La narrativa de Pedro Albornoz Camacho se caracteriza por sus personajes atípicos, sus escenarios atípicos, un manejo magistral de la digresión, diálogos y monólogos dinámicos y, sobre todo, por un manejo sofisticado del humor negro. Nació en Cochabamba en 1970, pero pasó casi toda la primera parte de su vida en el exterior. Si bien su incursión en la narrativa es relativamente reciente – ganó el Premio Franz Tamayo en 2014 por su cuento “El otro muro”, un relato fantástico en el que explora, la naturaleza de la creación de la obra de arte; este es un tema que comparte con su primera novela, Mach 1, galardonada con el Premio de Novela Marcelo Quiroga Santa Cruz en 2020 y, recientemente, premio que volvió a ganar por segunda vez el 2021, con su segunda novela Diablo que baila bajo la luna – lleva escribiendo y publicando artículos académicos desde hace más de veinte años en distintos campos, desde la crítica literaria y de arte hasta la historia boliviana.
– Recientemente dijiste que el humor boliviano puede ser tan fino como el inglés. ¿Cómo es que llegas a esta conclusión, alguna influencia literaria?
Sí y no: por un lado, crecí en una familia donde, si no tenías un buen sentido del humor y capacidad de réplica inmediata, no sobrevivías el almuerzo. Mi padre podía pedirte que le pases la sal mientras te decía las cosas más incisivas, más irónicas, ingeniosas y sarcásticas con gran sutileza y elegancia, sin la mínima expresión en el rostro; y mi madre no solo remataba, sino incluso a veces volcaba el comentario contra mi papá con la misma destreza o redirigía hacia alguien más. Nadie en la mesa estaba a salvo, no una vez que habías entrado en confianza, porque se esperaba que participaras.
A mis quince años, nuestro profesor de literatura inglesa nos hizo leer “La importancia de llamarse Ernesto” de Oscar Wilde y mi mundo cambió. Entendí cómo el humor bien logrado te permitía volar bajo el radar y decir abiertamente las cosas más terribles con ecuanimidad, cuando no con una sonrisa beatífica. Claro, muchas veces mi boca es más veloz que mi cerebro y termino metiéndome solito en agua hirviendo. Pero al menos puedo reírme cuando lo hago.
– Lo que me dices parece describir al personaje principal de tu segunda novela, Diablo que baila bajo la luna, a la perfección.
Sí, pero yo no soy ella. En realidad la basé, al inicio, en una de mis mejores amigas de colegio, que también tenía el mismo tipo de humor negro y sarcástico; a medida que evolucionaba, sin embargo, cobró su propia personalidad. También tiene mucho de mi madre: a sus 83 años, su mente sigue tan lúcida y afilada como una daga, y mantiene su don para la risa y para hacerme reír en el peor momento, muchas veces a costa mía y en público. Así que veo en esta segunda novela un homenaje a todas estas mujeres fuertes que me rodean y me rodearon a lo largo de mi vida.
– Tu primera y segunda novela ganaron el premio de novela en años consecutivos. Noto que la primera tiene un concepto y tratamiento drásticamente diferente de la segunda, que es lineal. ¿Cuál escribiste primero?
Técnicamente, comencé escribiendo Mach 1, pero como requería un tratamiento muy distinto –en esta novela juego sutilmente con la cronología e intercalo tres voces distintas que precisaban un trabajo meticuloso para lograr tonos específicos – me comencé a bloquear y, como digo en El otro muro, el peor crimen que puede cometer un escritor es dejar de escribir, así que inicié un segundo texto, completamente distinto aunque con un personaje y un escenario compartido, a manera de mantener el motor funcionando. En un inicio pensé en unirlos como un solo texto, pero a medida que progresaban, me gustaba que fueran obras separadas. Así que llegó un momento en que escribía ambas al mismo tiempo. Fue un proceso caótico al inicio, pero luego me di cuenta que era como mantener un diálogo productivo con dos personas al mismo tiempo, ya que escribir un texto me ayudaba a resolver problemas en el segundo, y viceversa.
– En tu cuento “El otro muro” abordas el bloqueo de escritor. ¿Es este un problema que enfrentas de manera recurrente? ¿Cómo lidias con él?
Solía pensar que sí hasta que me di cuenta de que, al menos en mi caso, el bloqueo no es más que mi mente resolviendo un problema, cartografiando una ruta narrativa, como cuando tu computadora se congela. Solía ser una fuente de frustración hasta que me di cuenta que esto solo me ocurre cuando escribo narrativa, no investigaciones ni crítica, ya que cuando escribo textos académicos trabajo con una fecha de entrega bastante estricta y no me puedo dar el lujo de retrasarme. “El otro muro” me sirvió para conocer la naturaleza real del problema, y mis dos novelas me permitieron poner a prueba lo aprendido. La clave consiste en persistir, no dejar de escribir, aunque no sea lo que habías planeado originalmente. También es importante acoger el bloqueo, pero reconocerlo por lo que es: una pausa momentánea que te servirá para tomar impulso, para resolver los problemas en los que metiste a tus protagonistas.
– ¿En qué difiere tu proceso de escritura cuando haces crítica y cuando haces narrativa?
Por sus parámetros académicos, la crítica me parece mucho más fácil, ya que la escribo luego de haber resuelto al menos parcialmente la lectura de una obra: trabajo hacia un horizonte que, aunque no se halla bien definido, sí lo percibo intuitivamente. Cuando hago narrativa, por el otro lado, no sé en qué me estoy metiendo: debo descubrir quiénes son estos personajes, dejarlos desarrollarse por su cuenta con la mínima intervención mía.
– Percibo que el arte y la reflexión sobre este es una vena recurrente en tus relatos ¿Crees que es posible que estos dos modos de escritura se junten explícitamente alguna vez?
Sí, lo es. En mi novela Mach 1 me inspiré muchísimo en mi experiencia en el círculo de las artes, particularmente en los discursos que circulan, muchos de ellos sobreintelectualizados a propósito ya sea como un mecanismo de defensa de los egos débiles que creen que usar palabras difíciles con definiciones convenientemente ambiguas les hará parecer más inteligentes; aunque por lo general hallo que esto ocurre cuando no se tiene bien resuelta la reflexión y se debe mantener la apariencia de ser especialistas. Esto generalmente lo logran repitiendo ad nauseam que obtuvieron su título en Inglaterra o que tienen alguna credencial que debería de infundir miedo. Uno de los protagonistas de mi primera novela se encarga de desmenuzar estos discursos y para ello recurre a un lenguaje sencillo, a anécdotas engañosamente banales. Así que podríamos decir que Mach 1 es una extensión de mi trabajo como crítico. Asimismo, también he usado la escritura académica para expandir mi narrativa y alejarme del texto frío, cerebral, impersonal. Esto se nota, particularmente en Teatros de perfecto silencio, en el cual busqué alejarme de mi zona de confort y decidí asumir un tono más confesional e intimista, al recurrir a mi autobiografía para detonar lecturas e interpretaciones no solamente de obras de arte contemporáneo, sino de fenómenos como el baile caporal.
Fuente: elduendeoruro.com/