06/20/2022 por Sergio León

No saber nada

Por Alba Balderrama

En las fotos se tapa la cara. Nos deja ver de ella pedazos con los que podemos relacionarnos, hacernos una idea de ella. Reconstruir con nuestra imaginación lo que falta, lo que se oculta como detrás del follaje de la selva. Eso que hace la escritora Marina Closs (1990), al posar frente a la cámara, lo hace también en su escritura, como diciéndonos: no sabemos nada, hay que descubrirlo, hay que darle voz, aunque, incluso haciendo eso, no sea suficiente. Como confirmando eso que el escritor polaco Witold Gombrowicz (1904-1969) escribió en su Diario Argentino: “Todo lo que sabemos del mundo es incompleto, es inexacto. Cada día se nos presentan mayores datos que anulan un conocimiento previo, lo mutilan o lo ensanchan. Al ser incompleto ese conocimiento es como si no supiéramos nada”. No es misterio lo que busca la escritora nacida en la provincia de Misiones en Argentina, es darnos material para construir nuestra propia imagen de ella. Es lo que hace también con su escritura, con la voz de sus personajes, con los lugares poco conocidos. Nos empuja a escuchar la voz de su escritura como si no supiéramos nada, como si nunca hubiéramos escuchado o leído voces así. Y es que esta narradora está en contra del lugar común, del lugar de las certezas, de la escritura canónica, de aquello que creemos que es la verdad o, peor aún, la realidad.

En su libro de tres novelas cortas Tres Truenos, por el que ganó en 2018 el primer premio del concurso de cuentos del Fondo Nacional de las Artes, tres mujeres son los personajes principales: Cuñataí, Demut y Adriana. Relatadas en primera persona, las historias de cada mujer tienen un tono y una voz personal, como si se estuvieran recién armando o, al contrario, como si ya estuvieran internalizadas ancestralmente y salen con urgencia, se articulan para habitar nuevos espacios. Son tres mujeres que, como en un ruego, con su personalísima voz, piden ser escuchadas.

Cuñataí dice: “Tengo el nombre Vera Pepa y nací mirando el monte. Mi primera vez que vi: tenía el monte como un ojo fijo, puesto enfrente de mi mirada. Vera Pepa no me llamo, yo ya le mentí. Señorá, mi nombre en guaraní no digo. No soy Vera Pepa, ese nombre mío es inventado solo para decirle. El verdadero, me lo callo. O… soy del nombre Gran Monte. Para usted me lo callo, y solo dígame ‘Vera Pepa’”.

Demut dice: “Hola, yo me siento y le hablo. Hola, me siento y le hablo. Yo me llamo Demut. No soy de acá, yo nací en otro país. Llegué de otro lugar y ahora me siento y le hablo. Le digo: quédese aquí y escúcheme.

Nací en otro lugar, como decir: nací y me fui. Llegué, y antes, nací en otro lugar. No explico bien. Le explico. Quédese aquí y escúcheme”.

Adriana dice: “No sé que me pasa. Creo que estoy temblando, sin que me pase nada. Creo que también quiero a propósito toser. Toso para levantarme de la silla. La tos, me ahogo. Si hubiera alguien en casa, yo gritaría: ¡vino la tos!, ¡me ahogo! No me lo digo a mí misma porque no hablo sola. Toso, toso, Hola a todos, yo me llamo Adriana”.

Esas tres voces son las que marcan el ritmo, la cadencia, la cercanía y la lejanía de estos tres espacios. Nos ubican en un espacio otro, en un espacio de no pertenencia, son voces que hablan desde un lugar al que no pertenecen, son balbuceos que Cuñataí, Demut y Adriana intentan en lugares que no son sus lugares. Espacios donde su voz es la que marca el camino de su estadía en un lugar ajeno. Un mundo donde todo lo que sabemos es incompleto, inexacto, como dijo Gombrowicz.

De su afinidad por esos mundos extraños o ajenos, por ese quedar varado en un lugar que no es el tuyo, como le pasó al propio Gombrowicz cuando se quedó varado en Buenos Aires por más de veinte años, de cómo encontrar ahí una voz y de cómo se cosen, puntada a puntada, estos tres relatos, hablamos con la autora Mariana Closs.

En una entrevista mencionabas que, más que método, lo que impulsaba tu escritura era una manera de escribir compulsiva; un cuento por día. Estos tres “truenos”, ¿cómo se originaron? ¿Siguen ese ritmo compulsivo, “salvaje”?

Creo que sí. Y creo que, a pesar de que últimamente estoy revisando un poco mi método (o mi falta de método), a la hora de escribir vuelve a pasar siempre lo mismo, y es que disfruto de la sensación de no saber a dónde estoy yendo. De empezar antes de pensar. No sé hasta qué punto es algo salvaje, porque es más bien como una necesidad adquirida, la de escribir: una necesidad inventada por pura costumbre. Y por mí misma. No es algo que venga de afuera. Es más como una segunda naturaleza.

Tres Truenos es sobre todo la voz, su presencia nos pone en un tiempo diferente. ¿Cómo te topaste con esa voz tan genuina y personal y a la vez tan llena de ecos (Uhart, Di Giorgio, Gallardo)?

A veces me dicen que en mis libros hay ecos de gente a la que ni siquiera leí, entonces me quedo un poco perpleja. Pero acá diste tres veces en el blanco. Yo creo que hay algo, una especie de ligereza o de libertad que se aprende leyendo. Obviamente, a gente que tiene esa ligereza y libertad. Después, el trabajo duro, es tratar de buscar en uno mismo un tono, una voz, incluso un método, que te haga sentir eso: libre. Es muy extraño, mi manera de tratar de conseguirlo es escribir mucho, intentar muchas cosas, hasta encontrar un camino hacia eso. También, a veces me sirve dejar de escribir por un tiempo y volver vacía y nueva. En el caso de Tres truenos, hacer algo totalmente distinto a lo que estaba haciendo antes, eso también es como que te libera de tu propio peso.

¿Sabes hablar o leer guaraní?

No, lamentablemente no es una lengua tan extendida en Misiones (como lo es en Paraguay o incluso en otras provincias argentinas como Corrientes). Pero creo que el español misionero tiene un sustrato guaraní importante: en las maneras de acentuar, en la sintaxis, en la concepción de la realidad incluso. La lengua de Vera Pepa está hecha más de eso que de guaraní puro. De restos de guaraní que están como sacudiendo desde adentro el español de Misiones.

Hay una relación entre los personajes, estas tres jóvenes, con la tierra. ¿De qué manera esta influye, le da ritmo, inspira tu escritura?

Creo que uno de los hilos que unen a los tres personajes de Tres truenos es esa idea repetida en cada uno de ellos de no ser del lugar desde el que hablan. Es decir, ese extrañamiento, la ruptura con la tierra, o con el lugar de procedencia, activa la posibilidad (¿o la necesidad?) de contar. En todos los sentidos: ni Demut ni Cuñataí usan para narrarse sus lenguas maternas. Adriana también está como enamorada de un lenguaje ajeno (el de las bailarinas) y quiere convertirlo en un lenguaje propio. Es decir, las tres están al mismo tiempo escapando de algo (¿la tierra?) y queriendo apropiarse de otra cosa (¿otra vez la tierra?). ¿Tratando de regresar a un lugar en que nunca estuvieron? No sé cómo lo resuelven o si lo resuelven. Creo que la ficción permite eso: volver a donde no se había estado nunca.

El tema del deseo aparece en tu libro como un portal entre lo humano y lo animal. ¿De qué manera enfrentas ese lugar en tu escritura? ¿Cómo se va revelando esto en Tres Truenos?

Es un tema con el que no me enfrento, en realidad. Me parece que va de sí. Quiero que surja en lo que escribo sin mayores comentarios, que surja como molestia que, en gran medida, es lo que es. Yo percibo todas las cuestiones animales como molestias. Me enternecen, sí. Me dan risa, a veces mucha rabia. Pero quisiera poder pensarlas como algo que, en el fondo, no nos define. En fin, uno quisiera tener una identidad por fuera del deseo ¿algo así? Yo creo que no es que queramos tenerla, sino que la tenemos. Los personajes de Tres truenos son como la aparición o la representación de esa identidad tratando de que el deseo no la trague.

¿De dónde viene el título?

Hace poco leí que Duchamp decía que el título de una obra pictórica era “otro color en el cuadro”. En el caso de Tres truenos, va por ese lado. Es otro color. O quizá, en verdad, es el marco.

¿Qué libro o libros estás escribiendo ahora?

Hace unos meses me rompí la muñeca y no pude escribir por un tiempo. Tampoco podía dormir y, durante una noche de insomnio, tuve una especie de visión de la estructura de una novela nueva. Me la aprendí de memoria y apenas pude, la anoté. Claro que es solo la estructura. Últimamente, me despierto y abro el documento de word con esa estructura, lista para empezarla. La miro fijo. Me encanta. Pero no escribo nada.

Fuente: La Ramona