07/24/2018 por Marcelo Paz Soldan
Los patriarcas de la Gesta Bárbara que conocí

Los patriarcas de la Gesta Bárbara que conocí


Los patriarcas de la Gesta Bárbara que conocí
Por: Raúl Alcázar Machicado

Aún puedo escuchar la historia de la segunda generación de Gesta Bárbara de los labios de los patriarcas Julio de la Vega, Armando Soriano Badani y Jacobo Liberman.
En ese entonces, muy joven, tuve el honor de facilitarles la “sala de música” de la inmensa casona materna en “El Prado” que les servía de locutorio, para que elaboraran junto a Mariano Baptista Gumucio y mi padre, Raúl Alcázar Velasco -todos académicos de la lengua- largas y bulliciosas grabaciones repletas de humor y sabiduría, a veces con la presencia de Luis Palacios, como un prolegómeno de Confidencias, programa radial que aún se produce en La Paz.
Horas de cintas magnetofónicas (infelizmente extraviadas) llenas de agudeza donde los protagonistas rebosantes de socarronería hacían imitaciones de Marcelo Quiroga Santa Cruz, Lidia Gueiler Tejada, Julio Borelli Viterito, Víctor Paz Estenssoro, Walter Guevara Arce y de Jaime Paz Zamora entre otros tantos pintorescos personajes de la época, con textos dignos de René Zavaleta Mercado o de Mario Miranda Pacheco, ambos miembros de esta segunda generación de Gesta Bárbara.
De la Vega, Mario Miranda y Soriano, auspiciados por el entonces vicepresidente Enrique Baldivieso Aparicio (Germán Busch era presidente) con un estipendio de 80 dólares al mes por cabeza (de la actual fundación) del Banco Central, recorrieron París, Roma, Madrid, Milán, Florencia y Venecia con júbilo y pasión inigualables.
Cuando Baldivieso renunció a su cargo (Busch se había declarado dictador, en 1939), los fondos no llegaron y Sagitario, Mario Guzmán Aspiazu, (hombre de Gesta Bárbara al que nunca conocí pero leí con fascinación) tituló su columna Panorama Móvil de Última Hora “Los poetas bolivianos se mueren de hambre”, los fondos fueron restituidos hasta cumplir tres años.
El viernes 7 de diciembre de 1944 en el segundo piso de la biblioteca municipal Andrés de Santa Cruz, en la plaza del estudiante de La Paz, Gustavo Medinaceli, Beatriz Schulze, Valentín Abecia Baldivieso, Santiago Schulze, Federico G. Varela, José Federico Delós, Fausto AoizVilaseca, Óscar González Alfaro, Héctor Burgoa y Alfredo Loaiza Ossio, quien exhibió sus cuadros con Gesta Bárbara a los 16 años, retratando a la mujer potosina, firmaron el acta de fundación de la segunda generación del movimiento. A ellos se sumaron un grupo muy selecto de intelectuales.
Tuve el privilegio de conocer algunos, los más legendarios tal vez. A Julio de la Vega, a Armando Soriano Badani, a Valentín Abecia Baldivieso (quien me narró durante toda mi niñez, con puntos y comas la historia del parlamento boliviano) a Mario Miranda Pacheco, al que tuve el honor de tratar y admirar largamente muchos años después, de visita en Bolivia y cuyo hondo e inagotable pensamiento y obra es comparable a la del mismo Zabaleta, quien ingresó a Gesta en Oruro en 1953 junto a Jorge Calvimontes y a Jacobo Liberman (el mayor erudito sobre Simón Bolívar en la nación) a Alberto Guerra Gutiérrez, el maestro minero orureño de barba y cabellera blanca al que escuché decir: “Mi casa tiene ojos claros como el alba, y una rosa enamorada atisbando por rendijas de su puerta que es mi propio corazón hecho de maderas dulces y de esperanza”) a Alcira Cardona y a Mario Rolón Anaya (al que disfruté largamente).
Tuve el placer también de contar recientemente con la amistad de Don Antonio Terán Cabero al que respeto profundamente y quien es también conocido como El Soldado Terán. El mote de soldado le cayó porque mientras se adscribía a Gesta Bárbara, le tocó el servicio militar, y tenía que asistir a los recitales de uniforme. Terán más adelante llegaría a ser reconocido como Premio Nacional de Poesía, a los 72 años.
Y a los que nunca conocí, a Jaime Canelas, a Héctor Cossío Salinas quien escribió: “Compadéceme, amor, que no soy dueño de mi propia existencia en la terrible serenidad de tu postrer olvido”; a Gonzalo Vásquez, a Carlos Mendizábal, a Ramiro Bedregal, a Óscar Arze Quintanilla (condecorado en México), a Hugo Molina Viaña, a Jorge Suárez, (autor de El otro gallo), y a María Quiroga Vargas.
También fueron parte de este colectivo Héctor Coco Cossío, quien en sus Sonetos de humildad escribía: “¿Dónde está la sustancia verdadera que hizo del trigo, pan; del amor, beso, de los sedientos labios, embeleso, y del sueño una eterna primavera?”; el tarijeño Edmundo Camargo, quien nos sedujo con su verso: “Léense los campanarios foscos y los días en los que definitivamente seremos tan solo imágenes, en su memoria temblorosa”.
Gonzalo Vásquez Méndez, quien proclamaba: “Este país tan solo en su agonía, tan desnudo en su altura, tan sufrido en su sueño, doliéndole el pasado en cada herida”; Óscar Alfaro el poeta de los niños, Armando Alba Zambrana, quien recuperó y restauró la Casa de la Moneda, Jaime Canelas López, quien en sus versos nos decía: “Cuando el viento repique sus bronces de aguacero, mi humedad dará un lirio por los brazos de mi cuerpo”; Gonzalo Vásquez, Carlos Mendizábal y Ramiro Bedregal que fueron los seguidores.
Y me tocó a mí leer la obra de todos, bajo “amenaza de libro armado”, en volúmenes únicos que aún conservo con fervor.
¿Qué era Gesta Bárbará?
“Se trataba de una troup combativa, exigente en su escritura. En medio de sus afinidades ideológicas manifestaban una identidad propia en su trabajo literario. En ellos se expresaba una pasión sincera por el acontecer histórico del país, y un sentimiento de justicia social extendido a parte de su obra poética. Persecución, cárceles y exilio fueron parte de su condición creativa”, se lee en un artículo de Edwin Guzmán, publicado en septiembre de 2015.
“Gesta Bárbara sigue siendo, como fue en su origen, la trinchera de combate. Con la pluma como arma también se puede ser un luchador. Rebeldes, iconoclastas y subversivos”, escribió Demetrio Reynolds.
Un gran número de ellos cochabambinos simpatizantes o miembros activos de la Revolución Nacional aunque aquellos ideológicamente incompatibles fueron respetados a rajatabla.
“Todos éramos absolutamente libres, tanto que si bien algunos teníamos nuestras inclinaciones izquierdistas, habían otros con inclinaciones opuestas, pero todos éramos respetados, éramos igual queridos”, apunta Armando Soriano Badani, en un articulo publicado en Página Siete en 2014.
“Lo de Gesta fue realmente un movimiento literario importante y además nos divertíamos mucho, éramos unos poetas hualaychos. El jefe, Gustavo Medinaceli, descubrió en su casa revistas de Gesta Bárbara de 1918, la primera generación, donde habían poemas y eso lo llevó a fundar nuestra Gesta Bárbara que nació en La Paz en 1944”, explicó en 2005, Julio de la Vega.
“Era un ritmo artístico aburrido. Por eso, nos propusimos hacer temblar aquel medio pacato” relató Valentin Abecia en 2004.
Entre tanta anécdota y cuento supe que se reunían en un café que ya no existe en El Prado de La Paz, el Domec y que desde sus mesas colindantes con la acera de la calle, estos bárbaros encorbatados como para ir a un festejo, galanteaban a las jóvenes damas que transitaban por el lugar. “Serás mía o de nadie. Mi amor es como un barco que ancla en cada puerto” susurraba, Abecia. ¿Qué sabes tú mujer… qué sabes del amor a manos llenas? murmuraba De la Vega.
Y luego del Domec salían en tropel a la calle Aspiazu esquina Ecuador, donde cuentan se servía el mejor singani de Cinti de la ciudad. “El Singapur”.
Un adiós y otras anécdotas
Un buen día se hizo pública la noticia de que Julio de la Vega se había suicidado y que sus restos se velaban en la academia de Bellas Artes. Las muestras de condolencias expresadas por las numerosas ofrendas fúnebres atiborraron la sala, repleta de gente. De pronto, De la Vega se alzó del ataúd, y se puso a leer un largo y lagrimoso poema en honor a una novia que acababa de desdeñarlo. La dama, presente, sufrió un colapso nervioso de magnitud y el velorio terminó en el hospital.
Otra tarde surgió el chisme de que Jacobo Liberman se había comprometido con la hija de un coronel. Cuando el padre de la novia se enteró exclamó: “¿Este judío se va a casar con mi hija? Antes yo lo mato a balazos, carajo”. El ultimátum provocó que los poetas “bárbaros” se pertrecharan con piedras y palos como en una movilización de cocaleros y se dirigieran a la casa del militar dispuestos a romperle los vidrios de las ventanas, vociferando: ¡Viva Liberman! ¡Muera el coronel!
Y Gustavo Medinaceli Gutiérrez, el mas “bárbaro” de todos, irrumpía en los recitales desde cualquier parte del auditorio, menos desde el proscenio y que para continuar la obra en curso empezaba con otro texto que nada tenía que ver con el anterior, es recordado de esa forma por Soriano Badani.
Que en otra ocasión el mismo Medinacelli se pegó un disparo en una de las manos para que su madre lo hospitalizara en una clínica que estaba cerca de la casa de su enamorada, así con su cabestrillo, poder salir todas las mañanas a verla. Atesoro su libro Cuando su voz me dolía publicado en 1957 antes de su trágica muerte el 6 de Mayo. Se quitó la vida a los 34 años.
Conservo los ejemplares subrayados por don Armando Soriano de su Antología del cuento Boliviano, género en el que es verdadero maestro. Recuerdo que él tenía que leer por las tardes, después de las 16:00, en la sala de espera del Estudio jurídico Soriano, de la calle Loayza porque el horario no le permitía asistir a sus clases magistrales en la UMSA. Recuerdo que a la primera pregunta, don Armando replicaba festivamente: “Hijito tienes que leer a Nicolás Fernández Naranjo y sus géneros literarios”.
Don Armando ha publicado en honor al amor de sus amores, su esposa fallecida, su libro Número 31, un sobrecogedor volumen que a pesar de que el autor cumpliera 94 años, cala hondo en el alma de sus lectores.
De él escribió Liberman: “Soriano, por favor, y no digo nada original, no está para otoños, él es un poeta condenado a escribir un siglo de poesía y su lugar en la lírica boliviana se encumbra a la altura de esta tierra”, se lee en un artículo publicado en Página Siete en 2014.
Y a pesar de las publicaciones de prensa que aseguran que Armando Soriano Badani es el último sobreviviente, “El último caballero”, “El último vate” “El último corsario de Gesta Bárbara” vive también el poeta Antonio Terán Cabero. Ambos símbolos vivientes de una portentosa era llena de notables y prominentes ciudadanos y ciudadanas. Soriano y Terán, los últimos hidalgos, la sal y la pimienta, la dama y el vagabundo. Patriarcas vivos de esta Bolivia tan ingrata.
Genios absolutos, gente entrañable de extraordinario peso intelectual. Sin duda la reserva moral de la nación. Ningunos trisílabos contemporáneos.
Nadie sabe cuando nacen los poetas de esta magnitud. Sólo sabemos que cada cien años, un día de esos, la vida nos da la gracia de encontrarlos, de sentirlos, de apreciarlos. Ambos son un milagro viviente, leerlos es una obligación ineludible. No hay otro camino para rozar, o al menos escudriñar el centro vivo de su misterio. Bolivia está en deuda con ellos.
Fuente: Página Siete