09/11/2020 por Sergio León

Nuevas reflexiones sobre tres autores clásicos

Por Erika J. Rivera

En estos días se ha publicado el texto Arguedas, Tamayo y Reinaga (La Paz: CIS 2020) por los jóvenes autores Pedro Brusiloff, Vladimir Torrez y Sergio Barnett. Se percibe claramente que Alcides Arguedas, Franz Tamayo y Fausto Reinaga se han transformado entre tanto en clásicos de la literatura y de las ciencias sociales bolivianas. Un clásico es aquel autor que a través del tiempo nos sigue interpelando, pese a las largas décadas que han transcurrido y a las diferencias, o mejor dicho, a los abismos ideológicos que nos separan de él. Efectivamente: este nuevo libro contiene una cartografía sistemática de los argumentos y contrargumentos que la crítica posterior y los compendios de historia desarrollaron sobre estos autores. 

   Arguedas, por ejemplo, sigue vigente porque los problemas que él ha tratado continúan perturbando el ánimo intelectual boliviano. Como dice Brusiloff, Alcides Arguedas aún es “el escritor boliviano más comentado del siglo XX”. Tanto sus métodos historiográficos (si es que estos han existido), como sus intenciones políticas e ideológicas han sido cuestionadas como desactualizadas y alejadas de la cientificidad alcanzada en la actualidad. Lo que hace importante a Arguedas es el estudio crítico de las mentalidades de su época, que han cambiado poco hasta el día de hoy. 

   A esto yo me permitiría añadir un aspecto nunca mencionado de la obra de Arguedas, que tampoco toma en cuenta el autor Brusiloff, pese a toda su erudición. Sostengo que Arguedas puede ser considerado como el primer teórico del feminismo desde el campo de la cultura en sentido amplio. Su obra Pueblo enfermo contiene un capítulo profundo en observaciones de hechos recurrentes sobre la situación degradada de la mujer en su época, con algunas ideas interesantes para mejorar su condición en el terreno de la educación y en su autopercepción y autovaloración. En esa obra Arguedas tematizó de forma pionera la cosificación del cuerpo femenino, la primacía de las apariencias, la banalidad de las modas y la falta de interés por una formación intelectual.  

No es casualidad que hasta hoy, en un medio machista como sigue siendo Bolivia, prácticamente nadie haya reparado en este texto iluminador de Arguedas.

   Brusiloff elabora una secuencia sistemática de las distintas posiciones a favor o en contra de Arguedas. Es importante mencionar que la mayor parte de los intelectuales que se ha ocupado de la obra de Arguedas, la ha calificado como “la ideología de la casta señorial de la oligarquía minero-feudal”, como lo hicieron Augusto Céspedes, Carlos Montenegro, René Zavaleta Mercado y muchos otros. Recién en los últimos años han aparecido textos que consideran a Arguedas un precursor en el estudio de la mentalidad colectiva predominante en el país. 

En lugar de enfatizar “el espíritu extranjerizante de la casta colonial” (Augusto Céspedes), autores como Salvador Romero Pittari, H.C.F. Mansilla y Marta Irurozqui señalan el carácter precursor de la teoría arguediana, a pesar de sus falencias metodológicas. Arguedas no conoció, evidentemente, el trabajo archivístico de los historiadores ni la metodología de las ciencias sociales. 

Arguedas, sin embargo, llamó poderosamente la atención hacia los aspectos reiterativos de una mentalidad cerrada sobre sí misma, anticosmopolita y en el fondo conservadora, que atraviesa todas las capas sociales y las ideologías políticas de la nación boliviana.

   Interesante resulta el ensayo de Vladimir Torrez, quien investiga el caso complejo de Franz Tamayo, quien puede ser visto simultáneamente como el defensor de lo indígena, pero también como el propagandista del “germen autoritario en Bolivia”. 

Como afirma Torrez, recuperando a Guillermo Francovich, Tamayo fue inspirado por autores alemanes que lindaban en el racismo. “Tamayo habría hecho suya la idea de que el sacrificio de los pueblos era la clave que los guiaría al progreso y no así la inteligencia tan alabada por el intelectualismo y el cientificismo de su época”. Tamayo ha sido la base de una construcción importante de mitos nacionales que perduran hasta hoy.

   A ello habría contribuido, según Torrez, y sin quererlo, Fernando Diez de Medina, con su biografía al modo fantástico: Franz Tamayo. Hechicero del Ande. Pese a algunos reparos, autores nacionalistas como Carlos Montenegro y Augusto Céspedes continuaron la obra de enaltecimiento nacionalista, antiliberal y anti-occidental de Franz Tamayo. Una de las partes más interesantes del libro es la cuidadosa reconstrucción que hace Vladimir Torrez de los complejos vínculos entre Tamayo y los nacionalistas que lo intentaban usar instrumentalmente. Poco a poco se ha desarrollado una desmistificación del “redescubrimiento de lo telúrico”. De aquí surge también, paradójicamente, el uso ideológico de Tamayo por los indianistas y populistas, que retoman incesantemente la figura tamayana del “indio redimido: puro estoico, fuerte y sobre todo, adaptado a las duras condiciones de vida y de trabajo de su entorno natural”. 

Torrez también reconstruye el teorema de H.C.F. Mansilla, quien ha visto en Tamayo uno de los renovadores del conservadurismo clásico y también como el germen del autoritarismo que permea a toda la sociedad boliviana. Torrez admite que Mansilla percibe a Tamayo como uno de los intelectuales que “produjo un cambio en la concepción dominante hasta 1910, que consideraba al indio como un Otro pasivo e intrascendente”.

   La relevancia de Tamayo, como señala Torrez, reside en su carácter como precursor del indianismo actual. Así es como lo ven Leonardo García Pabón, Javier Sanjinés y Fernando Molina. Este conservadurismo renovado y modernizado, pero inspirado por Tamayo, es el que predomina hasta hoy. La obra de Tamayo ha experimentado, como dice Torrez, un “giro epistemológico”, el cual intenta revalorizar una concepción indianista, pero adaptada a las circunstancias democráticas y pluralistas de hoy. En el debate contemporáneo, como dice el autor, se discute “el valor de la defensa tamayana del indio abstracto”. Entre los defensores contemporáneos de Tamayo se ha silenciado sistemáticamente las expresiones despectivas de este último acerca de la limitada intelectualidad del indio, y se ha ensalzado el lado positivo de la resistencia y perseverancia de los indígenas frente al imperialismo cultural que representarían las ideas y los modelos de la cultura occidental.

   Sergio Barnett hace un estudio de la obra de Fausto Reinaga, señalando los aspectos que aún hoy son relevantes para la conformación de la izquierda encarnada en el Movimiento al Socialismo. Este renacimiento de Reinaga, nos dice Barnett, nos obliga “a revisitar y discutir las tesis de Reinaga”. La extensa creación reinaguista es analizada por Barnett estudiando simultáneamente la vida del gran indianista y sus cambios ideológicos. 

   Se hace evidente que Reinaga representó en su época el intento de hacer justicia a la población india del país y revalorizar su importante rol histórico. Barnett afirma que las obras de Reinaga tenían “la cualidad de un hacha que quiebra el mar helado de los prejuicios”. 

Al mismo tiempo hay que recordar, sin embargo, que este propósito fue compartido por muchos escritores que hoy no recordamos, como Tristán Marof y Daniel Pérez Velasco, quienes en su momento dialogaron largamente con Fausto Reinaga. He intentado salvar este diálogo del olvido en mi artículo “Los problemas existenciales de Reinaga y Marof” (Página Siete del 23 de septiembre de 2018), mostrando a Pérez Velasco como el antecesor del indianismo mediante su obra La mentalidad chola en Bolivia.

Fuente: Letra Siete