12/07/2020 por Sergio León

Chaco, un diálogo con la literatura de la Guerra

Por Luis Caros Sanabria

Enciende el cigarrillo, hermano muerto,
en las pálidas llamas de este infierno.
“Terciana Muda”, Augusto Céspedes

I.  Chaco vs el cine

Desde que se estrenó en festivales internacionales, hasta su llegada a las salas bolivianas, la película Chaco, de Diego Mondaca, no ha dejado de recibir premios y buenos comentarios críticos. No es para menos, pues se trata de una película impecable en varios aspectos, como las actuaciones de Raymundo Ramos y Mauricio Toledo, los juegos de cámara y sonido, la estética muy bien cuidada y la producción. Parece elemental pero la mejor manera de sentir la agresividad del Chaco como teatro de operaciones es nomás filmando ahí.

Creo, en lo personal, que otro motivo por el que la película de Mondaca destaca es por la acertada elección de la historia y la manera en la que nos es contada. Esto rompe un poco con la tradición del cine sobre la Guerra del chaco (por darle un nombre a las pocas películas de ficción que toman este tema), que se ha dejado llevar un poco por la tentación de historias épicas y patrióticas que la temática bélica puede inspirar.

Chaco renuncia a la epopeya heroica que mal narrada termina siendo cursi; renuncia a las batallas, explosiones y efectos especiales que mal producidos restan más que aportar; renuncia al discurso de la defensa de la patria que mal enunciado termina siendo chauvinista; y renuncia a mostrar al enemigo, que acaba siendo tan desconocido para el soldado como para el espectador.

Chaco muestra que en la guerra contra el Paraguay el enemigo estuvo también en el terreno, en la sed, en la terquedad inhumana de los jefes y en los demonios personales de cada combatiente.

Chaco rompe con la manera que tuvo el cine para contar esta guerra, y abraza los tópicos que fueron explorados por la literatura en los cuentos y novelas que se publicaron a partir de 1936. No aborda ninguna gran batalla, como Boquerón (2015) lo hace con Boquerón, Fuertes (2019) con Cañada Strongest y Milagro en Tarairí (1994) con la Defensa de Villamontes. Sin embargo, abundan referencias a libros como Laguna H3 de Adolfo Costa Du Rels o Sangre de mestizos, de Augusto Céspedes, llegando a ser “El milagro” y “El pozo” (cuentos de este libro) intertextos directos que usa la película.

II. El indio

Una de las rupturas fundamentales de Chaco con otras películas de guerra nacionales es el rol protagónico del soldado indígena. Las historias épicas requieren personajes de valores definidos: la valentía, el patriotismo, la hombría, etc. Esa tendencia es una suerte de repetición de lo que el teórico Leonardo García Pabón encuentra en Sangre de Mestizos. García señala en “De tinta y Sangre de mestizos: Augusto Céspedes y el sujeto nacional moderno”:

La sangre de los mestizos y blancos es sangre de héroes épicos y aunque se mezcla con la de los indios en el Chaco, no por ello anula la diferencia de clase. Los nombres de jefes y oficiales son los que se escribirán en la historia, no así los de la “clase armada”, válida solo por su número.

Si bien García Pabón hace referencia a la postura política de Céspedes para la configuración de un sujeto nacional, pareciera que el cine que abordó la Guerra del Chaco sigue a cabalidad esta idea de sujeto construido a partir de la épica y el valor. Chaco rompe diametralmente con esta idea al dar el rol protagónico a un soldado indígena, el cabo Liborio Cuiza, estafeta del capitán alemán. Es este soldado y su relación con sus camaradas, la “clase armada”, lo que genera las principales tensiones en la película.

Por otro lado, es menester señalar que son los soldados indígenas y no los oficiales blancos o mestizos los que tienen nombre: Liborio, Jacinto, Ticona; el Capitán, el Teniente.

El combatiente indígena aparece como un humano que tiene desconfianza de los oficiales, porque tiene todo el derecho de desconfiar, de manifestar “el Capitán me ha mentido (…) nos han mentido”. Esto, y es necesario aclárarlo, sin paternalismos y edulcorantes, sino en las dimensiones del horror de la mente humana, que es la misma para el capitán alemán, el teniente mestizo, el suboficial cholo y los soldados indígenas.

III. La patrulla perdida

Chaco puede adscribirse, con toda propiedad, al tópico de la patrulla perdida. Para Jorge Siles Salinas, este, el del grupo de soldados perdidos en el Chaco, es un esquema que, a pesar de no ofrecer muchas variantes en sus repeticiones, no deja de ser potente en lo que puede generar en la lectura. Dice Siles Salinas en La literatura boliviana de la Guerra del Chaco:

Un grupo de soldados se desprende del grueso de su destacamento siguiendo a veces un movimiento de retirada o bien por haber recibido una orden con la mira de romper un cerco o de establecer comunicación con un sector aislado. A poco, la patrulla pierde contacto con todo otro grupo humano y empieza así la marcha desorientada a través del bosque, mientras va agotándose la provisión de agua. La desesperación se apodera de los caminantes. La sed los enloquece de hora en hora. La selva se moviliza para atormentarlos, haciéndose cada vez más compacta y agresiva. Algunos padecen alucinaciones y espejismos. Los soldados se ven obligados a beber sus propios orines. Van cayendo uno a uno los insolados y los enfermos. Algunos se suicidan. (…) Todo conspira a crear en torno de aquellos una sensación de acoso, de opresión, como si les cercase una red inextricable en la que fuera imposible hallar una salida, como si hubiesen caído en un laberinto en el que se girara sin sentido por los mismos vericuetos hirientes y enloquecedores.

Esta podría ser tranquilamente la sinopsis de Chaco, pues describe de manera precisa la sensación general de toda la película. La ventaja de servirse de este recurso literario es indiscutible: el enemigo y el horror de la guerra no está en las batallas sangrientas, en la acción sostenida, sino que también puede estar, y puede ser muy bien explotada, en el escenario y en la mente de los personajes en una situación extrema: perdidos y sedientos.

En esta posibilidad, muy bien explorada en la película de Mondaca, se adscriben: “El milagro”, de Augusto Céspedes, Laguna H3 de Adolfo Costa Du Rels, “Perdidos”, de Raúl Leytón y “Patrulladores”, de Gastón Pacheco.

IV. El pozo absurdo

Tal vez el guiño más directo que hace Chaco a la literatura de la guerra sea al cuento de Augusto Céspedes “El pozo”, sin duda el más conocido de los cuentos de Sangre de mestizos y tal vez el más representativo de los textos de la narrativa de la Guerra del Chaco. Ese hueco estéril en la tierra por el que luego bolivianos y paraguayos se matan, simboliza todo el absurdo de la guerra.

Tanto en la película como en el cuento representa, además del absurdo y lo inútil de ese conflicto y de ese esfuerzo, un descenso a la locura del que muchos no salen. “Ya no se cava para encontrar agua, sino para cumplir un designio fatal, un propósito inescrutable”, dice el suboficial Miguel Navajas en el cuento de Céspedes.

En Chaco eso se manifiesta en la afirmación de uno de los soldados que ha enloquecido en el proceso de cavar el pozo en medio de la marcha sin rumbo por el bosque: “Todos hemos terminado en el mismo pozo”. El pozo es la tumba, pero es también la locura a la que todos descienden.

V. Algunas observaciones

A pesar de parecerme la mejor película sobre la Guerra que se ha hecho y de estar, para mí, entre las mejores películas bolivianas, debo comentar algunas observaciones o errores que, en lo muy personal, he encontrado.

Primero, el sobre entender: hay un par de momentos que, me parece, se espera que el espectador sobre entienda lo que sucede, sin embargo, no alcanza a ser un guiño sutil y legible, llegando a generar confusiones. La muñeca que lleva el capitán, por ejemplo. Sin duda nos dice algo perverso del militar alemán que, sin embargo, no se termina de dibujar completamente.

Segundo, los detalles históricos. Si bien es una ficción y debe ser vista así, soy de los que piensan que, a menos que tu intención sea proponer otra historia posible (como en Bastardos sin gloria), hay detalles que deben atenderse con cuidado.

Es verosímil, por ejemplo, que se trate de un capitán alemán al servicio de Bolivia, porque el mismo ejército en campaña estuvo bajo las órdenes de un general alemán al inicio de la guerra. Hans Kundt, viejo conocido por misiones previas en Bolivia, trajo también oficiales alemanes que sirvieron en el ejercito boliviano durante el conflicto. Chaco simboliza muy bien la tensión que había entre el alto Mando boliviano y el comandante alemán, usando como alegoría las tensiones entre el capitán y el teniente.

Es comprensible un descuido de vestuario: que el capitán, enfermo, aparezca abrigado usando una capota con los grados de un teniente coronel de caballería. Lo que sí es más complicado es que el inicio de la película nos ubica en 1934. Para entonces Kundt y Nanawa ya eran parte de la historia. La batalla, que había sido la obsesión del jefe alemán, concluyó en julio de 1933 sin haber logrado conquistar el fortín paraguayo, y el mando de Kundt sobre el ejército boliviano (y con eso la participación de gran parte de los militares alemanes) terminó en diciembre de 1933, tras el desastre de Campo Vía.

En todo caso, estos descuidos no restan toda la potencia estética de esta película que, sin duda, debe ser vista por todos.

Fuente: La Ramona