12/10/2013 por Marcelo Paz Soldan
Una vieja guerra

Una vieja guerra

1

Una vieja guerra
Por: Raúl Teixidó

Entre los episodios más dramáticos de la Guerra del Chaco, que enfrentó a Bolivia y Paraguay (1932-1935), la denodada defensa y posterior caída del fortín Boquerón, ocupa un lugar destacado en la historia de ese conflicto bélico, por las especiales circunstancias en las que se libró una batalla de tintes casi homéricos: algo más de quinientos efectivos bolivianos –sin víveres, munición ni refuerzos– resistieron durante 21 días, en desigual y desesperada confrontación, el tenaz asedio de un ejército bien pertrechado, que contaba aproximadamente con diecisiete mil combatientes.
El número total de bajas se estimó en cuatro mil (muy superiores en el bando paraguayo, pese a la manifiesta diferencia numérica entre atacantes y defensores). Por parte boliviana, alrededor de doscientos supervivientes fueron hechos prisioneros, y empleados luego en trabajos forzados hasta la finalización del conflicto.
Uno de ellos se llamaba Víctor Jiménez (el charanguista del título), músico por don natural, defensor de Boquerón, cautivo durante dos años en suelo paraguayo, prófugo y, finalmente, músico ambulante por tierras de Argentina y Bolivia. Respecto a este tipo de personajes se suele decir que vivieron una vida “de novela”. Sin duda, así lo entendió el autor y lo hizo protagonista de su libro.
Tras una exhaustiva documentación (enriquecida por numerosos testimonios orales) Cáceres Romero no se limitó a escribir una crónica “histórica”, a la manera convencional, aportando algún que otro dato inédito y poca cosa más. Al contrario, convirtió ese valioso material en una narración áspera y vertiginosa, en la que se suceden ardorosos combates, escaramuzas mortíferas, enfrentamientos cuerpo a cuerpo, sobre un lodazal de sangre, entrañas desparramadas y huesos rotos, bajo un sol inclemente; pesadilla dantesca de ruido y muerte, atravesada por gritos de agonía y voces que suplicaban el tiro de gracia que pusiera fin al tormento de unos cuerpos irreparablemente mutilados que, sin embargo, parecían aferrarse a la vida con porfiada tenacidad.
Con ecos de El fuego, de Henri Barbusse (espeluznante crónica de la Gran Guerra en el frente francés), el primer tercio de la novela posee sobrados méritos para figurar entre las mejores páginas de la literatura boliviana referida a la contienda del Chaco, como “Sangre de mestizos”, de Augusto Céspedes, “Laguna H3”, de Costa du Rels, o la imprescindible “Masamaclay”, de Roberto Querejazu Calvo.
Narrativa realista en la plena acepción del término, con implicaciones sociales y políticas, propias de la novela boliviana posterior a la guerra del Chaco, que manifestaba una justificada acritud respecto a la estrategia del Alto Mando del Ejército, que condenó a miles de combatientes a una muerte segura.
Distinguido como Ciudadano meritorio del país por el gobierno nacional el año 2009, Adolfo Cáceres Romero pertenece a la denominada “generación del 37”, junto a escritores de la talla de Renato Prada Oropeza y Jesús Urzagasti, cuya obra, en general, es insuficientemente conocida por los lectores de hoy.
Desde los inicios de su carrera literaria (1960-1970), Cáceres Romero fue acreedor a numerosos premios (Fundación Edmundo Camargo, Erich Guttentag, etcétera).
Autor de cinco novelas y siete libros de relatos, publicó también ensayos y obras de consulta “Nueva Historia de la Literatura Boliviana” (tres volúmenes), “Diccionario de la Literatura Boliviana”, “Antología de la Poesía Boliviana del Siglo XX” (edición bilingüe español-francés) y dos volúmenes de poesía y narrativa en lengua quechua.
Fuente: Lecturas