08/21/2007 por Marcelo Paz Soldan

Palacio Quemado

Acerca de esos intelectuales que comen parrilladas en Palacio Quemado
Por: Miguel Lundin Peredo

Leí la última novela de Edmundo Paz Soldán, fascinado por todo lo que se puede averiguar sobre la vida de nuestros presidentes. Considero a esta novela necesaria en nuestra narrativa para entender los cambios sucedidos desde la supuesta muerte del neoliberalismo el 2000 con lo que se conocería en Bolivia como la “guerra del agua”.
Siempre he pensado en esos hombres que tienen facilidad para escribir discursos que llegan a inmortalizarse en la voz de un líder carismático, esos intelectuales que escriben para dictadores que luego queman sus libros.
El personaje de Oscar, un historiador que ingresa a trabajar a UNICOM, es el reflejo inevitable de una historia de siglos de interés intelectual por las parilladas que se pueden comer en los palacios presidenciales de cada nación latinoamericana.
Esta novela es una ficción que puso a Bolivia en las noticias internacionales en canales como CNN o BBC durante semanas en el transcurso del 2003, los hechos de lo que se conociera como la “guerra del gas”, serían el detonante que Paz Soldán necesitaba para comenzar a escribir un antiguo proyecto de novela basado en las memorias de su tío Fernando Diez de Medina que escribía las frases que pronunciaba en sus discursos el dictador militar boliviano Omar Barrientos.
La novela nos permite conocer un mundillo político donde la violencia demuestra que las teorías de Albert Camus son muy anticuadas en situaciones de crisis y paranoia presidencial.
El personaje vive buscando datos que le permitan conocer la verdadera razón por la que su hermano mayor Felipe se suicidó en el mismo lugar donde trabajaba su padre, aquel palacio donde terminara sus últimos días intentando salvar su honor y dignidad de la despiadada historia boliviana que castiga a sus tiranos y traidores.
Los discursos de Oscar reflejan el espacio interior de un hombre que sueña con las palabras que pueden cambiar la historia de Bolivia y que sabe que la cobardía de permitir que otras bocas se proclamen como dueñas de esas ideas de una nación maravillosa es su eterno castigo existencial.
El mismo hecho de escribir frases deslumbrantes para otros que no pueden escribir una carta de felicitaciones para el cumpleaños de sus propios hijos, es una especie de castración intelectual donde se pierde el derecho de ser recordado por las generaciones futuras.
Oscar intenta refugiarse en una relación sexualmente delirante con Natalia, el recuerdo de un fracaso matrimonial y un hijo son detalles que lo anestesian emocionalmente y no le permiten ser más tolerante con sus sentimientos que tiene que ocultar de la mujer que cree amar en un momento donde la soledad había consumido sus esperanzas de encontrar a su compañera.
La novela documenta admirablemente cada fragmento de la historia privada del Palacio Quemado de Bolivia, se habla de sus momentos de fracaso y de gloria. Canedo de la Tapia sólo quiere seguir gobernando Bolivia y por esa razón aprueba la violencia homicida de El Coyote Peña que cree que no se pueden hacer tortillas sin romper algunos huevos, Mendoza comenta que se está hablando de vidas humanas y no de huevos de gallina. Mendoza es el personaje intelectual que ha llegado a la política y no sabe como sobrevivir en un lugar donde la ética no vale ni siquiera un sandwich de chola.
Palacio Quemado es una novela sobre política que podía haber sucedido en cualquier lugar de Latinoamérica y que tiene los ingredientes de un thriller político que mantiene al lector con los ojos abiertos a medida que los capítulos se suceden.
Tal vez en alguno de nosotros se oculta un hombre como Oscar que sueña con fines de semana de parilladas y cervezas en el Palacio Quemado, pero que no es responsable del rumbo de su conciencia golpeada por la verdad de que esa vida que sólo es una forma de estar más cerca del poder y sobrevivir hundiéndose en las puertas de ese lugar odiado y admirado por cada boliviano que sabe que su destino depende de una firma presidencial. Estamos obsesionados con el poder y no nos importa terminar colgados de un farol si esta muerte nos pone en la lista negra de la historia latinoamericana. Porque incluso los que han trabajado para dictadores son recordados por el pueblo que los ejecutó.