09/04/2015 por Marcelo Paz Soldan
¿Me da una novela de Borges?

¿Me da una novela de Borges?

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¿Me da una novela de Borges?
Por: Ricardo Bajo


“Porque en cualquier momento dejaré de estar, aquí siguen los que fueron. Aquí, alineados en las estanterías”.
(Héctor Yánover)
Los libreros están desapareciendo. En las librerías ya no quedan, ahora hay changos –con cara de culo- que se dedican a teclear en la computadora el libro y autor que quieres. Héctor Yánover, el librero más famoso de Buenos Aires, decía que “la librería no está donde está, sino dentro de uno”. El librero se compra y se vende a sí mismo, como el libro que comienza a serlo, cuando se lee. Un buen librero debe aparentar ser culto con un saber extendido y horizontal (e incluso pedante, algo inalcanzable para una “compu”); debe inspirar confianza; debe oler de lejos a tinta, engrudo y papel. Una vez conocí a un librero que cuando necesitaba un libro para su tienda, lo mandaba a robar a otra librería. Eso es un librero con las letras (y los huevos) bien puestos, capaz de todo para satisfacerte.
Yánover regentó la librería Norte en la avenida de Las Heras (Palermo) y escribió sus memorias publicadas por Ediciones de la Flor en 1984. El año pasado la editorial española Trama volvió a reeditar el libro pues era casi inencontrable; ni siquiera pateando medio Buenos Aires y preguntando en sus 734 librerías, podías obrar el milagro. La capital argentina es la ciudad con más librerías por habitante del mundo, por encima de Berlín, Londres, Nueva York, Madrid o Moscú.
Yánover era un experto en cazar ladrones de libros pero tenía piedad con los “ladrones dostoievskianos”, ésos que te hurtan un libro de alto precio y con el dinero logrado tras su venta clandestina (a otra librería, por supuesto) vuelven al escenario del “crimen” para comprar otros preferidos y más baratitos. Yánover siempre imaginó montar una librería en el más allá, la más hermosa de todas las galaxias, para poner junto a la sección poesía un cartel que diga: “Aquí se pueden robar libros”. Todo ladrón de libros es (o se siente) un revolucionario. ¡Ay de aquel lector o aquella lectora que no ha robado un libro en su vida, sépa que es a la cultura lo que una virgen al sexo!
Las librerías de la antigua calle Corrientes (ahora avenida) no tienen fachada, ni puertas, ni escaparates. Así, los lectores pobres y tímidos (valga la redundancia) pasan sin rubor a fisgonear en las mesas de ofertas, buscando rescatar alguna perlita de esos cementerios de palabras. Un libro queda bien sobre cualquier mueble, por eso algunos “lectores” ricos llegan con un color preferido y los centrímetros de su estantería anotados. Quizás intuyen los adinerados que los libros si uno los trata bien, te traicionan, “como las minas”, apostilla Yánover desde otra época.
Lo más divertido de “Memorias de un librero” (el que no se divierte leyendo no debe leer) son las preguntas que durante decenas de años el señor birlibirloque más famoso de Buenos Aires recogió. “¿Tienen un diccionario que sea completo?” “¿Tiene “Crimen y castigo” del Doctor Jekyll?” “¿ Qué tiene de Jean Cocteau? La Enciclopedia del mundo submarino”. “¿Tienen la Divina Comedia de Hipólito Yrigoyen?” “¿Me da una novela de Borges?, preguntó una señora. Y Yánover contesta de manera didáctica, sin emputarse, cosa rara: “Borges no escribe novelas, sino cuentos, poemas y ensayos. Y la doña retruca: “!Pero, no me va a decir que por esas cosas cortitas es tan famoso!”. Y es que los libreros de antes atendían (bien) a los que querían, a sus clientes nomás. Aunque todos creemos que los libreros (y editores) leen y saben harto, también los hay que se jactan de no leer jamás (es complejo el oficio). A éstos es fácil cacharlos, basta echar un ojo a sus librerías (o editoriales); por el aire que se dan, te das cuenta.
A sí por que se lee poco, el libro es ya un objeto sagrado. Las librerías atraen tanto a poetas y aventureros, como a niños y locos. Y por que ya no quedan poetas, aventureros, ni niños ni locos, los libreros están desapareciendo.
Fuente: Ecdótica