11/27/2007 por Marcelo Paz Soldan
Señales y prejuicios: apuntes para una ponencia

Señales y prejuicios: apuntes para una ponencia

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Señales y prejuicios: apuntes para una ponencia
Por: Rodrigo Hasbún

1.
Acaba de morir un amigo querido. En un accidente de tránsito, mientras conducía por una carretera rápida de Estados Unidos, país al que se mudó hace un par de años. Algunos dicen que lo atropellaron. La versión que predomina, sin embargo, es la del accidente. Nadie me ha contado aún los pormenores. De todas maneras ya son imágenes dolorosas, punzantes, que no voy a poder quitarme nunca. Lo último que tengo ganas de hacer es escribir una ponencia. Lo último que quisiera, este domingo bullicioso, es hablar de literatura.
2.
Afuera, en las calles de la ciudad, los universitarios ensayan sus bailes. Falta poco para la entrada. Los universitarios bolivianos son grandes bailarines. ¿Qué son los escritores bolivianos? ¿Qué son los jóvenes escritores bolivianos? ¿Algo nos distingue de los que vinieron antes? ¿Qué nos distingue de los que vinieron antes?
3.
La idea de las generaciones, a los escritores les resulta incómoda, atenta contra su individualidad, escribo para obligarme a entrar en materia. Nosotros mismos, en el encuentro, seguramente nos dedicaremos durante dos días a negar una posible nueva generación. ¿Qué parámetros la definirían? Además de ciertas circunstancias comunes demasiado generales, ¿hay algo más? ¿Nuestros territorios se parecen? ¿En nuestra escritura, en nuestras búsquedas personales, se establece alguna hermandad? ¿Nos rebelamos todos contra algo? ¿Venimos de un mismo lugar? ¿Ambicionamos cosas parecidas? ¿Qué nos ha marcado? ¿Qué nos une? Y más importante aún: ¿Quiénes son los escritores que los demás invitados al encuentro admiran? ¿Qué música oyen? ¿Qué películas no pueden dejar de ver una y otra vez? ¿Algo de eso nos hace habitantes de una misma patria? ¿De una misma patria verdadera? ¿De una misma generación verdadera?
4.
Me paro y miro por la ventana. Las calles más céntricas de la ciudad están cerradas para que los universitarios ensayen sus danzas. Sí, los universitarios bolivianos son bailarines excepcionales. Pero resulta agotador mirarlos durante mucho rato. Así que giro hacia la estantería en busca de algún libro que me ayude a armar la ponencia, aunque lo último que desee en este momento sea armarla. Saco Respiración artificial. Lo hojeo, releo pedazos, encuentro unas líneas que pueden servirme.
5.“¿Cuándo aparece en la literatura argentina la idea de estilo, la idea de escribir bien como valor que distingue a las buenas obras?”, se pregunta Renzi, ese personaje entrañable de Ricardo Piglia, uno de los narradores latinoamericanos más valiosos de las últimas décadas. “Por de pronto es una noción tardía”, responde él mismo. “Aparece recién cuando la literatura consigue su autonomía y se independiza de la política. La aparición de la idea de estilo es un dato clave: la literatura ha comenzado a ser juzgada a partir de valores específicos, de valores, digamos, puramente literarios y no, como sucedía en el XIX, por sus valores políticos o sociales.” ¿La idea de estilo, esa idea de escribir bien como valor que distingue a las buenas obras, funciona acá, en Bolivia? Más allá de lo que se diga, ¿funciona en serio? ¿Por qué nunca se menciona en ninguna parte? ¿Por qué reseñas y críticas suelen darle tanta importancia únicamente a la referencia, al retrato? Al hacerlo, reseñistas y críticos perpetúan una lectura mezquina y miserable, ampliamente difundida en nuestro país, donde el escritor, a veces sin darse cuenta, lo que es aún peor, está acostumbrado a asumir tareas ajenas, sociológicas o antropológicas o lingüísticas.
¿Qué pasa ahora? ¿Cómo asimilan esas distinciones evidentes los jóvenes escritores bolivianos? ¿Las asimilan? ¿Cuánto se nota en sus libros?
6.
Que se premie siguiendo criterios temáticos y no literarios, y que el jurado lo exponga tan orgullosamente: pésima señal.
7.
Pésima señal que se dé por sentado que la complejidad de una sociedad determina la naturaleza de la literatura que se practica en ella, otro prejuicio demasiado expandido, otra justificación inútil. Pienso en Sudáfrica o en Israel, por ejemplo, sociedades igual o más complejas que la nuestra. Pienso en Coetzee y en Amos Oz, sudafricano e israelí, felizmente liberados de cualquier obligación o responsabilidad, escribiendo historias muy íntimas que nosotros al otro lado del mundo agradecemos. Historias ancladas en sus sociedades pero que en realidad tratan de otra cosa, de lo que sentimos y pensamos todos en cualquier parte, la pérdida y los afectos y el terror, la necesidad de entender algo y la necesidad de olvidar, el arrepentimiento, la redención, las sombras extenuantes del amor y de la muerte. ¿Por qué no hay escritores del tamaño de Coetzee o de Amos Oz aquí? ¿Los habrá alguna vez? ¿Qué se necesita? ¿Qué sobra?
8.
Voy a la cocina, me preparo un café, vuelvo. La bulla sigue ahí, los universitarios siguen ahí. La sonrisa de mi amigo, su mirada inquietantemente fija, su buen humor, su alegría desbordante a pesar de la vida difícil que llevó, siguen ahí. Algunos recuerdos falsos, su auto deshecho, su cuerpo irreconocible, siguen ahí. Mi falta de ganas y mi confusión y mi tristeza siguen ahí. Releo algunos de los apuntes que he escrito. ¿Me servirán para armar la ponencia? ¿Por dónde debería seguir? ¿Y el apunte anterior quedó claro? ¿Eso de que una sociedad compleja no exige a sus escritores abordarla necesariamente? ¿Eso de que la gran literatura, aunque aborde a su sociedad, explora otro tipo de territorios, más interiores e inasibles, más permanentes? ¿Y cómo unir eso a la idea que plantea Piglia? Sus libros son la mejor respuesta. Los libros de Coetzee y Oz son la mejor respuesta.
9.
Los libros fascinantes de Saer, que miro de reojo en este momento, en la estantería, son la mejor respuesta. Varios están ambientados en el campo. Algunos de sus personajes, incluso, son humildes habitantes de provincia. Pero ahí no hay una sola pizca de costumbrismo agobiante. Por la distancia que se impone el escritor. Por lo que le exige y no le exige a la literatura. Y porque la mirada de Saer, como la de todo gran escritor, además de estar puesta en el ser humano, en su fragilidad y en su grandeza, lo está también en el lenguaje, en la narración, en una voluntad estilística y formal muy acentuada. Y porque Saer tiene claro que la literatura no debe explicar ni justificar nada.
Las mismas preguntas de unos apuntes atrás: ¿Qué pasa ahora? ¿Cómo asimilan esas distinciones evidentes los jóvenes escritores bolivianos? ¿Las asimilan? ¿Cuánto se nota en su escritura? Y algunas nuevas: ¿Cuánto riesgo hay? ¿Cuánta osadía? ¿Cuánto rigor? ¿Cuánto habrá? ¿Adónde apuntamos? ¿Cómo persistiremos?
10.
Es el primer domingo después de la muerte de mi amigo. Debería ir a tomarme un café, sentarme en una mesa oculta, dedicarme durante horas a desenterrar momentos ahora un poco olvidados. Revivirlos, volver a habitarlos.
Intento imaginarlo en su auto, minutos antes del accidente. Intento imaginarlo una hora antes. ¿Qué hacía? ¿Dónde estaba? Aparece optimista, como siempre. Feliz. Sin tener ni la menor idea de lo que lo espera a la vuelta de la esquina. No debería hablar de mi amigo aquí. Pero ahora mismo me cuesta pensar en cualquier otra cosa.
11.
Debería condensar estos apuntes. Debería ser más directo, apuntar contra lo que repudio, disparar. Mencionar esas críticas o reseñas que se entretienen hablando de la clase social del autor y de detalles así, todos extraliterarios, mientras naufragan en torpes y obsoletas lecturas ideológicas. Mencionar esas otras críticas o reseñas vergonzosamente mal escritas, plagadas de errores elementales. Señalar que las ideas no tienen valor ni sentido mientras no haya detrás una obra que las respalde. Leyendo a cualquier de los escritores invitados al encuentro ya tengo un panorama de qué piensan sobre la literatura, cómo la conciben, qué esperan de ella. Lo que luego digan ellos mismos no importa tanto. Estos apuntes no importan tanto. Debería abandonar estos apuntes.
12.
Me pongo zapatos y una chamarra. Apago la máquina. Decido salir. A encontrarme con Mauricio, ese amigo querido al que ya nunca volveré a ver.
Noviembre, 2007.