04/19/2012 por Marcelo Paz Soldan
Notas para una confesión

Notas para una confesión


El jueves 10 de febrero de 2011 se realizó en el King Juan Carlos Center de New York University la mesa redonda “Cuando sea grande publicaré en Granta: A Spanish Writing Round Table”. En la mesa participaron algunos de los escritores que la revista seleccionó para su número sobre los mejores narradores jóvenes en español. Coordinaron la mesa los escritores Antonio Muñoz Molina y Lina Meruane. Para la ocasión, Lina Meruane invitó a los autores a que escribieran en quinientas palabras una poética personal. Para los que no estuvieron y para aquellos a los que Manhattan les queda lejos, a continuación publicamos las lecturas [específicamente la lectura del único escritor boliviano situado entre los mejores narradores en español: Rodrigo Hasbún] que hicieron los escritores esa noche.
Notas para una confesión
por Rodrigo Hasbún

Confieso que siempre que me preguntan cómo va la nueva novela respondo que muy bien, que va avanzando, que en unos meses estará lista, pero que en realidad esa novela no existe. Confieso además que solo he publicado dos libros y que ninguno de ellos tiene más de ciento veinte páginas.
Confieso que a los treinta años ya no me siento tan joven.
Confieso que admiro cómo trabajan algunos cineastas. Digo, eso de rodar cien o doscientas horas de material durante meses o años para al final quedarse solo con una o dos. A mí me gusta escribir desde una predisposición similar, sabiendo que para llegar a una página que más o menos funcione, a veces hacen falta diez o veinte muy prescindibles.
Confieso que tengo una debilidad por lo que sucede dentro de los autos, por las emociones que proliferan ahí, y también en los baños y en los dormitorios. En la intimidad de esos lugares cerrados (“en la intimidad como proyecto”) se revela algo que siempre la excede. Confieso, en otras palabras, que para involucrarme y comprender la magnitud de una guerra, a menudo prefiero nada más la historia de uno o dos soldados.
Confieso que en mi vida diaria soy un tipo muy callado, que tardé varios años (cuatro o cinco o seis) en empezar a hablar, que en realidad nunca aprendí del todo. Confieso que soy uno de esos escritores demasiado lentos y demasiado confundidos a los que es mejor no invitar a eventos como éste.
Confieso que hace algunos años no dejaba ningún libro a medias y que ahora sí, todo el tiempo y sin ninguna culpa. Confieso a la vez que cada tanto, para recordar lo que fue tan importante al principio y lo que debería seguir siéndolo, releo alguna página suelta de Onetti y alguna de Coetzee y alguna de Ginzburg y alguna de Tóibín.
Confieso que pese a todo siento que mi formación como escritor le debe más al cine y a la música que a la literatura y que hay épocas en las que prefiero ver películas o sentarme a oír un disco tras otro en lugar de leer. Confieso que mi formación como escritor, por otra parte, deja mucho que desear. En el fin del mundo, al margen de los que ya otros llamaban el margen, los estímulos eran pocos y resultaba casi imposible conseguir esas películas y esos discos y esos libros que nos hubieran hecho tanto bien.
Confieso que desde hace un tiempo he descubierto que a veces mis horas más productivas consisten en quedarme oyendo conversaciones ajenas en el café o mirando a las meseras trabajar. En ese tiempo muerto algo sucede mientras tanto. La silenciosa acumulación de detalles que, en el mejor de los casos, algún día importarán.
Confieso que me conmueve esa anotación de Tarkovsky donde escribe que el arte nos prepara para morir. Y para vivir, confieso que me gustaría añadir a mí.
Fuente: Temporales Cartonera