08/17/2015 por Marcelo Paz Soldan
Mentar la patria

Mentar la patria

hora boliviana


Mentar la patria
Por: Fernando Barrientos

(Prólogo de “Hora boliviana. Historias del país presente” publicado por la editorial El Cuervo)
Zenón imagina una tortuga y alumbra una paradoja. La circunferencia del orbe es un portento, una banda perpetua en la que el horizonte se mantiene siempre inalcanzable. Ese convencimiento, intuido o heredado, permitió la llegada de naves extranjeras a estas tierras. Varios siglos más tarde, Bergson nos aclaró que eso no sucede cuando se trata del tiempo. Casados con la literalidad de los sistemas de medida, los horizontes temporales son infinitesimales; por poco idénticos a los puntos de partida. ¿Persiguen, pues, los pueblos horizontes articulados en los términos de la geofísica o de la cronología? ¿Pueden acaso saber que han llegado a uno?
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Este es el nuevo país, ese que alguna vez estuvo en el horizonte. Un lugar congénito, ocupado por diferentes actores y banderas, erigido sobre palabras y discursos emergentes. Fueron tantas y tan distintas las voluntades que soñaron con su llegada, que terminaron provocándolo. Rompieron la inercia de varios siglos y fundieron, en una continuidad paralela, las memorias largas y cortas de mucha gente, su discurrir físico y temporal. Inventaron un nuevo punto de partida, que no era horizonte, ni aspiración o proyecto; era presente.
Quizás en un momento en el que ya se puede evaluar sus causas, genealogías y resultados, cabe preguntarse: ¿los efectos de tal acontecimiento afectan al territorio o apenas trastocan la cartografía? ¿Será que el paisaje se ha modificado o lo que ha cambiado es el modo en que miramos y habitamos nuestro espacio común? En esta renovada Bolivia –con significantes como Estado o nación visiblemente alterados, entre otras mutaciones semánticas– han permanecido, no obstante, los traumas, carencias, mitos, males y paradojas que nos constituyen como comunidad, y que no siempre nos unifican. Y acá estamos: un paisaje antiguo donde ahora el tiempo transcurre distinto.
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Tal vez lo que este cambio hizo fue lanzarnos a una temporalidad presente. Si por siglos nos conjugamos en singular y pretérito imperfecto, hoy toca hablar con el vértigo del presente absoluto, plural y polisémico. Los historiadores y políticos, unos más limitados que los otros, plantearán el crepúsculo de un ciclo histórico o los albores de un renacimiento colectivo –según qué cristales, perspectivas y calendarios atiendan. Más de cerca, encontraremos viejos hitos reacomodados y las conclusiones sobre el porvenir en constante controversia; todas las temporalidades de nuestra siempre abigarrada cronología, que hasta hace poco transcurrían superpuestas, en mutua negación, subterráneas o a la deriva, fluyendo en sincronía durante este momento denso. Un presente con otro ritmo, más inmediato, veloz y elástico, quizás a causa de su exuberante producción simbólica, que se empecina en remarcar que son otros tiempos. Una época de cambios, más allá de programas y políticas oficiales, en la que ya no es la misma ni la concepción de tiempo, ni la manera en que lo medimos. La hora de un nuevo país.
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Registrar lo que ahora vive esta tierra resulta arduo: ante la suma de parcialidades y atomizaciones que constituyen nuestra idiosincrasia, todo intento por retratarlas será necesariamente sesgado, fragmentario e incompleto. Es el sino inapelable de cualquier representación de lo real: la tensión crítica entre “verdad” y “mentira”. Así, se ha intentado reunir en este libro algunas crónicas, reportajes o relatos sobre los hechos (el apelativo queda a gusto del lector) que traten temas bolivianos de actualidad. Es decir, textos que ya sea abordando la coyuntura, siguiendo constantes históricas o deteniéndose en lo mínimo, le tomaran el pulso al país presente. En estas 14 historias –que comparten la voluntad de despojarse del pudor de hablar en primera persona– aparecerán solo algunas variaciones de las innumerables formas en las que se manifiesta hoy lo boliviano: los colores chillones y las formas atrevidas de la arquitectura emergente de El Alto, símbolo de bonanza económica y de liberación cultural; una comunidad preincaica, los chipayas, que enfrenta nuevos retos frente a la modernidad; una familia que brinda un servicio muy necesario: cazafantasmas que expulsan a los espectros de su hogar; el recorrido de la VIII Marcha por la defensa del TIPNIS, punto de inflexión para el gobierno de Evo; la trágica muerte del niño Brayan Yanarico, hijo de una pareja de migrantes bolivianos en Sao Paulo, Brasil; una girl band de Sacaba que no se hace problema en interpretar huayños y ser fans de One direction; un escritor comparte su diario personal para relatarnos los bastidores de la filmación de una película con el peor de los finales; un cinéfilo y su casera pirata se dicen adiós, pero antes evalúan el estado de este gremio clandestino aún solicitado; un argentino visita esa playa boliviana en Perú que casi nadie conoce: Bolivia Mar; un hombre ya mayor que se mantiene vivo recordando su amistad con el prófugo nazi Klaus Barbie; como un escalofriante deja vu, la turbina del avión que transporta al equipo de The Strongest se apaga y todos tiemblan; en su semanal pesquisa por libros en la Feria 16 de julio de El Alto, un librero nos muestra una página de su ciudad; Félix, como muchos migrantes, ha retornado del exterior debido a la crisis, ahora le toca rehacer su vida como pueda; los narcos en Chapare ya no están desprotegidos, ahora tienen su santo, San Jailón. Los días que vivimos en peligro y los que vinieron después. Conjugaciones con el presente que funcionan como un brevísimo catálogo de las múltiples variaciones que caben en la identidad boliviana. Un muestrario de aquello que vemos por primera vez con estos ojos, pero también el fruto de ese pragmatismo caótico que define parte de nuestro carácter. Además de otros embrollos bien bolivianos.
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Espero que los lectores del futuro, más o menos lejano, encuentren en este libro algunas pistas sobre los tiempos que viven, y puedan contrastarlos con los que nos tocó vivir a nosotros. Seguro tanto ellos como nosotros nos guiamos por aquel imperativo que ordena tratar de entender o conectar con la época que vivimos. Espero que allá, en ese país del futuro, divisen un horizonte donde todo sea posible.
Fuente: La Ramona