08/17/2021 por Sergio León

Leer dos veces

Por Alba Balderrama

Sé de una escena, en la taquillera película Amelie (2001), en que, con el liviano giro de su cuello, la petitprotagonista mira a la cámara, directo a los ojos de la alucinada audiencia, y sin dejar de ser la protagonista, rompe las leyes de la ficción y le susurra un comentario, algo como: “odio cuando, en las películas clásicas, el conductor no mira la carretera mientras maneja.” Sé de ese dispositivo narrativo que rompe la cuarta pared. Sétambién que el dispositivo hace más que eso. Provoca una fisura, una pequeña grieta en el relato por el que se escapa la luz detrás de la pantalla o por el que pasa un viento trayendo las voces, los ecos, la materia de que está hecho el relato.

Esa materia que se agita y retuerce viva detrás de sus historias es la que le interesa a la escritora boliviana Magela Baudoin que veamos o intuyamos en los nueve cuentos y una nouvelle de su más reciente libro Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (2021). Para eso abre pequeños agujeros en los párrafos, no cráteres, no navajazos desesperados, no boquetes furiosos: pequeños agujeros. La mirada, como la lectura, es un acto íntimo. Breves incisiones en medio de la ficción por donde se desangran y vacían lentamente sus lecturas, otros libros, citas de autores, referencias, invocaciones literarias. Ojos vaciadospor el fino corte en el cristalino con una navaja recién afilada a la luz de la luna llena, eso son estos relatos cortos que Baudoin nos propone.

Brutal y cortante, ese vaciamiento no puede darse de otra manera. Los vidrios estallados de una ventana en el noveno piso por donde acaba de caer el cuerpo adolescente de Nico en la nouvelle “Solo vuelo en tu caída”, las puñaladas en el ojo de una elefanta vieja e indomable en el cuento “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, las “obejas y cabras (que) an aparesidocortarrajeadas tambien” y el corte del labio leporino de María babas que escribe así, salvajemente, en “Se escribe con V”. La agonizante muñeca vendada de una abuela en un asilo que se apura a escribir porque pronto se olvidaráde todo y que a veces ha soñado con cortarse las venas en “Mujer fumando en la playa”. El tajo abierto de las vaginas como higos que dibujan los hermanos Franco y Didi calcando a su ídolo, el historietista italiano Milo Manara en “Los chicos Manara”. Las encías hediondas, la dentadura llena de huecos por el abuso de la droga; unos dientes y una vida chuecos que un sensible muchacho gay no puede corregir en “Delirio en rosa”. Los sucios y corruptos pesos que el “¡Hermoso viejo!” de un pueblo en el Oriente les paga a las peladitas para chuparles las teticasen “Ojos en las alas”. Las agujas cargadas de venenos nazis que el, recién llegado, “tío Fritz” inyecta en el bracito de su amada púber guaraní Arami — ¡qué nombre Arami!, con un ojo verde y otro azul; Arami que en lengua guaraní describe un lugar, un destino: “pedacito de cielo”— en “Mengele y el amor”. El cuerpito violado de Artiinerte entre sus tacitas de té y el cuerpo descargado de su hermano mayor en “¿Qué vas a hacer ahora madre? y la hoja filosa y fría con que han degollado al Artemio en La Paz, como si fuera una vaca o un chancho, como el animal que era no más diría la Flora, la Nana de la joven Alicia,en “Ajayu”. Los instrumentos del vaciamiento: puñales, vidrios estallados, agujas y jeringas, lápices y colores recién tajados, el miembro erecto del violador, la lengua vieja aspera y punteaguda, hasta el ankus —ese pico con que perforan el cuero de los elefantes para dominarlos, para romperlos— son dolorosamente necesarios en la escritura de Baudoin para abrir los agujeros. Porque lo que se destilará de ellos es miel, belleza pura: lengua y literatura. Así acompañan pequeños robos literarios que la autora acumula en esta surtida cueva de ladrones; se robapara el título de su libro el título del libro de Cesar Pavese; un verso de un poema de Julio Barriga, una trama de Hamlet, otra de Chejov, palabras en inglés, en guaraní Zuro es boca, un canto en quechua phatitan phatitan, aprende y subraya palabras mientras escribe como Maríababa: “Escribo preocupados con d porque la ermana diseque esta mal pronunsiado como desimos a veces “preocupau”. Autores, libros, frases, citas, epígrafes como plantas al ingreso del edifico que se nos reciben debajo decada uno de los títulos en los diez relatos del libro. En el fondo de esos agujeros, en eso a lo que no podemos llegarde entrada, en esos pequeños abismos que se abren de tanto en tanto en el libro, esta explícita y viva la literatura; el arsenal de esta lectora que escribe.

El escritor y apabullante lector argentino, Ricardo Piglia, decía que un cuento siempre cuenta dos historias, una que es la que leemos y que es la más evidente, la piel digamos,y otra que se esconde debajo, en otro plano de lectura, el músculo, la sangre, la entraña, el fondo del mar. Magela Baudoin abre tajos para mostrarnos el músculo, ofrecernos la sangre, roja y rica que late detrás de sus cuentos y que no son otra cosa que sus lecturas. Una vez vaciado el ojo, opera la literatura.

Como hiciere la petit Amelie, adentrados ya hacia la mitad del libro, el personaje del cuento “Delirio en Rosa”, en un punto del relato, sin dejar de ser el personaje se gira agraciado hacia el lector y nos lanza estos versos: “¿Cómo se hace para morir de muerte natural? Oh, querida esperanza, ¡hay días en que eres la vida y otros en que eres nada! Estoy plagiando, ¿se dan cuenta, no?”, nos dice, nos guiña, nos punza y se abre el pequeño y mágico hueco por el que se desangra el verso del escritor y eterno suicida italiano Cesar Pavese (1908-1950) en su poema “Vendrá lamuerte y tendrá tus ojos” que dice: “¡Oh querida esperanza, / también nosotros aquel día / sabremos que eres la vida y la nada!”.

Miramos esos otros cuentos, de los que dice Piglia están en un estado latente, a través de estos huecos pequeños como el ojo de la cerradura del baño en la casa de “Los chicos Manara” por donde Didi espía a su madre besando o besándose en el espejo con los labios recién pintados de rojo como en uno de los dibujos eróticos de Manara o viendo como su primo se hace la paja con la revista El clic; o el ojo vaciado de la elefante; o “el abismo de esa espiral perfecta” que es la oreja pequeña de la catatónica Alicia y al que Flora, su nana quechua, “se acerca de puntillas, se agacha sobre la chica, le quita el cabello sudado de la cara (…) y sopla su aliento caliente. (…)Alicia abre los ojos.” Le ruega para sacarla de ese lugar sin memoria, sin habla y sin ganas que le está secando la vida.

Están también esos huecos que se dan en el mismo lenguaje. A modo de pequeñas interrupciones de la memoria que, en una o dos frases, se incrustan en medio de la acción del relato. Como en “Solo vuelo en tu caída”; Adriano y Sergio están en el silencio del cuarto por donde, hace unas horas de pesadilla, su hermano menor a caído por la ventana, buscan ropa para vestir el cuerpo. “Lo más pasable que tenía Nico era el uniforme de karate blanco, con el cinto verde. ¿Qué dices?, preguntó y Sergio asintió. ¿Medias? ¿Calzoncillos? Sergio volvió a asentir. Adriano había llevado a Nico al karate para que aprendiera a defenderse, pero Nico nunca estuvo muy bien dotado para la pelea. No le gustaba golpear sino elevarse en el aire, hacer figuras, volteos, patadas y caer de pie como un felino. Adriano, vamos de una vez, hombre. Sí, sí.” Un pequeño tajo en el tiempo para traer el pasado, que siempre fue mejor, al presente.

Pequeños abismos negros, íntimos, como el iris oscuro de las pupilas, a los que hay que acercarse bien, agacharse casi, para ver mejor, para oír mejor, para leer mejor. Como quien quiere medir la profundidad de la reescritura, Magela Baudoin nos propone leer dos veces, releer, pasar el lápiz por el dibujo de otro, calcarlo, reescribirlo.

“Escribimos un diario para saborear la vida dos veces, en el momento y en retrospectiva” decía Anais Nin. Flora la nana, en el cuento “Ajayu”, no transa con las ganas de morirse de su “hija” Alicia, tan linda, tan joven, tanto trauma. “Otra vez a ese hueco te has caído” le dice. Leinocula palabras de aliento por el pozo de su oreja pero  también le lleva sus diarios. “No te preocupes, no voy a leer, no le voy a permitir a nadies fisgonear, pero tal vez si repasas tu letra en el diario, te recuerdes de algo. ¿Te traigo un lápiz? Haces así, como si hicieras caligrafía. Flora mueve su mano en el aire. Lees y repasas las letras, a vos que te gusta tanto leer. Algo siempre te va a venir ¿no crees?. Le dice en un ruego a Alicia perdida en su país de las maravillas.

Este gesto de calcar, repasar la letra como se repasa un mantra, para recordar, para sanar, para hablar, es el gesto de la autora que lee y repasa la letra dando espacio para que el viento de la literatura y de la memoria, sople. Esos espacios, esos agujeros como tajos permiten que la escritura opere con su especial capacidad de sumergirse al adentro del más adentro, al cuento que respira debajo del cuento, volviéndose testigo de esa materia luminosa que es también el abismo.

Fuente: La Ramona