04/30/2018 por Marcelo Paz Soldan
Te echamos de menos, Blanca

Te echamos de menos, Blanca


Te echamos de menos, Blanca
Por: Vilma Tapia Anaya

(Texto leído durante la presentación de las “Obras completas” de Blanca Wiethüchter, publicado por la la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia y presentado el pasado viernes en el Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño.)
Al revisar las páginas de estos cuatro tomos que hacen la obra completa de Blanca Wiethüchter, antes de adentrarnos en su contenido, lo que emociona profundamente es que todos ellos y en conjunto son un bello homenaje.
Difícil ha de ser la elección entre darse a la obra completa de un autor o hacer una compilación de trabajos seleccionados, sobre todo cuando la edición que se prepara es póstuma. Pero imagino que esta dificultad es menor cuando las personas encargadas de tal tarea conocen tan bien la obra y, como es el caso, la aman. En lo que acompaña a los textos de Blanca –su recopilación, la cuidadosa edición, la diagramación, los prólogos, las introducciones y contratapas- se trasluce una gran admiración amorosa por la autora. Remarco este aspecto importante para mí, cuánto más valiosa una obra que fue animada por una artista de talento extraordinario, que además conoció la experiencia de la amistad generosa.
Como menciona Mónica Velásquez, Blanca Wiethüchter trabajó muchos géneros, quizá todos: poesía, narrativa, dramaturgia, crónica, crítica, ensayo, guión… Hecho que asocio a una afirmación que hace Cergio Prudencio, dice de Blanca: “vivió su obra, en cada verso, en cada sentencia dejó testimonio de su paso por el mundo en busca de un lugar. Su lugar […]”. Sus días estaban al servicio de la escritura, y esto quiere decir que su trabajo, las invenciones de espacios para hacer comunidad, sus intereses y curiosidades y hasta los postres que preparaba estaban supeditados a su pasión y oficio. Me animo a afirmar esto porque por un regalo de la vida, siento que fuimos muy próximas los años que vivió en Cochabamba, antes de su partida. Yo también cuento como testigo.
La poeta chilena Eugenia Brito, amiga suya, en el tomo cuarto, El espacio del deseo, hace una relación fundamental para comprender la importancia de rescatar la obra de los escritores de un país, dice de Blanca Wiethüchter, “escritora y productora de pensamiento”. La literatura de un país es parte importante de la expresión de la constitución siempre en movimiento de un pensamiento nacional. Cada autor boliviano es una voz, una escritura, un sujeto más de la condición general del país, en un tiempo y unas circunstancias determinados; esa escritura es y aunque no se lo proponga “un lenguaje boliviano de adentro”, como diría Blanca Wiethüchter y subrayaría Marcelo Villena en la introducción al tomo tercero. Y en otra medida, ese mismo autor es una voz y una escritura de lo no contingente que se advierte desde otro lugar que está más allá de nacionalidades e identidades. “Un lugar en el que llueve” dijo Villena, con precisión iniciática, recordando a Ítalo Calvino.
En otra parte de su ensayo, Eugenia Brito dice lo siguiente: “Sacudida por la experiencia de pertenecer a una nación múltiple y dramática Blanca Wiethüchter decide su opción existencial; escribir en español, la lengua de Bolivia, y, en esa lengua, forjar su identidad”. Aún más, pienso yo, como pocos Blanca atendió a este país, como pocos escuchó el castellano y las lenguas en las que este país, múltiple y dramático (tan bellos adjetivos) se dice a sí mismo. Blanca indagó en el gesto mínimo, tanto del habla como de las actitudes, para encontrar el detalle más significativo de esa conjunción de manifestaciones de lo complejo.
Por supuesto, esa multiplicidad y ese dramatismo dichos por Brito la marcaban también a ella. Sus padres, ambos de origen alemán, fueron inmigrantes en Bolivia. Y pese a las elecciones conscientes y a los aspectos determinantes para que la vida cotidiana tenga uno u otro contenido, cuán arraigada en el pensamiento y la estructura de Blanca debió estar la lengua alemana, con todo lo que carga una lengua. Alba María Paz Soldán en el tomo segundo distingue en esta diversa y vasta obra de la que hablamos “un gesto narrativo”, dice ella, que de manera transversal la marca, aun en la poética, aun en la ensayística. Este hallazgo me entusiasma: la pulsión de escribir surge de la necesidad de explicarse a uno mismo esa multiplicidad y ese dramatismo que se intensifican al extremo en ciertas experiencias del vivir; y cómo explicarse esas condiciones dadas de manera definitiva en un destino personal o en un destino colectivo sino recontándolas, narrándolas de nuevo en una rememoración de situaciones, hechos, fenómenos, posibles causas y hasta imaginaciones. “Una pregunta está por detrás de la trama y la desata”, dice Alba María Paz Soldán cuando visita El jardín de Norah, la primera novela de Blanca. Hecho escritural este que a mi parecer marca la obra entera de Blanca Wiethüchter. Su obra está desatada, reatada, tramada por una pregunta descomunal, inteligente, honesta, apremiante: esa pregunta por la experiencia íntima interroga sin cesar por el sentido de la existencia. En la escritura que tejió regresando a casa, durante la última etapa de su vida, sabiendo que era la última etapa de su vida, podemos vislumbrar una respuesta que espero que sin dudar se la haya dado ella misma: “Lo mejor es aceptar lo que sucede, amistosamente y con gracia”.
Es una gran alegría y una más grande nostalgia para mí y con seguridad para todos recibir esta obra en Cochabamba. Esta ciudad fue otra elección de Blanca, aun recuerdo escucharla decir en una entrevista que estar aquí fue como haber vuelto a casa sin haber vivido antes en ella, y que aquí tenía “una sensación de reconocimiento de plenitud de cuna.”
Fuente: La Ramona