02/10/2010 por Marcelo Paz Soldan
Adolfo Costa Du Rels y El embrujo del oro

Adolfo Costa Du Rels y El embrujo del oro


Labios dulces
Por: Mauricio Rodríguez Medrano

Con más dudas que certezas, sobre un amor casi correspondido, llegué a Oruro. Las laderas tenían rastros de un diluvio bíblico. El agua rebalsaba a los extremos de la carretera y las casas como islas parecían espejismos. Una hora después de salir de la Terminal, y cerca de la plaza 10 de febrero lo vi: El embrujo del oro, de Adolfo Costa Du Rels.
Nacido en Sucre y formado en universidades francesas, Adolfo Costa Du Rels, escribió teatro, ensayo, novela y cuento. También ejerció la política, y vaya a saber Dios, el mismo que es incomprendido en el andes, si conoció a Claudina Sosa, la mujer de labios dulces que le serviría para escribir uno de los 10 mejores cuentos de Bolivia.
La Miskki Simi (La de la boca dulce) es un cuento que está inserto en el compendio de El embrujo del oro, libro que fue editado en 1943 y que su edición está agotada en La Paz, pero en las calles mineras de Oruro, todavía se la puede encontrar, tras un vidrio empolvado de librería: la tapa negra, como debería ser el oro, da cuenta de todo hombre que se atrevió a vivir y morir por aquel mineral.
De La Miskki Simi se conocen tres versiones, al igual que de su personaje: Claudina. Ya Jaime Mendoza la había descrito en su libro En las tierras del Potosí, también Carlos Medinacelli en La Chaskañawi. Mujer de labios dulces, brava como las tierras altiplánicas, enloqueció a todo hombre. Tal vez era una nota perdida del canto de las sirenas.
Varios trompetistas caminaban por la acera de enfrente. Tocaban una diablada y algunos extranjeros sacaban fotografías. El embrujo del oro tenía un precio: 20 bolivianos. Adolfo Costa Du Rels también debió caminar esas calles, muchos años antes, también para escapar de los tormentos de la memoria y del desamor.
La Miskki Simi es un cuento minero, que se desarrolla entre cuecas y los sonidos espectrales de trenes oxidados, que aún en la actualidad salen de la Estación hacia Uyuni. Y Oruro parece haber dejado de recorrer el tiempo y mantenerse en un pasado eterno. Todavía tiene las mismas construcciones de viviendas inglesas en las calles.
Toda mujer guarda una furia de tormenta en su interior. Claudina muy bien sabía cómo utilizarla. Adolfo Costa Du Rels como escritor, capturó el calor y la seducción de aquel cuerpo y lo transformó en palabra.
Antes de regresar a La Paz, yo tenía una carta en la mano que debía entregarla. No sé si había cundido al embrujo de una ciudad minera o a los azares de un amor inseguro. Ella se acercó hacia la plaza. Tenía una leve sonrisa y los labios carnosos de los que me enamoré. En sus ojos también había incertidumbre. Parecían haber llorado. Todavía no tenía una respuesta.
Fuente: Ecdótica