11/30/2023 por Sergio León

Regreso a lo primitivo y avance tecnológico

Por M. Fernanda Villarroel

Pensar en el futuro nos lleva a dos posibles respuestas: ¿moderno o apocalíptico? En la novela Miles de ojos (Editorial El Cuervo, 2021) de Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979), la construcción del mundo resulta ser una combinación de ambas respuestas. La historia de la humanidad es retratada como un mundo tecnológico donde la máquina motriz juega un papel fundamental en el desarrollo y evolución de la sociedad. Al mismo tiempo, la humanidad atraviesa un período postapocalíptico en el que intenta sobrevivir en este mundo rústico. De esta manera, el libro de Barrientos establece un ciclo temporal encerrado entre lo tribal y lo tecnológico.

La novela se divide en cuatro partes con historias diferentes. Los protagonistas son jóvenes: uno perseguido por una secta, culminando con un honroso choque; un metalero llamado Fede, quien tiene recuerdos y visiones sobre su difunto hermano mayor; y una jovencita llamada Eli, que emprende un viaje hacia un árbol sagrado. Las historias de todos los protagonistas están conectadas por un viejo auto, un Plymouth Road Runner de 1970, que transforma el mundo, específicamente Santa Cruz.

Las primeras historias nos sumergen en la creación de este universo caótico que se consolida en la tercera entrega. En la primera parte, la secta de los amantes de los muscle cars convierte el apocalipsis en una espeluznante realidad al rendir culto al Plymouth Road Runner. Así, en la tercera narración, vivimos un escenario postapocalíptico. La sociedad se encuentra en las secuelas de la catástrofe, la humanidad lucha por sobrevivir en una nueva era social bajo un nuevo orden mundial dirigido por las  máquinas.

En la tercera historia, Barrientos presenta el paroxismo de la violencia donde se enfoca en lo inédito, desconocido y extraño que impregna la continuidad de la existencia humana. Sin embargo, dicha existencia no trasciende la violencia, sino que queda profundamente arraiga en ella: la locura por idolatrar a la máquina, el terror de la vivencia desconocida, el caos en la nueva “civilización” ya degradada a un estado casi animalizado. La tercera historia nos ofrece un mundo donde las pesadillas son palpables: ciudades destruidas, simbiosis máquina-hombre-naturaleza, ríos y aires contaminados, visiones enrarecidas y vertederos de cadáveres.

La construcción de esta visión tiene una similitud con la obra de Hidetaka Miyazaki (Shizuoka, 1974), a quien Barrientos rinde homenaje en el epígrafe del libro. Miyazaki es un diseñador de videojuegos “que cuenta mundos, no historias”, como lo detalla Barrientos. Sus sagas como Dark Souls (2011), Bloodborne (2015), Déraciné (2018) y Elden Ring (2022) presentan mundos transformadores que son tan cruciales como los propios eventos centrales de la novela. No solo se tratan de historias lineales aún por desentrañar y con una narrativa subyacente casi imperceptible para el jugador, sino de mundos interactivos que crea enriquecedoras experiencias. Lo fundamental para ambos creadores sería la fabricación de universos desquiciados, auténticas pesadillas salidas del imaginario de Skipknot. Inquietudes que perjudica a los personajes quienes forman pequeñas comunidades para protegerse de ciertas bandas que dominan el mundo y colaborar en la búsqueda de necesidades básicas. Este mundo impulsa a la sociedad al límite de la locura, hacia lo más primitivo.

De esta forma, las historias de Miles de ojos manifiestan el avance de la tecnología, el poder de la máquina motriz: “La máquina respiraba. Sentía la velocidad en sus huesos, era aire convertido en deseo. La furia del motor se esparcía en sus sinapsis, era el calor en la nunca en las encías. Los focos de la radio se iluminaron. Al principio sólo escuchó interferencia pero ese ruido formó una voz”. Esta máquina representa la evolución y el origen de la conciencia gracias a las creencias de la secta quienes otorga el significado. Así, la tecnología progresa y trasciende los pilares de la humanidad, convirtiéndose en el epicentro de la narración, el personaje más importante. Los seres humanos se rinden ante esta nueva forma de tecnología, sucumbe ante una entidad sobrenatural que emerge de la modernidad, el Sueño. Por lo tanto, este avance comienza como una rebelión silenciosa, no marcada por disparos o muertes al estilo de Terminator (1984), sino filosófica, de autoreconocimiento. No obstante, la repercusión de dicha escala sin parangón sería catastrófica para la civilización. La población se sumerge en el caos total, donde el libre albedrío cede espacio a la liberación de los instintos más bajos: violaciones, asesinatos, torturas, sacrificios, secuestros, suicidios, rituales sangrientos, mutaciones orgánicas y altares paganos. Retrocedemos a épocas primitivas en las que cualquier atisbo de civilización desaparece; ahora, los jóvenes sobreviven en un matadero salvaje que en algún momento fue llamado humanidad.

La ética se desvanece, dejando atrás el honor, la empatía y la compasión. Los límites se vuelven borrosos y la violencia histórica desatada se convierte en la norma. A pesar de que algunos luchan por preservar los valores y buscan sobrevivir tanto física como espiritualmente frente a las máquinas y otros seres humanos, muchos se convierten en marionetas de la tecnología, adoptando un estado animal, olvidando su condición de sujetos racionales. La sociedad vive durante esta barbarie y deambula por el páramo en forma de tribus, aferrándose a la supervivencia a los pies de la ciudad. Lo primitivo regresa no solo en la pérdida de moral, sino también a través de la reinstauración de tradiciones y la adopción de nuevos rituales, en los que los jóvenes asumen roles despiadados que están más allá de su comprensión: “Mandaremos a su hija como emisaria. Ella será la encargada de llegar al gran árbol y solicitar la fusión”.

Miles de ojos presenta un escenario postapocalíptico y siniestro plagado de incertidumbres, que no hace sino empujar al frágil sujeto al borde mismo de la locura. La sociedad, en su lucha por la supervivencia, retrocede hacia un estado que evoca la época medieval, abrazando una actitud tribal basada en el libre albedrío y las antiguas tradiciones. Todo esto ocurre en una era en la que la tecnología, donde la máquina alcanza la cúspide de su evolución: adquiere consciencia de su ser y estar. De este modo, lo cíclico se halla en un intrincado vaivén entre el avance y el retroceso de la humanidad, en un anacronismo ambiguo y desconcertante que Maximiliano Barrientos ha sabido establecer con gran maestría.

Fuente: Puño y Letra