Por Marcelo Rioseco
Ganadora de varios importantes premios literarios, Liliana Colanzi es una autora ya establecida en el mundo literario en habla española. En marzo de este año 2022, ganó el “VII Premio Internacional Ribera del Duero” con la colección de cuentos Ustedes brillan en lo oscuro, un hecho que viene a confirmar el enorme talento de esta narradora boliviana cuya narrativa ha abierto nuevos espacios en nuestra literatura para lo extraño y lo fantástico.
O, como ella misma dice, cuentos que no necesariamente se inscriben dentro de lo fantástico, sino que presentan más bien “atmósferas y paisajes enrarecidos”. Colanzi también es autora de otros tres volúmenes de cuentos: Nuestro mundo muerto (2016), La ola (2014) y Vacaciones permanentes (2010).
En 2018 Latin American Literature Today tuvo el privilegio de publicar un notable cuento suyo (traducido por Auston Stiefer) titulado El ojo. En esta entrevista hablamos sobre su propia escritura, el fantástico latinoamericano, la literatura boliviana actual, y muchos otros temas más.
– En un libro de Harold Bloom, How to read and why (2001), el crítico estadounidense hacía una distinción entre los cuentos tipo Chejov donde las historias no terminan nunca de cerrarse, cuentos que son más bien como fragmentos de la vida de unos personajes; y los cuentos como los de Edgar Allan Poe, aquellos que son como una maquinaría de relojería de gran precisión. Quisiera, entonces, partir esta conversación preguntándote sobre el oficio de tu propia escritura. A partir de esta idea de Bloom, ¿cómo definirías el cuento que tú misma escribes?
Mis cuentos siguen caminos tan intuitivos que difícilmente podrían ser maquinarias de relojería; fragmentos de la vida de unos personajes sí podrían ser, aunque también tengo cuentos como La cueva en el que los seres humanos son apenas una parte del mosaico de la vida: el personaje allí es la cueva. Pienso en el cuento como ese desvío que te lleva a un lugar extraño; también, como un retablo ayacuchano, esas miniaturas andinas muy abigarradas. El cuento como un lugar de yuxtaposición de elementos disímiles: arrojar a un espacio materiales sacados de diferentes lugares y temporalidades y ver qué relaciones surgen entre ellos.
– Hablando del tránsito que hay entre un libro como Vacaciones permanentes (2010) y Nuestro mundo muerto (2016). La escritura de esta última colección de cuentos parece haber incorporado cierto grado de extrañeza que permea todos los cuentos. No solo eso, creo que los cuentos oscilan a ratos entre lo raro, lo insólito y lo fantástico, entre otros elementos. ¿Cómo llegas a esa escritura? Por decirlo de otro modo, ¿cómo llegas a escribir sobre esos temas?
Publiqué un libro en modo realista y no pude volver a escribir otros cuentos en esa misma vena, sentí que ese camino se me había agotado. Quería experimentar qué otras posibilidades ofrece la ficción, y la literatura de la irrealidad me permitió sumergirme en un mundo más extraño: fue un canal para hablar de estados límite de la conciencia como la enfermedad mental, la experiencia mística o la psicosis producida por las drogas, pero también para abordar escalas temporales superiores a la vida humana.
No todos mis cuentos posteriores a Vacaciones permanentes tienen un elemento fantástico pero sí atmósferas y paisajes enrarecidos.
– En un libro ya canónico de Rosemary Jackson, Fantasy: The literature of subversion, de 1981, ella hace una distinción que me parece que está en mucha sincronía con Nuestro mundo muerto. Jackson afirma que lo fantástico se puede dar como manifestación (pone de ejemplo a escritores como C.S. Lewis, Tolkien) o como expulsión, esto es, lo fantástico devela ese elemento perturbador que permanece oculto y que registra lo no visto, lo no dicho. A mí me parece que hay un elemento amenazador de gran tensión en tu cuentística donde parece que algo va a aflorar en cualquier minuto, a ser expulsado desde su propia oscuridad. ¿Algunos de tus cuentos podrían leerse desde esta última perspectiva?
María Negroni ve al fantástico latinoamericano como una deriva del gótico. En el gótico (y en mucho del fantástico latinoamericano), lo otro es presentado como amenaza, como aquello que produce miedo y fricción, a diferencia de la fantasía (fantasy en inglés), un género en el que el elemento extraño es incorporado con naturalidad (que un animal hable o que aparezca un dragón son parte constitutiva de un mundo y no una anomalía). A mí me resultó particularmente productivo el fantástico para hablar de cuestiones que están reprimidas, que actúan como fuerzas subterráneas o no dichas: la historia indígena, el miedo al otro, la sexualidad femenina, las fuerzas del subconsciente.
– Veo que estás coeditando un volumen titulado: “Horror and the Supernatural in Latin America” para la revista Hispanic Issues, y que está programado para salir este año. Dentro de este contexto, me gustaría saber qué piensas de lo fantástico en literatura, especialmente ahora que parece haber un rebrote de muchas de sus vertientes (el gótico, la literatura de lo insólito, el horror, etcétera.) ¿Qué dice lo fantástico que no puede decir la literatura realista? En otras palabras, ¿por qué lo fantástico?
En este volumen nos sorprendió la cantidad de propuestas para estudiar la obra de escritoras: la convocatoria no hacía mención explícita a la obra de mujeres, pero una gran mayoría de ensayos están dedicados a autoras como Juana Manuela Gorriti, Amparo Dávila, Silvina Ocampo, Griselda Gambaro, Silvia Moreno-Garcia, Agustina Bazterrica, Mariana Enríquez, Giovanna Rivero, Mónica Ojeda, Vanessa Vilches Norat, Lola Ancira, María Fernanda Ampuero, Adriana Díaz Enciso, Samanta Schweblin o Claudia Hernández, entre otras, lo que habla de la importante contribución de las mujeres a un género literario que por mucho tiempo ha estado en los márgenes.
En muchas de esas escritoras la fuente del horror es el patriarcado, los feminicidios, la violencia hacia la mujer, cuestiones que han permanecido normalizadas y silenciadas y que el género del horror hace visibles. Hay también un interés por entender la manera en que los monstruos regresan y se resignifican: la vampira, la bruja y el pishtaco o kharisiri dicen mucho acerca de diferentes momentos históricos y de lo que una sociedad considera abyecto o peligroso.
También, el monstruo en el siglo XXI sirve para reivindicar varias luchas políticas (la bruja como símbolo de las protestas feministas, por ejemplo). Por otro lado, el ecohorror es un vehículo para hablar de la devastación medioambiental del presente: desde la desaparición de los animales hasta la naturaleza contaminada y los efectos de la polución en la salud de las personas, cuestiones que han sido más abordadas desde la literatura de la irrealidad.
– La presencia de las tradiciones de los pueblos originarios me parece muy lograda en tu obra, además de estar tratado de una manera muy original. ¿Cuál es tu interés por las tradiciones de los pueblos originarios? ¿De dónde viene ese interés?
Creo que lo raro sería no estar interesada en esas tradiciones y cosmovisiones viniendo de un país con más de 30 naciones indígenas. Lo extraño es que todas esas lenguas, esas formas de ver el mundo de las que podríamos aprender muchísimo, hayan ocupado un lugar tan marginal en nuestra historia. Hay en esa negación de lo indio un auto-odio muy grande, muy doloroso, la evidencia de dinámicas coloniales que siguen vivas hasta hoy y que trato de explorar en algunos de mis cuentos.
– En general, a veces nos cuesta enterarnos en América Latina de lo que está pasando con la literatura boliviana, sin embargo, hay muchísimos nuevos escritores con una producción de gran calidad. ¿Cómo ves el estado actual de la literatura boliviana?
Para ser un país sin políticas culturales y con una infraestructura cultural precaria, Bolivia tiene una tradición literaria muy vital a pesar de lo desconocida. Con todas las dificultades de nuestra escasa caja de resonancia en relación a otras literaturas del continente, este es un momento en que en otros países se está descubriendo a clásicos bolivianos, como Hilda Mundy, Jaime Saenz o María Virginia Estenssoro.
De lo contemporáneo habla bien la variedad de autores que se están leyendo en otros países: el primer libro de ficción de la argentina Caja Negra sale ahora y es de Maximiliano Barrientos, y el primero del brazo español de la mexicana Almadía es de Edmundo Paz Soldán; el último libro de cuentos de Giovanna Rivero es ya un referente del gótico latinoamericano, y también hay nuevos libros de Guillermo Ruiz Plaza en España y Gabriel Mamani en Argentina, así como traducciones al inglés de la poesía de Iris Kiya y de Rocío Ágreda Piérola.
Hay autores con propuestas muy diversas y potentes como Rodrigo Urquiola, Juan Pablo Piñeiro, Rodrigo Hasbún, Carmen Lucía Carvalho, Adhemar Manjón, Paola Senseve, Elías Caurey, César Antezana, Quya Reyna, Magela Baudoin, Marcia Mendieta, Aldo Medinacelli, Sebastián Antezana, Elvira Espejo y Rodrigo Villegas, por mencionar solo algunos… La lista es larga.
– Imposible no preguntarte cuál es tu relación con la institución universitaria en general. ¿Te parece este es un buen lugar para un escritor? ¿Cómo vives tu vida como escritora en la academia?
Tengo la suerte de estar en una facultad en la que puedo ser escritora de ficción y académica, lo cual no ha sido siempre así ni es el caso de todas las universidades. Antes, si eras un escritor de ficción en la universidad norteamericana lo tenías que borrar de tu currículum porque significaba que no eras un académico serio; tampoco contaban los libros de ficción como parte de tu producción académica.
Me alegra que eso esté cambiando. La ficción también es una manera de pensar y de intervenir políticamente.
– ¿Qué estás leyendo ahora mismo? De manera muy breve, ¿qué les recomendarías a los lectores?
Recomiendo Amor, ira y locura, de la escritora haitiana Marie Vieux-Chauvet. Ahora mismo estoy leyendo Carcoma, de Layla Martínez.
* Entrevista publicada en Latin American Literature Today
Fuente: Letra Siete