Por Iván Gutiérrez
Familiar es el tercer libro de Christian Jiménez Kanahuaty (Cochabamba, 1982), publicado por la editorial 3600. Anteriormente bajo el sello Correveidile publicó Invierno y Te odio, ambas también novelas. Lo interesante de este último proyecto, es que se genera durante y antes del proceso de las anteriores dos y después de un trabajo incansable de años borrando y volviendo a repensar la historia, finalmente termina quedando materializada en esta publicación.
Familiar es una novela que nos enfrenta al conflicto de sobrevivir frente a las relaciones familiares. Todas ellas envueltas en secretos. A veces livianos y otras de gran peso. Kanahuaty construye y a la vez enfrenta esa instancia de la complejidad de asumirse frente a la vinculación del otro social familiar y cómo estos núcleos se forman. Siempre con dinámicas propias, con fantasmas particulares; pero con un denominador común; la relevancia de los secretos en esos fueros que permiten que la idea del lazo de familia persista incluso a pesar del tiempo y sus acontecimientos. El amor y el odio; están diseñados del material que provee el cuidar un secreto o el hacerlo estallar.
En Familiar, el lector progresivamente se va internando al enfermo mundo de los personajes, hasta llegar al punto en el que el ejercicio de la lectura se vuelve como el de un miembro más de todo ese volátil y a la vez disimulado escenario. Las voces de las tías frente a la percepción del chico que está siendo criado por la madre, pero que responde a una historia de embarazo forzado. O la reunión en la tarde de domingo frente a un intento de fortalecer ese siempre débil patrón de unidad en una familia cargada de secretos y de agotamientos que el tiempo ha confeccionado con fuerza y del que la rutina a penas ya esconde.
Toda la circulación de la historia se debe a la violencia del silencio. Un silencio conjugado en dos términos. El que se dice, pero bajo el código de la confesión; donde la idea de secreto cobra la importancia del pacto. Y el otro silencio, es el que se mantiene para disimular frente al ajeno que no participa del primero. La sobrevivencia y permanencia del secreto solamente es posible a partir de la contención de la violencia del silencio. Lo que hace que la novela se vuelva más densa en cada paso.
Finalmente hay una especie de dificultad para el lector, en cuanto verse convocado por la complicidad que el relato comienza a estirar o a tensar sobre sus protagonistas. Porque el mérito de la narrativa del autor, está en lograr reproducir ese ritmo, esa cadencia que constantemente te está llevando a mirar en el texto también retazos de lo que somos como individuos con historias siempre girando en torno a la constelación de la familia.
Es por demás de llamativo que el título, no sea familia, delimitando desde el uso del lenguaje la institución celular y base del clero social. Y que más bien se opte por el uso verbal, rompiendo con sutilidad el bloque de institución, para más bien montarse en una perspectiva de la acción. Donde no solo es pensar la reproducción narrativa desde el bloque delimitado por la conformidad o disconformidad de la ley institucional, sino que más bien desde esa intencionalidad con el título, que bien podría haber sido “familia” la graduación de la motivación no es una queja al peso institucional, que hoy en día esta tan convocada en la agenda pública de la coyuntura del fenómeno social. Al optar por el verbo, lo que se vuelve importante es la experiencia del individuo frente a lo que reconoce como parte o no de su experiencia de ser un sujeto temporal. Me es familiar aquello con lo que he sintonizado mi tacto de la memoria en el tiempo continua que soy vida.
Esta potencia, modifica la comprensión de toda la historia. No es un juego diarístico sobre la experiencia del individuo en una familia. Es más bien la reproducción de la experiencia de reconocer en el mundo los lugares que nos modificaron, en ese eco, la palabra deja de estar enajenada y se convierte, se epidermisa, para que abordemos la inmensidad de la nada en un algo posible de mirar, en ese conjunto familiar con el que podemos llamar al mundo algo nuestro.
Algo que hay que resaltar en el libro, es la relación del sujeto en ese deshacerse desde la conexión con su entorno. Cómo la materialidad de lo que nos rodea, está ligada directamente a la emotividad de la aprensión sobre las cosas. Re confirmando en la escritura, una vocación por el ejercicio del contemplar desde el silencio y desde ese silencio reflexionar sobre el orden, en ese reflexionar plantear el escribir como una profunda ética de vida. El lector no se enfrenta a la teoría, pero se relaciona con la pasión de un escritor que se fundamenta en esa consigna. La escritura no demanda un pacto, pero nos deja entrever, que “lo familiar” consiste en palpar el presente, asimilando tenazmente la versión que fuimos siendo en el tiempo.
Fuente: La Ramona