12/30/2009 por Marcelo Paz Soldan
OJO DE VIDRIO

OJO DE VIDRIO


Encomio de Adolfo Cáceres Romero
Por: Ramón Rocha Monroy

Adolfo Cáceres Romero acaba de ganar el Premio Nacional de Novela “Marcelo Quiroga Santa Cruz”, que otorga la Alcaldía de Cochabamba. Doble motivo de regocijo, por el renombre del ganador, que prestigia este concurso.
Cáceres Romero es un firme candidato al Premio Nacional de Cultura. Es ejemplar su dedicación al estudio de la literatura boliviana, no menor a su vocación literaria, que se inició con los mejores auspicios en la década del 70, junto a Renato Prada Oropeza, otro novelista boliviano de renombre. Cierta vez lo entrevisté en 1983 para la Televisión Universitaria, en un programa que se llamaba “Gente”, en este caso, “que escribe”, y que constaba de una semblanza inicial y un cuento leído por el autor. Por él habían pasado Néstor Taboada, Alfredo Medrano y Enrique Rocha. Lo visité en su casa y me conmovió el aire recoleto de su biblioteca, donde Adolfo pasa todavía largas horas investigando, apuntando y escribiendo valoraciones sobrias e inteligentes, o bien aprovecha el silencio para su viejo amor por la musa.
Este es uno de los casos que me reafirma en una vieja convicción: Adolfo merece el Premio Nacional de Cultura por la latitud de su obra, que vale más que uno que otro éxito o pico. La suya es una obra de vida, que ha sobrepasado el medio siglo de dedicación a la narrativa y a la crítica literaria, amén de la docencia.
Esta vez ganó el Premio Marcelo Quiroga Santa Cruz con el seudónimo de Kipukamayu y la novela El charanguero de Boquerón, título que se añadirá a su vasta obra narrativa y a su monumental estudio sobre nuestra literatura en su Nueva historia de la literatura boliviana, el Diccionario de la literatura boliviana (1997) y las antologías Poesía boliviana del siglo XX (Edición bilingüe español-francés), Poesía quechua en Bolivia y Poesía quechua del Tawantinsuyo.
El episodio central de la Guerra del Chaco, comparable, según Adolfo, a la defensa de las Termópilas por Leónidas y sus 300 espartanos, muestra la épica vitalidad de esa guerra que signó nuestra historia, no por el enfrentamiento con un país hermano sino porque fue el primer cónclave nacional de todas las clases y culturas del país, uniformadas por el rasero del alistamiento como soldados de la patria. Esa generación volvería con otra conciencia sobre la impostura de la oligarquía y la defensa de los recursos naturales, que se inició con el petróleo, que continuó con la nacionalización de las minas y hoy persiste en la defensa de la tierra y el territorio, del subsuelo (gas, agua y minerales), de los bosques, del medio ambiente, pero sobre todo, de los recursos humanos.
Adolfo ya demostró su maestría para la novela histórica en La saga del esclavo, una de las novelas históricas más importantes de la literatura boliviana con Juan de la Rosa, de Nataniel Aguirre, y La huella es el olvido de Gonzalo Lema.
Lo veo en la calle, en un acto, en la testera de una conferencia o simposio y pienso que Adolfo es un patriarca de las letras bolivianas.
Fuente: Ecdótica