03/29/2012 por Marcelo Paz Soldan
Pedro Lemebel en el cielo boliviano

Pedro Lemebel en el cielo boliviano


Lemebel en las alturas: Crónica de la visita del escritor chileno en Bolivia
Por: Cecilia Romero M.
El auditorio del Museo Nacional de Etnografía y Folklore de la ciudad de La Paz es el lugar de la aparición, Pedro Lemebel ingresa luego de la proyección de un video que muestra, desde la intimidad de un balcón, un barrio transitado por la noche y los autos. Surge de a poco en una de las paredes de la casa, la foto antigua de una mujer sonriente que nos observa desde una lejana playa. La mujer en cuestión es la madre del autor. Cuando se mezclan noche y mantilla, Lemebel abre el espacio de lecturas y diálogo con la gente que arriba desde diversas geografías al anunciado encuentro.
Con voz profunda comienza la lectura de sus crónicas, muchas de ellas contenidas en “De perlas y cicatrices” (LOM, 1998) Mamá pistola, La leva y Canción para un niño boliviano, se despliegan tras algunas pausas en las cuales Lemebel narra en un tono que alterna entre lo descarnado y lo gozoso, la vida de la población periférica donde la vida de niño se marcó entre partidos de fútbol, barras que resguardaban tras el anonimato las agresiones a lo diferente, a la madre que demostró desde su tibieza que podía matar, los paseos a la costa, paseos de insolación y deslumbramiento ante el gigante azul del mar. Una primera y definitiva complicidad se pacta esa noche, una entre el público y el escritor.
El colectivo Mujeres Creando y Radio Deseo, son quienes permiten la llegada del escritor chileno. Iniciativa vital que auspicia estos dos días de diálogo, reflexión y fiesta.
Lágrima amaestrada
En el segundo día temprano en la mañana la cita es en el café La Virgen de los Deseos, el programa radial diurno anuncia una entrevista al autor, la entrevistadora es María Galindo. En este espacio de paredes rojo sangre, Galindo confiesa su nerviosismo ante la inminencia de un diálogo forzado, porque Lemebel no es un fanático de las entrevistas.
El encuentro inicia. Galindo confiesa que para conjurar la crueldad del autor, va a vestirse de ama de casa. Primer desacierto, el tenor de esta entrevista gira sobre las estrategias para desmontar el poder masculino y Galindo propone al autor fungir de delator. Delator de las mentiras masculinas. Lemebel no acepta la engorrosa tarea del soplón.
El barco comienza un lento naufragio ante la inescrutable mirada del autor que desmonta la estrategia de unas preguntas que descolocan, por su simplismo, la intención de diálogo. El público resopla incómodo. Sospecho que Galindo no ha leído la obra de Lemebel. Sospecha que se confirma cuando la entrevistadora afirma, con la agresividad a la que nos tiene acostumbrados, que no le interesa hablar de literatura, que la entrevista es sobre hombres que no lloran y sobre sus malvadas estrategias de dominación.
Lemebel reflexiona sobre la trampa de la interpelación. Las preguntas están siempre contestadas, afirma, lo que uno puede hacer es una pirueta, una poética ante esa pregunta y esa es una estrategia de desmontaje. No olvides María, afirma, que la pregunta siempre es masculina, por tanto, el desmontaje debe ser reflexivo y feliz. Las claves se manejan en el mundo popular, la manera para desmontar la catedral fálica, es ingresar en ella sin que se sepa que uno ha entrado, la clave está en el desvío. La conversación es la forma, la estrategia. Se trata de hablar desde las cercanías y las complicidades. En la victimización no hay dignidad, la posible respuesta radica en desacralizar el denominado poder patriarcal con ingenio, concluye.
Ante la consternación de Galindo que insiste en que el autor hable sobre la imposibilidad lacrimosa masculina, Lemebel concluye “No sé si los hombres lloran o no y cómo lloran. Yo era un niño que tenía cruzada a una niña en medio camino, no sé, lo que yo podría pensar es que las locas lloramos con una sola lágrima, no se puede llorar con más de una lágrima que corre lentamente por la mejilla, a la velocidad pausada del control remoto. Es una lágrima amaestrada”.
El barco Galindo se hunde. Sin embargo, hay hermosos naufragios. La impresión que queda es que este valioso paréntesis pudo haber desgranado la literatura del autor. Hay una moraleja que queda clara, nadie, empezando por el escritor, pactan con la victimización del que siente que juega en desventaja. Discurso ocre y que por su forzada recurrencia ha perdido fuerza.
La risa, la risa dolida, su risa hilarante, purga contra la solemnidad, contagia al público.
Cuando soy buena, soy peor
En la noche de cierre, Pedro Lemebel recibe diversos regalos desde flores hasta libros. En este íntimo homenaje el autor invita a andar juntos los caminos que vendrán, con la mantilla y el color personal de cada quien, desde su diferencia.
Las preguntas del público no se hacen esperar. Lemebel habla de la ciudad de La Paz y su babilónica forma que ha encontrado para sobrevivir, la instala así como una de las ciudades más hermosas que ha visto, una que se mira así misma desde las alturas. Habla, al fin, de su literatura y de la crónica como el género que tiene el poder de traer del olvido, momentos definitivos en la historia, a la gente del barrio, esa que desapareció en la dictadura, a la gente diversa que puebla las grandes urbes latinoamericanas. “Yo hablo de mi pueblo, porque me acuesto con mi pueblo” afirma. La sobreadjetivización, la metáfora, la irreverencia y la rabia, son sin duda, las formas en que la gente construye sus imaginarios, la escritura de Lemebel cartografía esos lugares donde la promesa de desarrollo al estilo capitalista nunca llegó. En su voz habla la gente de la noche y de las periferias, con humor inteligente “si soy buena, soy peor”. El desacato al poder está en la crónica, ese retrato móvil donde la geografía latinoamericana retrata esa “coral del deseo” de justicia y libertad de la que habla el autor, una que nunca se silencia pese al peso de las disonantes voces oficiales.
Así se cierra la noche, con su metáfora hilarante, con el encuentro y la relectura. Cuando el evento cierra, el aire pesa menos y nos vamos a caminar las frías calles paceñas, con el recuerdo de ese sencillo homenaje al autor, uno que tiene el poder de mover la mente y sobre todo el corazón.
Fuente: Ecdótica