03/21/2022 por Sergio León

Un prólogo de Pedro Shimose

Por Jorge Saravia Chuquimia

Cauce de palabras (1967) es un meticuloso trabajo de cinco ensayos que Porfirio Díaz Machicao (1909-1981) los reúne en un libro. Esta publicación llega a mis manos gracias al obsequio del artista Jorge Villanueva Suárez (Chulumani, 1944). Traigo este testimonio a colación porque el texto del que me ocuparé de aquí en más es el prólogo Don Porfirio de  Pedro Shimose (Riberalta, 1940), que tiene en varios sentidos un tono biográfico. Otro paralelo es que es un poema en prosa. Desde este ángulo, delinearé un comentario de la figura del “retrato del otro”, a partir de los niveles de enunciación del yo poético y el yo interior y que germina en una alternancia en el relato.

Don Porfirio no surge por un capricho de Shimose. El autor riberalteño conoce muy bien las facetas de tan ilustre escritor y este conocimiento lo obliga a escribir en la realidad literaria del preludio. Porque, aparte de esto, no hay que olvidar que don Porfirio Díaz Machicao es uno de los escritores más preocupados por el rescate de la historiografía de la literatura boliviana. Por lo cual, el prologuista no desea realizar un discurso de ornato o al margen del libro, sino acotar sobre la relación de simpatía y reverencia que tiene por el amigo y por el maestro.

Una de las primeras instancias narrativas de la obertura es el título. Éste sugiere el tratamiento del exordio por la expresión “don”, palabra que da cuenta de la preeminencia hacia el maestro. El término Porfirio rinde cuentas de la cercanía de la amistad conquistada. Y en este sentido en el relato se estable la voz del autor del texto en primera persona. De entrada, emerge el yo íntimo: “Todo un hombre. Nuestro encuentro fue al alba. Entre copas”. Este “yo” revela el vínculo de familiaridad entre ambos autores.

Inmediatamente, el yo poético desplaza al otro yo (íntimo): “El invierno arreciaba. La naranja del sol exprimía su jugo frío sobre los árboles. La ciudad despertaba con su Illimani al fondo. La avaricia del tiempo media nuestras sombras”. Ante esta constatación, este otro “yo” se dirige al lector retratando el escenario de la reunión de conocidos: Chuquiagu-Marka porque aquí duerme el majestuoso guardián de La Paz. Y en una estación donde el frio toca la piel con asperezas y solo el astro rey puede redimir estas crudezas.

Nuevamente el yo íntimo asoma: “Mi amigo repitió unos versos de Gregorio. Recordó a Reynolds./Me habló de la patria, de la vida y de la muerte. / Pidió al mesero un whisky. Bebió de un solo trago el whisky. Pidió otro whisky. Brindo conmigo. Fue su último whisky”. El asomo ayuda el pensar que sucede una experiencia dionisiaca, pues juntar dos individuos y hacerlos sentir una sola esencia procrea un estado de debilidad de la voluntad (Nietzsche). Brota un nosotros. Hay que apreciar que el yo íntimo deja ver la exposición de ideas del amigo al amigo sobre la patria-vida-muerte. Un tridente de sensaciones que se dicen al calor de un estado en éxtasis.

En contraparte: “Justo y bueno. Un hombre no ara solo su campo./Desprendido de sus cosas, le vemos predicar con el ejemplo entre espíritus resecos y sombríos. / Vive en las alturas y desde allí contempla la estulticia de sus gratuitos denostadores”. La imagen que brinda el yo poético es de un sujeto que es caballero o altruista. En efecto, el yo se centra en armar una buena interpretación de la figura del autor y legitimar una presencia.

Así, el yo íntimo complementa a detallar otra cualidad: “Bondad y no soberbia. Sabiduría antes que erudición. Sentimental, primero; intelectual, después. Amigo antes que maestro. Su nobleza y dignidad fueron tisana para mi quebranto. / Gordo, gordo y bajo de estatura. De ojos tristes, manos regordetas, con el bigote cano sobre los gruesos labios, con la voz mermada por la fatiga de un corazón tan grande que le pesa, viene. / Escritor, periodista, novelista de su propia vida de caballero andante, condenado a muerte… este hombre ha sufrido más que nosotros”. El recurso del tono biográfico del proemio flota en este mar de referencias.

Shimose es consciente del papel que juega el no permitir que haya espacios intersticiales para malas interpretaciones. Es decir, defiende la posición de afectividad con Don Porfirio, con autoridad. Por eso, cito dos párrafos categóricos sobre este enfoque, desde la voz del yo íntimo: “Incapaz de echar sombras -de un plumazo- a la escasa fama de sus atacantes, este hombre ‘ha superado todas las fuerzas orgullosas de la juventud’. / Corajudamente habla de su muerte quien abandonó la ronda loca de la farra. Atrás queda el parrandero. La serenidad le asoma en la mirada y su palabra va sembrando luces. Su juicio infunde y se esparce por la tinta y el papel”.

Empero, el yo poético le recuerda al lector que “el papel captura la palabra. Pero la palabra impresa pierde su substancia musical y se destiñe. A través de la lectura que suple la magia del sonido y el gesto, la palabra se escurre hacia la transparencia del espíritu mismo”. Casi se puede decir que el yo le echa en la cara que el preámbulo es la palabra escrita sobre la semblanza de un sujeto con oficio de escritor y el libro que prologa es de un verdadero orador: “Aquí está el orador que entrega sus manuscritos a la aurora”.

A todo esto, salta a la vista que Shimose reproduce en Don Porfirio imágenes de un sujeto situado en dos planos. El biográfico y el literario. Cada espacio de representación despliega un tipo de elogio y en este afán no se distancia uno del otro. Y este relato bifurcado es una muestra palpable de que el prólogo sirve para demostrar que es un género que muestra la independencia del texto que le precede.

Al mismo tiempo, puede ser una propuesta de discurso crítico donde privilegia la presencia del autor del libro prologado. Finalmente, el yo poético celebra la aparición del libro Cauce de palabras. Por consiguiente refrenda que Don Porfirio “desdobla su verbo, carraspea, se coloca los lentes, pasea su mirada melancólica por el libro. Aspira el aire de sus montañas. El orador va a hablar. Escuchémosle”.

Fuente: Letra Siete