02/26/2008 por Marcelo Paz Soldan
Miguel de Cervantes según Gary Daher Canedo

Miguel de Cervantes según Gary Daher Canedo

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Los seis dientes de Cervantes
Por:Gary Daher Canedo

Cómo era Miguel de Cervantes? Según David Huerta, “Cervantes fue un hombre tolerante y comprensivo, y esos rasgos de su personalidad y de su obra forman parte para siempre de su grandeza. No fue un virulento antisemita, como Quevedo; descreyó del mito de la pureza de sangre y de la obtusa insistencia de los ‘castellanos viejos’ en su innata superioridad; ni siquiera alimentó resentimiento alguno contra los árabes, que lo tuvieron preso en Argel durante cinco penosos años (1575-1580), y sintió viva simpatía por los italianos —lo que resulta muy natural— y aun por los ingleses, contra lo que pudiera creerse, según se lee en La española inglesa”.
Sabemos de la tremenda gloria de Cervantes, no la del Cervantes de carne y hueso, sino diríase la del Cervantes trascendente (para el que su parte humana es solamente una sombra), el que nos acompaña a través de su portentosa obra. Circunstancias éstas en las que uno se pregunta: ¿Qué es entonces, pues, esa gloria? ¿Qué hace un nombre deambulando sin su cuerpo?
El hombre, Miguel de Cervantes, sufrió penurias económicas, aventuras terribles, y día a día de miserias emocionales en un ambiente sórdido de pleitos, y familia de clase media baja, complicada en un sinnúmero de enredos, mientras las insuficiencias físicas lo agobiaban, murió con su hábito de franciscano y con la cara descubierta. Dicen que lo enterraron en la calle Cantarranas (ya solamente este detalle podría llevarnos a escribir un ensayo), pero nadie sabe dónde fueron a dar sus huesos. Ese hombre, el cuerpo concreto y su alma agobiada, hace parte de la circunstancia del pasado, es decir, hacen otra cosa.
La retahíla de pequeños fracasos domésticos y profesionales, las temporadas en cautiverio, la cárcel, la afrenta pública, fueron parte de los días. Sin renta, con una incapacidad nata de atraerse los favores de mecenas o protectores; y una especie de mala fortuna que lo persiguió durante toda su vida. Dicen los cronistas que, al final, algún reconocimiento público llegó como suave lluvia. Pero el cuerpo ya estaba gastado, y el arca doméstica no se recuperó jamás.
En el prólogo que él mismo realiza a sus Novelas ejemplares leemos una descripción que hace de su persona, pero principalmente de su cuerpo, donde los dientes son pieza principal y, se diría, simbólica. Cervantes tenía en el momento en que se sentó a escribir su retrato, y podemos inferir que por mucho tiempo porque no lo coloca como rasgo circunstancial, sino más bien definitorio, muy pocos dientes. Apenas seis. Es decir, una “boca saqueada”, como diría de sí mismo Quevedo. Parece prueba contundente de sus aprietos físicos: Cervantes no tiene para comer ni dinero ni dientes. Ese Cervantes, el que podía haber sido nuestro amigo, de tardes de café y acaso citas de bellos sonetos garcilacianos, nunca conoció lo que le deparaba el destino, al otro Cervantes, al fantasma de sí mismo, que vive la eternidad de lo clásico, y la modernidad permanente de la controversia.
Declaro, entonces, mi admiración por el otro, el hombre que en medio de la dureza de sus días se esforzó por concluir una obra, apenas como un servidor de voces más profundas y, en algún momento, acaso ajenas.
“Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño.
Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria”.
Fuente: www.laprensa.com.bo/fondonegro