01/08/2008 por Marcelo Paz Soldan
Los aymaras están llegando de Wolfango Montes

Los aymaras están llegando de Wolfango Montes

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Wolfango Montes: Whisky y chicha
Por: Ricardo Bajo H.

Si un lector extranjero leyese Los aymaras están llegando de Wolfango Montes (el célebre autor cruceño de Jonás y la ballena rosada) pensaría que en Bolivia estamos al borde de una guerra civil, de un enfrentamiento genocida con millones de muertos. Es más confundiría a Bolivia con Ruanda, a cambas y collas con tutsis y hutus. Afortunadamente ficción y realidad son cosas diferentes.
Los aymaras están llegando (de la pujante editorial La Hoguera de Santa Cruz, a la que sólo se le puede pedir un mayor cuidado en la edición de los textos) es la novela número trece de Montes Vanucci y fue en el 2007 el libro más exitoso de la Feria del Libro cruceña, junto a Andrea de Carlos Valverde.
Wolfango, de profesión psicólogo y residente en Pelotas (Brasil), ha escrito una novela al calor del auge racista y discriminador que lamentablemente vive Bolivia. Montes confesó que la obra nació después de los acontecimientos del llamado Octubre Negro (de 2003). En esas épocas, el discurso del miedo comenzó a ser utilizado para justificar un odio ancestral al otro, al diferente, a las pieles más morenas, a los colores más allá de ese blanco falso, llamado blancoide.
Los aymaras están llegando retrata a gruesas pinceladas repletas de estereotipos clasistas, peligrosos y reduccionistas el amor imposible (con castigo y muerte final) entre Tamar, camba de clase media-alta y Alex, colla trabajador que vive en la ciudad de los anillos, todo narrado por Montessori, un psicólogo boliviano que vive en Brasil, alter ego del propio escritor.
“Solo me resta quedarme sentado aquí, en esta fiesta racista, en que los blancoides tomamos whisky y los indios, chicha”, dice en un momento de la novela, Montessori. El círculo social y familiar de Tamar, enamorada del colla Alex, no puede soportar la idea de una relación afectiva y sexual entre una “blancoide” y un indio; entre una representante linda de la modernidad y el buen gusto y un atávico personaje llegado desde la oscuridad hedionda de los tiempos.
Wolfango carga las tintas y retrata de manera exagerada y maniquea el larvado racismo y clasismo explotado por el rebrotado regionalismo, jugando para su propio beneficio con el miedo y la ignorancia, incluso desde el propio título de su “salada” decimotercera novela. Pues no cabe duda que muchos de sus compradores y lectores quedamos atrapados desde ese título incitador que toca en el subconsciente del cruceño amenazado, que tantos réditos políticos cosecha merced a la manipulación y la propaganda. Aunque si una virtud tiene la novela es describir “a lo Buñuel” el discreto encanto de la burguesía cruceña, encerrada en su hacienda y en su estrechez de miras.
Escribía el otro día mi colega de El Deber, José Andrés Sánchez, en su blog, que la ola del racismo y la discriminación dejaría de cabalgar si todos, collas y cambas, nos conociéramos más, si los collas viajaran al Oriente y los cambas, al Occidente, para sentirse y verse, para comer, para compartir, para cocinarse de calor y congelarse de frío, para reconocer hábitos, mitos y platos, para romper las estúpidas barreras artificiales que supuestamente nos separan, sin que esto suponga acabar con las diferencias, colores, sabores y olores que nunca debieran separar sino unir.
Para que nadie se sienta ni se siente a un lado de la mesa.
Ideas quijotescas que siempre caen mejor a los oidos que novelas que llegan a sentenciar que la unión de los pueblos (cambas y collas) es imposible. Del toque sensacionalista del incesto, una de las subtramas de la novela, más propia de un noticiero de José Pomacusi que de otra cosa, mejor hablamos otro día. Ah, y para conocimiento de la voz narradora de Montessori, los bolivianos, cambas y collas, collas y cambas, nos emborrachamos principalmente con cerveza, helada en el Oriente y más tibia en el Occidente para acabar todos y todas “mulas” y “vergas”, “yemas” y “yucas”, “lapas” y “chispas”.