Por Jesús Montoya Juárez
Para Darko Suvin, lo característico de la literatura de ciencia ficción es la presencia de un ‘novum’, suerte de innovación que genera una disonancia cognitiva, que corto circuita las expectativas que los lectores albergan de identificar el mundo ficcional con el propio. Próxima a la narrativa de lo insólito, ningún otro género puede ofrecernos mejores herramientas para describir algunos síntomas de una experiencia de realidad de nuestro tiempo influida decisivamente por el simulacro multimediático, una extrema dificultad para pensar el futuro y un horizonte posthumano de creciente complejidad. ‘La vía del futuro’ es una excelente puerta de entrada a estos asuntos.
El libro construye esa disonancia a partir de elementos suWes, que afectan al campo de la tecnología y, más ampliamente, al de la cultura, y acaban determinando no solo lo macro, el funcionamiento político del universo ficcional, sino, sobre todo, lo micro: la intimidad y psicología de los individuos. Como ocurría en series como ‘Black Mirror'(2011) o ‘Years and years’ (2019), los relatos del libro se mueven unas veces en el territorio de la hipérbole, saturando la ficción con fenómenos perfectamente posibles (las muertes por sobredosis y la proliferación de cámaras de video vigilancia en las urbes, como los del cuento ‘En la hora de nuestra muerte’); otras, subrayan una intensidad nueva de ciertos fenómenos, que difieren ambiguamente de cómo en la realidad acontecen (el buceo recreativo asistido por un programa de realidad virtual en ‘Las calaveras’; o el consumo de drogas de diseño que permiten un aparente viaje interdimensional en los sueños de ‘Bienvenidos al nuevo mundo’); otras, dibujan paisajes culturales donde lo fantástico irrumpe sorpresivamente en la realidad, aunque los personajes lo aceptan como parte accidental de unas vidas tediosas (por ejemplo, la rutina de un astronauta latino en la Estación Espacial Internacional en convivencia con seres artificiales y voces de compañeros muertos, en ‘El astronauta Michael García’; o supuestos avistamientos ovnis tomados como mero divertimento en ‘Mi querido resplandor’).
Tiempos poshumanos
El tema más recurrente en sus cuentos es la convivencia entre humanos y máquinas inteligentes. ‘La muñeca japonesa’, por ejemplo, trata la temática de las relaciones afectivas posthumanas y los robots sexuales. Su protagonista, un empresario juguetero boliviano, viaja con frecuencia a Buenos Aires para importar mercancía de un taller clandestino de electrónica, donde plagian, abaratan do su costo, diferentes robots japoneses de compañía. El final de esa cadena de modelos es Erin, una robot defectuosa e hipersensible, de gustos góticos y propensa a una depresión agravada por los malos tratos recibidos a cargo de su dueño, al que acaba abandonando. El cuento proyecta una visión del ser humano sujeto a su propia obsolescencia. El protagonista masculino deviene un cuerpo defectuoso más, desecho abandonado junto al del resto de réplicas robóticas acumuladas tras años de viajes.
Navegar a la intemperie
Paz Soldán ha acometido a lo largo de su trayectoria un proyecto de reescritura de modelos clásicos de la literatura latinoamericana del siglo XX en moldes radical mente novedosos. Un lector de literatura latinoamericana advertirá el eco en este cuento de la críptica ‘nouvelle’ ‘Las Hortensias’ (1949), de Felisberto Hernández, además de una relectura del gótico clásico.
La tecnología en el libro contribuye a multiplicar una extraña sensación de orfandad, una in temperie o melancolía nuevas, en las que no solo viven los seres humanos, sino también las criaturas robóticas que heredan sus mis mas neurosis. El relato que da título al libro sirve, quizás, de su mejor catálogo. Narrado a varias voces, cuenta la fundación, por parte de Tony Kasinsky, excéntrico gurú de Silicon Valley, de una iglesia de adoradores de la IA.
Como sucede en series como ‘Devs’ (2020) o’Raised by Wolves’ (2020), tecnología y religión son explorados como enemigos aparentes que, sin embargo, tienen más de un punto de conexión.
Estructurado como una investigación periodística sobre la desaparición física de Kasinsky, refugiado como avatar virtual en una especie de metaverso, el cuento da voz a una alumna latina de Berkeley, activista del culto, que compone un imperdible credo religioso que une lo futurista a lo atávico; a Mark Cheung, CEO de una empresa dedicada a la criogénesis, un cínico que quiere sacar rédito de esta coyuntura tecnológica; a Claudia Wong, niñera inmigrante de los hijos de Kasinsky, que siente miedo a perder su empleo a manos de su asistente robótica, y a la propia asistente, personaje esquizoide y subalternizado que se debate entre la nostalgia por su anterior empleo y el rencor hacia el amo, entre la solidaridad de género y clase y el culto al Profundo, el dios algorítmico en quien humanos y máquinas tienen la misma fe.
El cuento se llena de identidades posthumanas más o menos tecnófilas que asumen la obsolescencia humana respecto de los algoritmos y creen en la pírrica utopía de la adoración para que es tos nos hagan hueco en un futuro que ya no será nuestro. Los personajes de estos ocho cuentos viven bajo lo que Shoshana Zuboff ha denominado el capitalismo de la vigilancia, un estadio nuevo de su historia surgido con la penetración de Internet y las grandes compañías tecnológicas, donde merced a nuevas extensiones digitales el poder extrae de la actividad de los individuos el excedente que se vende y compra en los mercados de futuros conductuales. Este mecanismo de explotación se analiza brillantemente en ‘El Señor de la Palma’. En él, un fugitivo ingresa en una explotación bananera en el Chapare.
Todos sus trabajadores, que viven precariamente en cubículos próximos a la plantación, postergan sine die el cobro en efectivo de su salario, que se les paga en criptomonedas, y asisten fascinados a su multiplicación milagrosa en la app que a cada rato consultan en sus móviles.
Ilusión de prosperidad
Don Waltiño, jefe de la plantación, es un holograma proyectado los fines de semana para promover el culto a su figura y arengarlos con promesas que alimentan una ilusión de prosperidad que nunca llega. La plusvalía en la plantación no se obtiene únicamente del trabajo alienado: bananas y datos son símbolos de una explotación doble. El cuento hace pensar en viejas ideas de Benjamín (el capitalismo como religión), y en otras recientes, sobre la auto explotación, de Byung Chul Han: los obreros no necesitan un jefe real, tampoco coerción o cadenas físicas. Basta un holograma y un sistema que libera dosis de dopamina y culpa para mantener funcionando el engranaje productivo.
Edmundo Paz Soldán ofrece en ‘La vía del futuro’ una excepcional arqueología de un presente expandido y una extraordinaria exploración del impacto y transformaciones psíquicas de los sujetos bajo la presión del capitalismo tecnológico en el que estamos inmersos. En este ámbito, su proyecto narrativo es, a mi modo de ver, uno de los más relevantes de la literatura escrita en español.
Fuente: www.laverdad.es