09/19/2016 por Marcelo Paz Soldan
La sombría profecía de Ramsés

La sombría profecía de Ramsés

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La sombría profecía de Ramsés
Por: Freddy Zárate

El conflicto bélico con el Paraguay (1932-1935) fue sin lugar a dudas el evento más traumático que vivió la sociedad boliviana de la década de los años 30. Las vivencias existenciales de los protagonistas fueron —de alguna manera— exteriorizadas a través de la literatura, la ensayística, el arte y la política. Hasta el día de hoy estos testimonios son valiosos para la reconstrucción histórica del conflicto del Chaco. Pero dentro de esta amplísima historiografía chaquística sale a la luz un curioso personaje que pasó inadvertido en el campo de las letras: Aureliano Belmonte Pool.
Los escasos datos biográficos indican que Belmonte ejerció el periodismo y posteriormente ingresó a la política. Utilizó el seudónimo Ramsés (nombre de uno de los faraones egipcios) para dar a conocer sus escritos periodísticos, literarios y políticos. La prematura muerte del autor hizo que peregrinara a un silencio forzoso cuando su pluma y su accionar político se afianzaban en la esfera pública.
A finales de la década de los años 20, Ramsés publicó su primera novela titulada “Carne de Conquista” (La Paz, Imprenta Continental, 1927). El libro representa para el autor: “La fatalidad de ser siempre la víctima y de no poder imponer un yugo, sino siempre soportarlo (…). Ante la América y ante el mundo, nosotros somos los únicos que podemos gritar: ¡Hemos sido robados, saqueados y escarnecidos!”, afirma con dramatismo en la introducción del libro. Un aspecto llamativo de “Carne de Conquista” está en haber vaticinado el trágico desenlace del Chaco cinco años previos al inicio de la guerra más larga que padeció Bolivia.
Apego a las tabernas
El relato inicia denunciando las viejas costumbres políticas donde prima el saqueo al erario nacional, la doble moral y la pugna constante por el poder. La vida cotidiana de la ciudad de La Paz está retratada por tener un apego a las tabernas, “las cuales son la casa y el hogar de la juventud”. Los principales protagonistas de la novela son alcohólicos consuetudinarios “de la que el país está casi compuesto por su totalidad”, manifiesta Ramsés. El ambiente sociopolítico tiene un matiz electoral que resulta vencedor el candidato Juan del Mercado. Una vez posesionado como Presidente de la República nombra un Secretario de Estado. El secretario es testigo de las decisiones “secretas” del Alto Mando Militar que tiene pensado iniciar la Guerra con el Paraguay. Esta información es confesada a su amigo Enrique. A partir de esta revelación el personaje Enrique empieza a vislumbrar pasajes espeluznantes del conflicto del Chaco: “Veo visiones y escucho la voz de los fantasmas… A quien, sino a mí se le puede ocurrir que escucha anunciarse la Guerra con el Paraguay. Decididamente, debo moderarme, pues a este paso estoy a punto de sumirme en el Delirium Tremens”.
El presidente del Estado, Juan del Mercado se propuso hacer de su mandato un verdadero camafeo, algo que no tuviera par en la historia de Bolivia. Estos impulsos —cargados de ingenuidad— hicieron que en poco tiempo adoptara políticas erróneas que llevarían a una inminente Guerra con el Paraguay. El Secretario de Estado atestiguó la adquisición de armas destinadas a la guerra: “Debido a las atinadas y eficaces gestiones que practicamos, pudimos adquirir a precio razonable 1.000 fusiles, muchas ametralladoras y buen número de cañones (…). Esos pertrechos bélicos se encuentran ya en nuestros arsenales y en breves días más serán utilizados por nuestro Glorioso Ejército”. Ramsés a través de su protagonista Enrique presintió la equivocada decisión de ir a una guerra: “¡Íbamos a suicidarnos marchando a la Guerra con el Paraguay! Sin comando eficaz, huérfanos de organización capaz de servir en un gran hecho de armas y hasta sin camillas (…) sin medios para que la tropa no se muera de hambre en el camino o en último caso no se sacrifique a la población civil”.
El ambiente político previo al inicio de la guerra estuvo marcado por mostrar un contexto ilusorio, el presidente Juan del Mercado exclamaba a la población: “¡Tenemos el Ejército más aguerrido de Sudamérica!”. Se expandió una imagen débil del Ejército Guaraní: “El soldado paraguayo es propenso a la retirada porque existe en él cierta falla que consiste en darse a la huida inmediatamente (…). El Ejército Paraguayo carece de armamento suficiente”. La sociedad boliviana convencida de tener supremacía militar clamó vehementemente: “¡Guerra!, ¡Guerra! cual un rebaño que ignora a dónde le conducen, se aprestaba frenético a marchar a la derrota”.
Presidente derrocado
En breve tiempo empezaron las hostilidades en el Chaco: “150 hombres que en un momento guarnecían al Fortín… ha iniciado el primer ataque y el regimiento paraguayo apostado al frente fue la víctima (…). Naturalmente ante la embestida de los nuestros, los paraguayos se defendieron bravamente. De improvisto una reducida fracción de adversarios se lanzó impetuosamente contra los nuestros y sufrió la consiguiente represión (…) el resultado produjo pánico, hizo que huyeran a todas las direcciones sin atinar siquiera a llevar consigo sus armas”. Esta noticia se difundió en todo el país y se fueron apaciguando los delirios insanos de patriotismo arrebatador. Los primeros contingentes militares “lograron arrancar verdaderos desgarramientos de emoción y no hubo mirada por la cual el llanto no hubiera circulado”. Pero a medida que salían diariamente los destacamentos rumbo al Chaco se fueron desvaneciendo las ovaciones patrioteras.
Pasarían tres meses del inicio de la guerra para que el presidente Juan del Mercado fuera derrocado. Los continuos desaciertos del Alto Mando Militar fueron diezmando a los defensores del Chaco: “Todo porque el Jefe del Estado Mayor y sus principales lugartenientes la noche predecesora (se la pasaron) bebiendo y bebiendo, acordaron un plan insensato de ataque… Indignamente alcoholizados ordenaron que las fuerzas partieran precisamente en la dirección que los adversarios se hallaban más fuertes (…) una tragedia que erizaba los cabellos”. El pueblo boliviano acrecentó su rechazo al Gobierno, el destituido presidente “don Juanito” por las dudas se veía forzado a dormir en un convento o en la casa de algún humilde obrero. El abrupto cambio de mando no mejoró la situación en el campo de batalla; se fue agudizando el deterioro del Ejército boliviano: “Enfermos casi todos los soldados y nutridos con los pocos alimentos que por suerte podían encontrar y desfallecientes por el clima, por los espantosos arenales y por las incomodidades, pues carecían de cuarteles donde alojarse, ante el enemigo, en las batallas finales se presentarían propicios a la carnicería (…). La muerte se alzaba al frente, más poderosa que el heroísmo”.

Totalmente silenciada

Un día la prensa anuncia en sus titulares: “Por razones de estrategia, las fuerzas bolivianas se han replegado en el interior de los territorios en disputa… El Chaco ha sido abandonado, siguiendo el plan habilísimo del General Marqueta”. Pero en realidad el plan estratégico de Marqueta era una farsa, una impostura, no había tal movimiento: “Lo que había era un vasto campo enrojecido por la sangre de los defensores de Bolivia y por los cuerpos desgarrados de las víctimas de la locura política y de la deficiencia militar”.
Finalizada la contienda bélica con el Paraguay, Ramsés describe el recibimiento que tuvo el Ejército boliviano: “Hoy a las tres de la tarde, arribará a la Estación el destacamento que acompañó al Estado Mayor durante todo el tiempo de las operaciones… ¡No debe quedar un hombre en la ciudad!, ¡Todos a la Estación a recibir a estos guerreros victoriosos!, ¡Gloria a nuestros héroes!”.
La sombría profecía de Ramsés de la contienda bélica con el Paraguay se concretaría una vez terminada la guerra en 1935. La novela futurista no alcanzó a generar un debate favorable o crítico (previo o posterior a la guerra) en círculos académicos, literarios y universitarios. Belmonte presintió que su novela produciría indignación cuando sea leída y que no faltaría quien lo catalogue como “traidor” o “antipatria”, pero el destino fue mucho más cruel de lo que se imaginaba el propio autor. La novela “Carne de Conquista” fue totalmente silenciada como una forma de castigo a su cruda descripción por los desaciertos militares y la mitificación heroica de los soldados del Chaco que prevalece curiosamente hasta el día de hoy.
Fuente: Lecturas