Por Clevert Cárdenas Plaza
Las ciudades son un condensado reflejo de las tensiones políticas, económicas y culturales de los estados nacionales que comenzaron a rebasarse a sí mismos. En su crecimiento ruidoso ya no se reconoce el sosegado pasado colonial y los materiales que lo hicieron aparecen transformados. El anhelado desarrollo o modernización, se vislumbra como amenaza, sin embargo, habría que preguntarnos si no es precisamente esta pluralidad de voces habitando un mismo espacio la que creó lo realmente nacional en Latinoamérica.
Así, lujo y pobreza, desarrollo y marginalidad serán los indicadores de una nueva forma de concebir la ciudad, aunque ello implique toparnos con contradicciones internas, y posiblemente esa sea su naturaleza. No es extraño por lo tanto encontrar en nuestra literatura latinoamericana a los personajes de Roberto Arlt, la violencia de las novelas de Mario Vargas Llosa y en nuestro contexto los conventillos de René Bascopé, El Polifuncional de la Ceja de El Alto, de Adolfo Cárdenas, por nombrar algunos escritores de la literatura canonizada. Tampoco es raro encontrar referencias urbanas más próximas, en tiempo y espacio, como la ciudad de El Alto, Chasquipampa y la Garita de Lima. Es que la ciudad entra en la literatura por los caminos del desarraigo, coincidiendo con la creciente modernización como dice Fernando Ainza. Modernización que, en nuestro caso, creó nuevos barrios, incluso una nueva ciudad alejados del centro urbano, expandiendo así la cartografía de la ciudad; redimensionando de muchas maneras la identidad misma de La Paz.
Volviendo a citar a Fernando Ainza, esta geografía emergente no se enfrenta a la “pulsión que desestructura la tradición patricia latinoamericana, la invasión a los espacios prohibidos, la democratización torcida (pero democratización al fin)”, pensamos también que la misma provee a la literatura urbana de nuevos materiales, temas y personajes.
Muchas cosas nos trajo el “progreso” una de ellas es el cambio en la cartografía de las ciudades, el crecimiento demográfico y junto con ello otras visiones de mundo, otras perspectivas. La ciudad en este sentido se configura a partir de quiebres y migraciones, de proliferaciones y expansiones, de arraigos y desarraigos. No es raro que la literatura también haya experimentado cambios, tanto en las perspectivas, en los personajes y en el espacio que de muchas maneras recrea. Esos cambios en la geografía de la nueva literatura son resultado de un largo proceso que tiene que ver con los protagonistas de estos nuevos espacios. Sean estos los mismos escritores o sus personajes. Claro que esto empieza con la naciente modernidad de principios del siglo pasado: Sotomayor, Suarez y tantos otros.
De hecho, Sotomayor, en sus Añejerías paceñas a principios de siglo explora los extramuros de la ciudad aunque su referente sea colonial. Su obra deambula tanto por el centro como por los márgenes de la ciudad. No podemos dejar de mencionar a Saenz, cuyos personajes nos llevan por los espacios laberínticos de una ciudad, hasta ese momento desconocida.
Por otro lado, tenemos la obra de Bascopé que recrea la decadencia de una sociedad o su desplazamiento a través de sus conventillos. Con Adolfo Cárdenas, el recorrido de la literatura hacia los márgenes o hacia los extramuros se acentúa, de ahí tenemos que sus personajes transitan entre el Polifuncional de El Alto, la Garita de Lima y otros espacios marginalizados. Posteriormente Viscarra explora un submundo marginal y violento, la noche y el desarraigo forman parte de una propuesta literaria sórdida. Es evidente que nuestra literatura cobró nuevos aires, nuevos paisajes y nuevos colores, el recorrido del centro a los márgenes ocupa ahora el foco de una literatura emergente.
Como dice Ainza, el espacio urbano nunca es neutro, hay inscripciones sociales que asignan, identifican y clasifican todo asentamiento. Hay relaciones de poder y presiones sociales que se ejercen sobre todo núcleo urbano. La literatura, desde la ficción, recrea esas contradicciones de muchas maneras y a partir de muchas miradas.
En los últimos años hemos visto el devenir de una nueva literatura, que transformó en material estético espacios poco explorados por la narrativa de nuestro país. Se podría hablar de nuevas cartografías de la ciudad para mencionar que se evidencia una transformación en cuanto a los tópicos tradicionales. Esta nueva estética surge desde el espacio de la enunciación, donde lo sórdido ya no es el foco de atención para ficcionalizar el mundo. Vemos en esta literatura la intención de narrar el problema de la condición humana desde otros puntos de vista y perspectivas. Hay un evidente descentramiento, autores que desde sus respectivos espacios descubren las otras formas de ser de esta ciudad.
De algún modo, se comprende que el lugar es el elemento fundamental de toda identidad, pero también el lugar sirve para instaurar otras escrituras.
En la última década han surgido grupos de jóvenes escritores que crean sus ficciones a partir de referencias a espacios urbanos que emergen como la prueba misma de que la ciudad también está constituida por otros paisajes y otras formas de habitarla. De esta manera tenemos a Chasquipampa y el barrio de Santa Fe en la narrativa de Rodrigo Urquiola; o la ciudad de El Alto y la zona Sur en las obras de Gabriel Mamani, Raymundo Quispe y Daniel Averanga. Sin embargo, como podría decir Antonio Cornejo Polar, no se trata de escrituras heterogéneas, de aquellos que escriben desde el centro sobre los márgenes; se trata de escritores inmersos en el espacio desde el que escriben. Hay en esta narrativa una apuesta por el arraigo, la mirada emotiva, el conocimiento intrínseco de los tipos humanos que ficcionaliza.
El punto de vista no es vertical y mucho menos estereotipante sobre lo que es o puede ser un personaje o un barrio. Ashly, el personaje central de un cuento ganador de Urquiola, es muy humana, con luces y sombras, no pesa sobre ella la mirada prejuiciosa e inquisidora, sino la comprensión de un narrador equisciente. Por otro lado, el Tayson, de Gabriel Mamani, se presenta como una adolescente conflictuado por su identidad y sus circunstancias de migrante que retorna a la tierra.
Definitivamente, la cartografía de la literatura cambió, pero también cambió la actitud del narrador hacia los personajes que se desplazan y viven fuera del centro urbano. Ya no se recrea la sordidez, sino la condición humana de sus protagonistas. Existe una intención de redimensionar a los personajes, revelar su complejidad y conflictividad. La ciudad como espacio convoca a muchas miradas y una de ellas es la de estos jóvenes escritores. Por supuesto este breve texto se limitó a presentar solo una muestra representativa de los caminos por los que se desplaza la literatura actual. Queda el compromiso de explorar otros ámbitos y autores de nuestra literatura contemporánea.
Fuente: Letra Siete