11/16/2010 por Marcelo Paz Soldan
Reseña de El exilio voluntario

Reseña de El exilio voluntario


Dietario del inmigrante
Por: Lourdes González Herrero

Tanto se ha escrito sobre los exilios que resulta sorprendente la capacidad de Ferrufino-Coqueugniot (Cochabamba, 1960) para mantenernos en vilo durante la lectura de su novela El exilio voluntario, Premio Casa de las Américas 2009. Y si no bastara la tensión literaria de este título, en él tienen los lectores la vertiginosidad en la sucesión de acontecimientos y peripecias que constituyen su argumento, como vía para conocer la realidad a la que este autor llega por acto de decisión propia.
En medio de la vorágine que sus páginas conforman (una vorágine entendida como ejercicio literario contundente), encontramos un personaje central, Carlos Flores, asistido por decenas de inmigrantes que en los Estados Unidos buscan la vida en la sobrevida; esos inmigrantes representan países: México, el Ecuador, Nicaragua, Mali, Chile, Turquía, Esmirna, China, Vietnam, Perú, Guatemala, El Salvador, Honduras…, y por tanto asistimos a las diferencias que marcan sus exilios, determinadas por el orden social norteamericano. Y son estos personajes secundarios o cercanos los que proveen a la novela de experiencias desiguales, entregándonos un fresco en el que cada vez se hace más grande la palabra exilio. Cada uno de ellos tiene a su vez familias a las que llaman o de las que hablan, y con ellas se ensancha la misma palabra que los define como seres desplazados a una geografía que no logran aprehender nunca en su totalidad, una geografía en la que desde hace muchos años los negros son discriminados de forma brutal, y son esos mismos negros los que comparten con ellos, los inmigrantes, el trabajo, formando así lo que podría llamarse el caos de la marginación.
Carlos Flores es a la vez el personaje central, el autor de la novela y el narrador. Ese cambio en el punto de vista, dota a la historia de aproximaciones y alejamientos que permiten al lector un estado de atención continua, colocan a Carlos enfrente, al lado, lejos, hablando de él, hablando él, preguntándose, respondiéndose, en un juego literario perfectamente controlado por Ferrufino-Coqueugniot. A este modo de narrar le debe mucho la tensión argumental de la novela. El autor también realiza en algunos segmentos del libro ejercicios de pasado/ futuro con relación a la historia que nos cuenta, esto posibilita que en cada página conozcamos piezas del drama que nosotros mismos (los lectores, claro) vamos ubicando en nuestras mentes para alcanzar la plenitud de la narración.
Otro de los aciertos que esta obra entrega es el sistema de referencias históricas y sociales, capaces de ubicar los hechos sin necesidad de recurrir a tediosos discursos literarios, ni presentar opiniones festinadas.
Ferrufino-Coqueugniot es con evidencia un amante de la música, de la poesía y del cine. Este libro distinguido por la Casa de las Américas está permeado de esos conocimientos. En música va desde Gardel, hasta Pink Floyd y su Us and Them, Leonardo Favio y sus canciones populares, Atahualpa Yupanqui, Bob Dylan; en literatura hace que Carlos se queje de haber leído a H. P. Lovecraft: «ahora me siento perseguido por sus fantasmas»; anota versos de Lorca, Neruda, Miguel Hernández, Nicolás Guillén, e incluso cita una supuesta (o real) carta que le enviara Reinaldo Arenas desde la cárcel de su cuerpo, en la que le escribe: «Carlos, en el exilio uno no es más que un fantasma, una sombra de alguien que nunca llega a alcanzar su completa realidad; yo no existo desde que llegué al exilio; desde entonces comencé a huir de mí mismo».
Los goces cinematográficos ocupan también en El exilio voluntario una gran cantidad de líneas bien usadas, ya que se insertan en la realidad literaria, imprimiéndole plasticidad, dinamismo, y buscan sin dudas recabar la memoria fílmica de los lectores para ponerla en función del espejismo de los exilios narrados. Dice Carlos:
Cuando Robert Duvall, en The Apostle, gran actor y excelente filme, pone una Biblia en el suelo, delante de una topadora con la que un maniático quiere arrasar su pequeña iglesia, se muestra la Norteamérica mística y temerosa de Dios en toda su largura. Ese libro, El Libro, no podrá ser removido por nadie. Objeto mágico, despierta las vocaciones ancestrales de los sajones y sus esclavos negros [42].
Midnight Cowboy, Kubrick y Eyes Wide Shut, Frida con Salma Hayek van nutriendo de savia cultural una novela hecha para convencer y para entretener, como debe ser.
Planos muy líricos suceden cuando Ferrufino-Coqueugniot trata con el amor, lo convierte en patria, son momentos en los que la novela descansa entrañablemente en una (otra) hermosa búsqueda de la identidad, y uno puede sentir cerca las respiraciones satisfechas, uno ve las manos que descansan y recuerda los sabores de la sensualidad, sus valores, que hacen que aquella línea musical siga diciendo: «Todo lo que necesitamos es amor».
Me inclino, amanece sobre Tacoma Park y no extraño Bolivia, no recuerdo a mis padres, los amigos muertos, los vivos ni recuerdo porque el otoño que esta mujer consigo carga me arrebata, me sucumbe la vista de su espalda mientras por la ventana dora el sol [219].
Porque El exilio voluntario es un intenso viaje a la identidad, que casi a manera de dietario el autor ha ido creando y viviendo desde 1989, año en que Carlos Flores llega a los Estados Unidos, a fines del mes de enero, con las obras completas de Jorge Luis Borges y la poesía completa de Emily Dickinson.
Muchos años después de ese arribo, nuestro protagonista recibe la llamada telefónica de su amigo Elmer, dispuesto a regresar a su natal Cochabamba, patria compartida, y se produce un diálogo merecedor de aparecer algún día en una estricta antología de llamadas telefónicas literarias:
Quizás sea, antiguo amigo, edad de reemigrar, volver a las fuentes que se han secado y posiblemente inventar otras. ¿Nos sirvieron tantos años en los Estados Unidos? Acumulamos soledad, archivamos las voces, cortamos la fraternidad y los amigos de raíz [133].
Interesa de manera especial la sinceridad en esta narración. No le importa a Ferrufino-Coqueugniot facilitar esencias que a algunos lectores les parezcan molestas o licenciosas, su espíritu de novelista quiere solo permitir a su conciencia de hombre del siglo XX que obre en la escritura para que su testimonio literario sea realmente válido y verosímil. Por eso disfruta las descripciones orgiásticas y los manejos laborales de los inmigrantes, sobre todo aquellos que denotan las características del tiempo pasado con los amigos en distracciones y necesidades a las que ellos brindan soluciones.
En el panorama de la literatura latinoamericana, El exilio voluntario es una obra de muy estimable presencia, cumplidora tanto de las leyes que rigen el mundo de los escritores/lectores, como de las que rigen el mundo de las editoriales/mercado. Sus notables valores escriturales, la vertiginosa conducción de la historia, el valor añadido de la experiencia vital, el desenfado que se opone constantemente al rito lento de la teoría o del ensayo, los criterios sociopolíticos que aderezan los diálogos y las situaciones, hacen que este libro se convierta en una aleccionadora y atractiva compañía.
Quiero cerrar mi comentario con palabras de Ferrufino-Coqueugniot, que en algún momento del libro definen su condición de escritor y trabajador en el exilio:
Aquí estoy solo y nadie me regala nada y si he de devorar devoro, y matar mato y el mutismo de mi rostro refleja un cansancio moral. Sin embargo estoy feliz. Hay algo nuevo en este dramatismo laboral, aprendo.
Fuente: Revista Casa de las Américas #259-260, páginas 214-216 (enero-septiembre 2010)