05/03/2010 por Marcelo Paz Soldan
El poder de las palabras

El poder de las palabras


Las palabras que dan vida
Por: Mauricio Rodríguez Medrano

“No me pise la viborita. Acérquese, señor, señora, niño, niña. Mire lo que le traigo hoy. No le estoy vendiendo, le estoy regalando”, pregona Antonio Solís García (45 años). Todos los días, a partir de las 20.00, sale con su puesto de venta y se posesiona de un rincón de la plaza de San Francisco. “Las palabras lo son todo. Gracias a ellas yo puedo vivir, trabajar, ser lo que soy. Las palabras crean mundos”.
Gabriel Llanos, escritor paceño, expresa que “las palabras construyen mundos imaginarios a partir de intencionalidades. Siempre se toma como referencia la realidad y a partir de esta se pueden construir mundos imaginados o aparentemente imaginados”. Para él existen espacios que mantienen una relación con la realidad.
Antonio Solís nació en Copacabana, pero tiene el acento peruano. Cuando era niño fue abusado por más de uno de sus compañeros de escuela. “Era muy tímido y dejaba que me peguen”. A sus 12 años, cuando escuchaba una radionovela, descubrió que las palabras tenían la fuerza para crear realidades. “Al gran Kalimán lo escuchaba por las noches en la radio. De un momento a otro me encontraba en las junglas de bambú de la India, con los tigres que rondaban las ciudades, con piratas que escondían tesoros y mujeres bellas, muy bellas”.
Adolfo Cárdenas, escritor paceño, antes de hablar sobre las palabras, define al lenguaje: “Es el único instrumento para comunicarnos, hay algunas formas alternativas de comunicación pero no han podido superar al lenguaje. Es por eso que debemos necesariamente apoyarnos en ese instrumento para crear estos mundos de ficción”.
Los papás de Antonio Solís tuvieron que emigrar a Puno (Perú) para buscar trabajo, después a Juliaca y a Desaguadero. En ese pueblo de comercio, Antonio conoció a Carlos Choranzo, uno de los muchos vendedores ambulantes que entretenían a la gente, mientras trataban de venderles algunas chucherías. “Él me enseñó que el poder de convencimiento radica en la forma en que se usan las palabras, la seguridad con que se las dice y la fuerza de jugar con la imaginación de las personas”.
Ariel Mustafá, escritor paceño, sostiene que quedarnos en un lenguaje denotativo es no usar todo su potencial. A partir del lenguaje existe la posibilidad de crear mundos de ficción. “Con la utilización del lenguaje, que tiene mucho de imaginación y realidad, se pueden crear diversos mundos dentro de la literatura. El lenguaje no sólo sirve para comunicarnos. Su mayor importancia está en su capacidad de creación, de transformar desde la nada, el vacío, la realidad”.
Al principio, a Antonio Solís le fue difícil hablar en público y convencer a las personas. Sus padres no conseguían trabajo. La necesidad hizo que aprendiera el poder del convencimiento. “Había momentos en que me quedaba callado y la gente se iba. Carlos Choranzo se reía. Aprendí que a la gente le gustan las historias, no el producto en sí. Puedes venderles una piedra, pero si les enganchas con una historia, siempre te comprarán”.
Cárdenas comenta que la palabra “tendría que ser sublime, maravillosa, milagrosa. Me pongo a pensar en qué momento el ser humano ha podido trasponer el rugido, la guturalidad, para entrar en la posibilidad de un lenguaje especializado, algo que sale de las cuerdas vocales y que ese lenguaje haya sido traducido en símbolos por el ser humano para reinventar. Me parece algo impresionante”.
Desde Desaguadero, Antonio Solís viajó a la ciudad de La Paz. “En el pueblo se ganaba muy poco. Preferí llegar a esta ciudad porque necesitaba nuevos retos. Me divierto con lo que hago. Le brindo a la gente unos minutos de distracción y con eso yo vivo decentemente. No le robo a nadie más que su imaginación”.
Llanos comenta que las palabras “tienen que ser viscerales, creo que de las vísceras salen las palabras, buenas o malas, que ayuden o destruyan, no importa, pero tienen que salir de adentro; tienen que ser agresivas, en el buen sentido y en el mal sentido; que te hagan despertar o ver esa realidad. La palabra debe ser descarnada”.
Pablo Sempértegui (25 años) siempre fue tímido. Cuando trataba de hablarle a una mujer que le gustaba, su voz se quebraba en miles de fragmentos. Y una mujer apareció. Esta vez no podía dejarse vencer por el miedo. Empezó a escribir esos poemas de adolescencia que jamás los mostraría de adulto. El primero lo tituló Te quiero mares y no fue capaz de entregarlo a aquella mujer. Pablo Sempértegui guardó más de cien poemas en su cuaderno de matemática. La única clase que le interesaba era la de literatura. “Las palabras las utilizaba para demostrar mis sentimientos, pero se quedaban en páginas que no eran leídas. No soy escritor ni nada, sólo era mi medio para poder expresarme, ya que para hablar siempre fui torpe”.
Mustafá asegura que con la escritura “vamos a tener la posibilidad de crear un mundo paralelo al mundo que normalmente vivimos aquí, es decir, estamos nominando las cosas. La maravilla de la literatura es que con esas mismas herramientas nosotros podemos crear otros mundos, otras realidades”.
Y la mujer tenía un nombre, Carla Medina (26 años). Pablo Sempértegui empezó a dedicar sus poemas, pero tuvo un descuido: en una clase de educación física olvidó su cuaderno de matemática. Una amiga de Carla recogió los cien poemas y una nueva historia empezó.
Pablo Sempértegui se enteró que Carla había leído los poemas. No la pudo evitar cuando ella se acercó en uno de los recreos. “En ese instante me puse a temblar. Mis amigos me dijeron que Carla había leído mis poemas. Ella me saludó y sonrió. En verdad yo estaba feliz, pero no pude hablarle. A Carla le gustaba el hombre que había escrito esos poemas, no el pobre alfeñique que no podía ni siquiera saludarla”.
Llanos explica que cada persona tiene un mundo particular, la literatura funcionaría también de esa forma. “La vida de cada persona es un mundo. De las vivencias se pueden sacar cosas muy increíbles, maravillosas de pronto. El realismo mágico para mí no está muy lejos de la realidad. Alguien por ahí me decía que Bolivia no es un país realista, es un país hiperrealista. De pronto, cosas que pueden parecer inimaginables suceden aquí. En la vida de cada persona pueden suceder cosas de repente imaginadas y grandiosas”.
Pablo Sempértegui siguió escribiendo poemas. Cada mes entregaba a Carla varios versos de adolescencia. Ella le respondía con sonrisas y un primer beso que hizo que Pablo pasara su mejor año en el colegio Fray Bernardino. “Con Carla estuvimos dos años entre versos y besos. Tal vez hubo amor, pero desapareció cuando dejé de escribir poemas. Ella dejó de querer al hombre que veía a través de esas palabras y vio, por fin, la realidad. No me quejo porque fueron buenos años. Ahora que estoy casado puedo recordar esos tiempos. En algún lugar leía que nunca te puedes quedar con el verdadero amor”.
Antonio Solís acomoda en su maletín unos lagartos disecados a un lado, junto a la concha de Nácar y el Mentisán chino. Ya guardó el parche León y unas hojas de horóscopos para el año 2009. Son las 23.00 y la plaza de San Francisco ya se vació. Las vendedoras recogieron sus puestos hace algunas horas. “Con la palabra me gano la vida, gracias a ella estoy aquí todavía vivo”.
El Dios que fue creado a través de las palabras y el lenguaje
“En el principio fue la palabra y a través de ella Dios se hizo presente”, grita Marcos Collana (46 años). Es pastor de la Iglesia de la Palabra del Señor, ubicada en una pequeña casa de Río Seco. “A través de la palabra, Dios creó el cielo y la tierra, la palabra es creadora de vida, de este mundo”. Por las tardes alista unos parlantes y un micrófono. Espera a que un minibús lo acerque al reloj de la Ceja de El Alto.
Ariel Mustafá comenta sobre la capacidad de la literatura de convertirnos en dioses: “Ahí es donde comulgamos con nosotros mismos (el espacio de la escritura), donde nos sentimos como seres de verdad. Ése es el momento en que posiblemente nos sintamos próximos a dioses y eso por suerte son sólo instantes, porque si fuera un estado permanente, estaríamos avasallados”.
Marcos Collana antes formaba parte de los Testigos de Jehová, pero tuvo que dejarlo porque una noche, mientras rezaba, descubrió que Dios estaba dentro de la palabra. “Una noche Dios me habló a través de su palabra. En ese instante comprendí que Dios estaba dentro de su palabra”. Marcos grita a través de los parlantes que el fin del mundo se acerca. Algunas personas se aproximan, otras lo miran como a un loco. A su lado está un hombre que tiene un mono vestido de charro que saca papelitos para la suerte.
También existe una forma de leer a través de las palabras, de la literatura. El trabajo creador también estaría compuesto por la lectura, así lo refleja Mustafá: “La magia sale cuando te permite llegar más allá y cuando ese instante se acaba, se acaba para ti, no como escritor, no como creador, sino como lector, como mirante (neologismo) de lo que los otros construyeron y éstas son experiencias personales. No es como el fútbol, una experiencia multitudinaria”.
Marcos Collana es un hábido lector de literatura. Lee la Biblia y a su lado está El Quijote. Son sus dos libros de cabecera. “Sé que la Biblia crea mundos. Las palabras cambiaron generaciones. Muchas veces la ficción supera la realidad y es así que la palabra de Dios es una forma de transformar las realidades”. Marcos se sienta en uno de los parlantes. Alza con la mano izquierda una Biblia ajada. Trata de mostrarla a los transeúntes. Dos vendedores de galletas y maní le miran. Sonríen.
Las palabras van construyendo, día a día, la realidad y la ficción
Luis Felipe (25 años) es un mentiroso. Cada vez que tiene que hablar con alguna persona se reinventa. Un día puede ser abogado; al otro, diputado. Miente para sobrevivir. “Desde pequeño tuve que aprender a mentir, sólo así podía ser quien yo quería ser”. Luis está sentado en una banca de la plaza Murillo. Mira cómo las palomas vuelan hacia el campanario de la catedral para cubrirse de la lluvia.
Ariel Mustafá explica que el hombre “vive nomás como en la cueva de Platón, sigue imaginando la posibilidad de que hay un algo más allá y que lo que nosotros vemos son sólo reflejos. Determinadas obras (literarias) te permiten vislumbrar que hay una salida. No creo que haya una entronización de la palabra permanente, no creo que la palabra esté entronizada por los siglos de los siglos y está hoy y estará mañana como ayer. Creo que se la canoniza todos los días, se la inventa, se la prueba, se la juega todos los días, pero no creo que esté todo el tiempo sostenida. Hay que construirla todos los días. No es que pones www.comoconstruirpalabras.com”.
Luis Felipe se llama Wilson Heredia, aunque tampoco es seguro que sea su nombre verdadero. Tiene la costumbre de presentarse como analista político y con un periódico entre sus manos envuelto en una bolsa. “Cuando hablo soy yo, cuando callo, en ese momento soy una mentira”. Ahora camina por la calle Comercio y regatea a una vendedora unos cigarrillos. “Las palabras lo hacen a uno”. Cuenta que para ganarse la vida debe tener muchas profesiones. “Hasta ayer fui un dirigente de los vecinos de Alpacoma. Descubrieron que no vivía allí, así que tuve que dejarlo. Se ganaba bien”. Luis enciende su cigarrillo. Ganó 20 centavos regateando con la vendedora. “Jamás uno puede mostrarse tal cual es. En el momento que se empieza a hablar sólo mostramos una porción de nosotros, un detalle que queremos que las personas que nos escuchan conozcan”.
Gabriel Llanos afirma: “El escritor no vive de ficciones, sino vive de su entorno. Creo que el hombre es incompleto, pero creo que hay un entorno que lo completa, hay una conexión con los demás”. Para él, la palabra debe ser sincera, es decir, cuando un escritor escribe mentiras, el lector lo siente y ese pacto ficcional se rompe.
Luis Felipe terminó de fumar su cigarrillo. La lluvia amainó. Camina hacia el centro de la plaza y prende su cámara fotográfica. Las palomas todavía están acurrucadas en la catedral. “Hoy soy un fotógrafo, mañana quién sabe. Hace un mes casi entro como parlamentario para el MAS. Tal vez no fue así, pero alguien debe creerme”.
Fuente: Ecdótica