08/22/2014 por Marcelo Paz Soldan
¿Quién mató a Jim Morrison?

¿Quién mató a Jim Morrison?

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¿Quién mató a Jim Morrison?
Por: Alex Aillón Valverde

Pues nadie. Lo mató lo que mata a todos los hombres, me imagino. La muerte. Pero la Muerte que los quiere ver pronto a Ellos porque los extraña, porque le falta esa Gente divertida en el Infierno. Gente que le guste el otro lado del otro lado. Gente que no sabe para qué es que la mandaron a este mundo. Gente desubicada, desconectada, descontaminada, desconcentrada, desadaptada. Gente que no sabe qué hacer en este planeta lleno de capitalistas, políticos, curas y una gama infinita de cabrones afines. Gente que no sabe qué hacer, porque no son banqueros, y entonces se ponen a hacer canciones, poemas, cuadros y filosofía. Gente que se pone a inventar cosas que no funcionan, cosas fuera del catálogo de Amazon, cosas que no se venden ni se cambian, hasta que no las descubre Sothebys o alguna editorial extranjera o alguna disquera importante o el mercado a secas y entonces se van a la mierda, como nos vamos todos, en ese viaje maravilloso rumbo a las cloacas, que es la vida misma. La vida: la mejor y más grande cloaca del universo, señores. Gente que se pone a inventar formas de hacer y destruir el amor, nuevas formas del llanto, nuevas formas de la alegría y la euforia, nuevas formas de hacer café e infinitos porros en infinitas tardes de lluvia. Gente que le gusta caminar en los parques y besarse en los parques y ser parte de los parques como hojas que caen en otoño o como perros callejeros o como bolsas de basura que no recogieron en la madrugada, mientras el mundo dormía para volver a ser mundo al día siguiente, para volver a producir toda la mierda que esta Gente transformará en base a la locura, el talento y el desconcierto, en una cosa que brilla en medio de la oscuridad, como un diamante loco ¡sí! ¡eso! ¡como un diamante loco, Sid! No, no fue el novio de Marianne Faithfull el que mató a Jim Morrison, como no fue la CIA la que mató a Marylin, como no fue su propio vómito lo que mató a Hendrix o a Jhonn Boham o a Janis, como no fue su propia mano la que mató a Cobain o al viejo Hemingway, ni tampoco Delleuze saltó por la ventana porque le dio la puta gana. No, no fue Van Goh el que tiñó de sangre un campo de trigo de Auvers sur Oise solo para hacer el mejor cuadro de su vida: el de su propia muerte; ni Virginia Wolf se sumergió a las aguas calmas del río Ouse una mañana de marzo pensando que podía ahogar con ella la locura de este mundo; como tampoco Horacio Quiroga quiso abandonarnos en medio de nuestra propia selva brindando con nosotros y por toda la eternidad con un vaso lleno de cianuro. No. Lo que pasa es que esta Gente a la mayoría de la gente común no le hace falta. Los ven como un puñado de locos sicóticos, buenos para nada, borrachos, drogadictos, amorales, delincuentes, pesados, atorrantes, deleznables y otra serie de adjetivos propios de la gente que se cree gente. Entonces pasa que la Muerte, que es muy cabrona, se da cuenta de que ya le van faltando los suyos en su cantina y entonces los va llamando de a poco, no sin antes dejar claro cómo es que se van los elegidos: dejando el rastro de su sangre radioactiva en las carreteras, la desconcertante luz de la oscuridad y la locura en nuestras pupilas y la sensación de que otro mundo en verdad es posible, sí, pero otro mundo más allá de este mundo.
Sucre, agosto 2014
Fuente: Ecdótica