta colgada en los árboles, lista para agarrarla sin que nadie diga “de esta palta no has de beber”, hartándonos hasta rechazarlas por primera vez en la vida y burlarnos del Quintín, envolviendo en su manteo todo lo que encontraba, sin darse cuenta el pobre que, mientras estuviéramos aquí abajo, lo único que teníamos que hacer era estirar la mano para conseguir algo que llevarnos a la boca. (17)

Crímenes, violencia y sublevaciones. Desprecios, miedos y pecados. Curanderos y maldiciones. Los resabios de la guerra, el mito de la antropofagia. La realidad entremezclada en lo onírico y sobrenatural. No es fácil, pero tampoco necesario explicar Apología de Sócrates en su complejidad y amenidad; en sus contradicciones y posibles deslices. Hay que leer la novela, disfrutarla y releerla. Por sí misma –primero y sobre todo–, pero luego y además en el contexto de toda la obra de Cárdenas a la que corona como uno de sus picos más altos, sin lugar a dudas.

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[1] En una nota previa a la novela, Sonia Amúsquivar, la viuda de Adolfo Cárdenas, revela que, junto a la hija de este, María Libertad, están en la labor de recuperar y reconstruir la novela Dommy de Nadies, dispersada en varios cuadernos de trabajo, y sobre la que el autor habló en varias entrevistas a lo largo de los años.

[2] Cuentan los editores que Adolfo Cárdenas escribió esta novela hace varios años y recién meses antes de su muerte la redescubrió en sus cuadernos y decidió sacarla a luz.

Fuente: Revista Latrini