Por Valeria Arias Jaldín
“La mitad de la vida siempre serán los quince años”
En Seúl, São Paulo, Gabriel Mamani Magne nos devuelve a la adolescencia, a ese adolecer de nuestra identidad, a cuando las hormonas alborotadas en nuestros cuerpos se revelan ante los sueños y esperanzas del plan de nuestros padres, venciendo la mayoría de las veces y defraudándolos en igual proporción.
“Querían meterle la patria a palazos”
Gabriel nos relata de manera muy fluida y sin caer en simplicidad, la construcción nacional de la masculinidad, a través del servicio militar obligatorio para los primos Pacsi –personajes centrales de la novela–, servicio que refuerza y reivindica un espacio “macho” y altamente patriarcal donde se hace de todo menos “servir a la patria”. Espacio en el que como bien se va desarrollando en 140 páginas, se deja a Bolivia como una puta, irónicamente al servicio de todos.
“Te amo, mi vicuña”
Hábilmente describe espacios urbanos de El Alto, esa ciudad que es mejor ocultar a los turistas o quizás solo reconocer por sus cholets, su aeropuerto, su exotismo.
Sus personajes son acompañados por ese viento frío que paspa, que lleva y trae todo en esa alta planicie y denota las diferencias tangibles de no ser la zona Sur de La Paz. Ahora contrastables gracias al teleférico, que cual agujero de gusano teletransporta a dimensiones antagónicas.
“Siempre me preguntaré por qué no escogí a la cholita”
¿Las mejores putas son las de la 12 de Octubre o las de Achachicala? Me pregunto a mí misma. Y casi en automático me respondo que las claudinas, aún hoy, no pierden su vigencia y supremacía sexual literaria. Gabriel es un escritor altamente escorpiano, navega casi de manera natural en las aguas de la libido, del deseo, el porno en las mentes de sus personajes. Refleja la normalización de la cosificación de la mujer desde la masturbación, el debut sexual, hasta situaciones cotidianas.
“Lo suficiente para memorizar fechas importantes pero no tanto para pelearse con un peruano por la paternidad de la zampoña”
Realiza una deconstrucción de nuestra identidad desde la migración, una familia dividida entre los que se fueron, los que vuelven, los que se irán y los inconformes que se quedan. Mas allá de la vivencia del migrante fuera de su Bolivia, extrañando su chuño, nos muestra esas identidades asesinas a las que se refiere Amin Maelouf, a través de charlas familiares. Muchos alteños no conocen el otro lado de su propia ciudad, mucho menos el otro lado del país. Muchos bolivianos no conocen Bolivia y migran a una realidad diametralmente diferente. Huérfanos de una identidad incompleta que intentan reconfortar entre la cumbia y el alcohol.
“Y ahora ¿Tigre o Bolívar?”
Entre el sonido del K-pop, el portuñol y el aymara; el idioma común de los que van y vuelven es el fútbol. La pelota provee una identidad mucho más permisible a ser heredada, elegida, adoptada e intercambiada.
“Bolivia es un intento frustrado de…”
Dino, mi personaje favorito, es una especie de Pepe Grillo además de guía iniciático, quien va desnudando la otra Bolivia a los ojos de los Pacsi. Una Bolivia más leída y sobreanalizada pero también más entreverada en sus propios problemas e incógnitas históricas aún no resueltas. Una Bolivia, tan bien espejada en ese sociólogo con ideales, a veces hasta estereotipados, pero que en el día a día se choca con las realidades de sobrevivencia básica.
“No sé si un libro –el mío o cualquiera– pueda hacer algo para sanar las heridas de un país lastimado”, expresaba Gabriel, mientras recibía el Premio Nacional de Novela. Siente verdaderamente que con Seúl, São Paulo, él consigue tejer una historia cual Ariadna, con personajes entrañables, familiares y sobre todo escarmena, hila y deshila temas profundos que empezaron interpelando a él mismo y quizás así logre expandir un poco de esa herida que pica y escuece al resto de los bolivianos.
Fuente: www.eldiario.net/