Por Mariana Ruiz Romero
Cuando Liliana ganó el premio Ribera del Duero, en España, celebré como si hubiésemos metido un gol. Un golazo equiparable a los que se mandan las futsalistas bolivianas, ganadoras de todas las categorías que se puedan imaginar, triunfadoras de América Latina… y a las que nadie conoce mucho.
Somos mejores en el futsal que nuestros colegas varones y escribimos con la misma intensidad, la misma rabia, con la que juegan todas esas jugadoras a las que les pidieron se quedaran en la banca demasiado tiempo, en los torneos barriales, tan solo por haber nacido construidas de una manera diferente a la que le gusta al patriarcado.
Lo lindo de ahora es que formamos equipo, rompemos estereotipos y conversamos con las otras ligas femeninas allá afuera. Nuestras goleadoras son muchas y escriben bárbaro: Magela Baudoin, Giovanna Rivero, Camila Urioste, Paola Senseve, Elvira Espejo y Liliana Colanzi son las estrellas del equipo, pero a la zaga vienen muchas más, todas con una voz poderosa, incontestable: Quya Reyna, Isabel Suárez Maldonado, Isabel Antelo, Natalia Chávez… las debutantes pintan bien, prometen.
Me alegra mucho que Liliana haya detestado la primera versión de estos cuentos, y que los haya re-escrito. Que venga ganando reconocimiento en Iberoamérica y que tenga el tiempo de escribir en residencias. El tiempo para escribir ha sido –por centenares de años- un tiempo robado a otras tareas para las mujeres. Uno hecho entre ollas, rímeles y otros espantosos lugares comunes, donde la maternidad (se suponía) nos debía colmar tanto como para no desear hacerlo, como para nunca querer escribir y publicar y, sin embargo, aquí estamos.
Me encanta el diálogo entre sus artículos y su narrativa (como este de Goiânia, maravilloso), entre sus cuentos y los de las otras autoras, entre el feminismo y la ciencia ficción. Es refrescante y nos muestra un lado turbio de sus personajes, especialmente los femeninos, que hasta hace un rato era difícil de representar. Las capas de sentido se sedimentan y acumulan, y tienen la certeza de una flecha fosforescente disparada en la oscuridad.
Me encanta que esa gran autora que es Rosa Montero la conozca y descubra lo que nosotras sabemos desde siempre: Bolivia fue el secreto mejor guardado de América Latina y es mega diversa en sus expresiones, no solo en su riqueza biocultural. Es fantástico el apoyo y la red que se ha estado construyendo gracias a intelectuales/profesores/escritores como Edmundo Paz Soldán y Giovanna Rivero, porque al hacer lazos con las editoriales independientes han abierto a patadas el camino que le fue vedado a generaciones anteriores de escritores y escritoras. Todo esto está rindiendo frutos y podremos, cada vez más, hacer llegar nuestra palabra, nuestra visión del mundo, a los demás.
Me encanta, además, una frase del cuento Ojos verdes: “Quien nace tatú muere cavando”. En esta sociedad encuevada, donde rechazamos (no siempre, pero ya saben a lo que me refiero) el diálogo con el afuera y donde hasta las preferencias políticas a veces nos llenan la cabeza de prejuicios acerca de la literatura, no dejamos nunca de mirar hacia adentro.
Sin embargo, cuando logramos salir, dialogar, abrirnos; cambiamos fundamentalmente nuestra esencia, y llegamos a ser otro tipo de especie, la de los tatuses alados, si se quiere, y tenemos muchísimo para dar al universo.
Los cuentos ganadores son cinco y se publican añadiendo, de yapa, un sexto. Tienen que ver con el tiempo y su elasticidad, con la radioactividad y los animales, con la selva y los deseos. Todos terminan de una manera abierta y sugerente y, como dice Rosa Montero, nos invitan a resbalar hacia su interior, hacia una realidad ambigua, inquietante, hermosa y aterradora. Como nosotros.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio