09/09/2019 por Marcelo Paz Soldan
Añejerías paceñas o la necesidad del ser paceño

Añejerías paceñas o la necesidad del ser paceño


Añejerías paceñas o la necesidad del ser paceño
Por: Cleverth C. Cárdenas Plaza

Esta breve reflexión es sobre la obra de don Ismael Sotomayor –historiador y tradicionista, papelista y coleccionista, escritor y periodista, es imposible definirlo del todo– y su obra más famosa: Añejerías paceñas, que fue publicada en 1930; se podría decir que el texto llega tarde a La Paz porque se escribió avanzado el siglo XX, considerando que Arzáns escribió Los anales de la Villa imperial de Potosí entre 1705-1736, o que a Palma le publicaron las Tradiciones peruanas entre 1893-1896. Se lo había concebido como un corpus de tradiciones urbanas que tenían un fin diferente: remover el espíritu paceño en una época signada por la modernización.
Pero, vamos por partes, don Ismael Sotomayor nació en 1904, cuando Bolivia firmó el vergonzoso Tratado de Paz y Amistad con Chile, pero también cuando La Paz comenzaba su vida como sede de Gobierno y su élite política se dedicó a inventar su modernidad. No sólo se estaban produciendo algunos soberbios debates racionalistas, una literatura moderna, una estética pictórica, también se estaba construyendo un referente sobre lo nacional.
Cuando Sotomayor crecía, el Estado moderno occidental se abría paso por las calles coloniales y republicanas de una urbe que más parecía un pueblo. Y esa ciudad ansiaba revelarse al continente como una nación en el concierto de las naciones modernas. No es nada casual que en el transcurso de esos años se construyeran el tranvía y el ferrocarril; o que en esos precisos años se abriera el paseo de la Alameda y el Prado y se hubiera edificado el Palacio Legislativo.
Mientras crecía el joven Ismael Sotomayor la ciudad se modernizaba y, como suele ocurrir en esos casos, comenzaba a olvidar su pasado para inventarse a sí misma como una urbe moderna.
Por eso no debería sorprender que en esos años Ismael Sotomayor, con apenas 26 años, publicara una colección de artículos que los venía presentando en la prensa paceña en el lapso de los dos años anteriores. Es decir, con sus 24 años evidencia ese gesto del coleccionista, como lo describe Omar Rocha, porque procura conservar el alma de la ciudad. Un alma que para él estaba cifrada en bibliotecas y archivos imposibles, olvidados, extraviados o robados; un alma que se encontraba en lo más oculto de las tradiciones que poco a poco iban cediendo al paso de las grandes transformaciones que la modernización imponía. Precisamente, la ciudad que Sotomayor conoció estaba desapareciendo y parece que él quería retenerla, en el peor de los casos anhelaba preservar su memoria.
Acá corresponde sincerarse, ¿debemos comprender la obra de Sotomayor como un hecho aislado, como si se tratara de un alma atormentada que produce una obra de tamaña dimensión así porque sí? o ¿produce su obra dentro de un contexto intelectual, escritural o artístico? Particularmente partiría de la consigna de que por extraños caminos, don Ismael Sotomayor con las Añejerías paceñas y con toda su producción intelectual posterior, se articuló a su época y a las preocupaciones de la “ciudad letrada” porque asumía que formaba parte de la generación del centenario.
En tal caso, la producción intelectual de Sotomayor entraría en correspondencia a un momento político o a un momento ideológico, o por lo menos, se adecuaría a una estructura. Naturalmente, esa opción implica revisar los antecedentes y las pistas narrativas de su obra; sin embargo, más allá de rastrear su filiación o su biografía, cosa que facilitaría una interpretación especulativa, debemos proponernos revisar la obra y las pistas que ofrece.
Sotomayor tiene mucha claridad sobre su intención, es decir, no está escribiendo simplemente para el divertimento, sino para rescatar algo del pasado nacional. Por ejemplo, en el Proemio de las Añejerías paceñas, dice: “En efecto, quien esta colección de articulejos la tuviere entre manos, de acuerdo estará conmigo en que las costumbres, las creencias religiosas, los valerosos hechos y los entuertos todos sirven para formar criterio exacto de las modalidades de los pueblos en los que todo aquello se hubo de desarrollar y de la influencia bajo la que se fisonomizan (sic)”.
¿Pero qué narran estas Añejerías? precisamente dan cuenta de una ciudad habitada por personajes impensables, fantasmas, tahúres, religiosos licenciosos, duendes y de personajes; también sus descripciones de lugares, elevaron al halo de lo mágico y milagroso a la naciente urbe, entre muchos otros temas que se registran en sus páginas. Si algo caracteriza a esos personajes es que reivindican un espíritu castizo, la mayoría tienen ascendencia española, en el peor de los casos criolla.
En las páginas de este libro, el ancestro de la ciudad moderna parece ser el descendiente de españoles; aunque en medio de sus textos, es posible advertir la presencia de kallawayas y algunas narraciones aymaras. Al final, no podría sustraerse de un contexto tan marcado por la presencia indígena. De hecho, algunos testimonios sobre él, y también revisando sus artículos publicados en la prensa, permiten advertir que dominaba la lengua aymara, algo muy típico para las familias paceñas de su época o, quizá, ello se deba a su afán de acumular conocimiento, el asunto es que habla un aymara fluido.
La narración de las Añejerías paceñas serviría, según su autor, para formar criterio del pueblo paceño, en tal caso, estos relatos posibilitan comprender cómo se formó la ciudad. Sin embargo, hay algo que queda entre líneas, que estos relatos pasaron por una revisión que filtró algunos otros. Aunque el principio de verosimilitud del libro se asiente en la declaración de que todos estos relatos son ciertos y serían, casi todos los que hay en la ciudad, el mismo autor declara que filtró lo publicado: “No inserto muchas tradiciones que el lector podrá de menos echar, que por todos conocidas son; por la similitud que tienen con las de este libro unas, y otras por haber adquirido sello de vulgares”.
Evidentemente, se refiere a que excluyó una parte importante del repertorio tradicional paceño, porque las consideraba repetitivas o vulgares. En todo caso, esa advertencia pone en relieve su honestidad intelectual, pero, también, permite advertir que ese corpus de narraciones excluido, según su criterio, no debía formar parte de la memoria paceña. Algo muy simbólico, pues permite ver que, detrás de la recopilación, hay la intención de coadyuvar en una conformación identitaria paceña.
Fuente: Letra Siete