07/15/2020 por Sergio León

La resurrección de las culturas

El finado Ministerio y la resurrección de las culturas / Diez tiros al blanco

Por Fadrique Iglesias Mendizábal

A estas alturas no hace falta ya ser vidente, analista o futurólogo para intuir que ciertas cosas ya no serán iguales en los próximos años. Lo que sí está claro es que debemos ser un poco más creativos a la hora de hallar soluciones. La cultura, el arte y la creatividad no son la principal prioridad ante la catástrofe sanitaria que vivimos, pero dado su impacto ya no sólo en su dimensión hedonista, educativa y espiritual, sino en términos prácticos reflejados en la creación de empleos, riqueza y oportunidades económicas, elementos prioritarios en los albores de la pospandemia, pongámonos manos a la obra. 

La realidad es que en Bolivia después de década y media mirando con recelo al mercado, al sector privado y a la capacidad de autogestión de la sociedad civil, el sector cultural ha terminado por acomplejarse y creerse el cuento, hasta parecer aletargado. Como si ello no bastara, además de la pandemia hace poco llegó el decreto supremo N° 4257 que desarticuló el Ministerio de Culturas y Turismo, cual garrotazo en la nuca.

Pero estos son movimientos burocráticos que por sí solos no implican necesariamente daño mayor a la cultura y al deporte. Lo que sí es más agresivo con el sistema inmunológico de innovación y creatividad es la falta de alternativas, inclusive a mediano plazo. 

Muchos pensadores, gestores y economistas, liberales algunos y otros no tanto, esperan que esta sea una señal de cambio de sistema, pues Bolivia está en la cola de la integración del sector privado en este ámbito. Tradicionalmente la gente suele asociar la responsabilidad en materia de cultura a la administración pública. Pero existe mucho más espacio para la deliberación y participación, casi un océano diríamos, y aquí surgen a flote varias urgencias que vienen de años atrás. Menciono diez, unos más aplicables que otros, con la intención de detonara un debate urgente.

Uno. La necesidad de una ley de mecenazgo en Bolivia va más allá de patrocinar una obra de teatro o una partida de esgrima. Una ley de mecenazgo puede captar fondos privados inclusive para investigación en medicina, donaciones humanitarias y causas múltiples que ayuden a la recuperación de la pandemia. El argumento racional detrás de un pedido de incentivos fiscales (de mayor alcance que los actuales del impuesto de utilidades de las empresas) para fundaciones, asociaciones y organizaciones sin fines de lucro que fomenten programas de interés social, cultural y educativo, es el de ampliar la participación de los contribuyentes privados en beneficio de la mayoría. Ello en el contexto del Covid puede ser decisivo para amplificar esfuerzos de los sectores creativos y hallar soluciones de temas salud. Por ejemplo Quantum, empresa cochabambina que diseña y vende coches eléctricos, ha desarrollado respiradores “made in Bolivia” en tiempo récord.

Bolivia puede tomar viejos ejemplos de España, que tiene una ley de 2002 actualizada en 2014 para dar cabida al micromecenazgo, y Chile, que tiene la Ley Valdés de hace 30 años. Inclusive se puede retroceder y ver hacia Estados Unidos y la lógica de sus exenciones impositivas para “charitable organizations” (organizaciones de caridad) desde 1918, y más formalmente desde 1954 con su “Revenue Act” (Ley de ingresos); o hacia Brasil y su discutida Ley Rouanet de 1991, principal fuente de financiamiento cultural en aquel país. Se puede aprender lo mejor de estas experiencias y hacer nuestra propia normativa, a medida. La resistencia principal ha venido del desinterés que tienen los partidos de gobierno al momento de dejar de recibir recursos a través de impuestos, pero es una herramienta mucho más democrática, ya que le limita recursos al político ansioso de financiar políticas populistas para dárselos a aquellas organizaciones que logran convencer a sus contribuyentes de que vale la pena poner dinero en sus emprendimientos, pues tiene una contrapartida asegurada. Además, fomenta el tejido del voluntariado y el valor cívico. 

Dos. Ello viene atado al tema de la debilidad institucional del finado Ministerio de Culturas y Turismo, que no viene de ahora sino de mucho antes. Estuvo refrendada y verificada por el propio aparato estatal del gobierno de Morales. Los programas culturales más ambiciosos de los últimos 20 años y bandera del ala ilustrada del masismo, como el Programa de Intervenciones Urbanas (PIU), la Biblioteca del Bicentenario o los premios Eduardo Abaroa, vinieron desde el Ministerio de Planificación, de la Vicepresidencia a través del CIS o de un decreto supremo de “valores cívico-patrióticos” respectivamente, no de la cartera de Culturas.

Tres. Las tentaciones populistas se financiaron con lo que debieron ser fondos abiertos concursables alineados a políticas de Estado. Ese fue el talón de Aquiles de aquellas partidas económicas relacionadas con el emprendimiento creativo del PIU, que diluyeron sus virtudes en una nube de opacidad conceptual, pues no se comunicó efectivamente a qué objetivos, indicadores, teoría del cambio e impacto responden -en términos de cadena productiva, no de cháchara ideológica. Se asignaron 140 millones de Bs. sin saber bien qué efecto multiplicador se buscaba, lo que dificulta diálogos técnicos centrados en la racionalidad económica y social.


Cuatro. También relacionadas con el sector privado, pero a nivel local, se echan en falta alternativas creativas de fortalecimiento de la sociedad civil y el asociacionismo privado. Son varios países del hemisferio norte, pero también en Argentina, los que han explorado el funcionamiento de los Distritos de Mejora de Negocios o Business Improvement Districts para atraer negocios a zonas comerciales, organizar eventos culturales y enfocarse en el branding (marca, identidad) de los barrios, mientras se disfruta del espacio público. Estos esfuerzos de barrio se han dado de manera natural en barrios como Sopocachi en La Paz o entre los restaurantes y bares en el Boulevard de Cochabamba, pero siempre se puede articular una red de acciones conjuntas, de manera sistemática.  

Cinco. A nivel macro, se pueden explorar otras formas de financiación a través de incentivos fiscales. En el mundo anglosajón, desde 2018 se están comenzando a trabajar con temas culturales aprovechando las “Zonas de Oportunidad” -zonas deprimidas con incentivos de inversión-, aunque todavía no existe demasiada evidencia de sus resultados. Se trata de definir zonas urbanas deprimidas y “subsidiar” ligeramente las inversiones privadas, nuevamente a través de recortes impositivos. 

Seis. Otro tema emergente, atado a las intervenciones locales es el de los clústeres o distritos creativos. Se suelen dar los ejemplos de Buenos Aires o la Ciudad del Saber en Panamá, o inclusive en Cochabamba, medidos y mapeados por la Fundación Novus y el incansable activista de la innovación Miguel Angel Figueroa. Conviene también mirar cómo se han desarrollado algunos clústeres como eje de desarrollo territorial en algunas de las ciudades más peligrosas de EEUU como Baltimore o Detroit, con importantes resultados en regeneración urbana sin gentrificación, inclusive con programas de vivienda asequible para emprendedores culturales y artistas, al tiempo que dan capacitación empresarial. Estos barrios especializados en una tarea productiva, se benefician de economías de escala. Los pasillos de artesanías en La Cancha de Cochabamba o aquellos productores que confeccionan trajes para el Carnaval de Oruro o el Gran Poder generan movimientos económicos importantes y tienden a estar aglomerados.

ilustración Kevin Valle / estudiante DGR UCB

Siete. Una aspiración más antigua pero aún vigente son las redes de bibliotecas públicas, donde llevamos 50 años de retraso con respecto a Lima o Medellín. Habrá quien opine que las bibliotecas para no tocar están pasadas de moda, pero se puede argumentar que, una vez alcanzada la recuperación de la pandemia, pueden servir de espacios de cowork, mejor aun si vienen acompañados de aceleradoras / incubadoras, lo que equivaldría a un director técnico y un gimnasio para un deportista.   

Ocho. Todas estas iniciativas quedan en la nebulosa si no se entiende el aporte real a la economía. Para ello se necesita poner recursos y esfuerzo en la creación, captura y seguimiento de la contabilidad nacional a través de las cuentas satélites de cultura, algo que se comenzó con el Convenio Andrés Bello y que también apoyó el BID en este tiempo en países como Perú, República Dominicana, Panamá, Uruguay, etc. En Bolivia no ha sido el caso, al menos con la continuidad esperada. Sí hubo un avance en la gestión de un ministro de corte técnico como fue Marko Machicao -rara avis en su partido- pero se discontinuó su medición, difusión y seguimiento en la gestión de la ministra Alanoca. Si no podemos medir el impacto de la cultura en el desarrollo, no se puede aspirar a una tajada de la torta presupuestaria.

Nueve. En la línea de lo que ha trabajado el candidato boliviano a presidir el BID, Augusto López, cuando lideraba el índice de referencia mundial en lo relacionado al ambiente de negocios, el Doing Business del Banco Mundial, se puede trabajar un índice de ciudades creativas, para compararnos, poner en perspectiva y monitorear el rendimiento y progresión, sobre todo para dar oxígeno a ciudades intermedias, esa “clase media” del desarrollo urbano. 

Diez. Otro tema menos sexy pero urgente que hay que atender es el de la despoblación rural y envejecimiento. Si uno va por el valle de Cochabamba, o a bellos pueblos coloniales como Tarata, Totora, Mizque o Aiquile, se aprecia que el patrimonio arquitectónico se está cayendo a pedazos, aun cuando esos cuatro ejemplos están ubicados a pocas horas de la ciudad. Aquí sí que una iniciativa como el PIU puede tener grandes impactos, lograr escalar circuitos y fortalecer capacitación institucional, atado a resultados medibles.

Casa del presidente Mariano Melgarejo (1864-1971) en Tarata.

Yapa. Aunque quizás está un poco más alejado del tema cultural, es importante también el tema del espacio público, el deporte y el disfrute de la tercera edad, la niñez y la adolescencia. Se han financiado muchísimas canchas de fútbol, pistas de atletismo y coliseos, pero menos“software”, ni los suficientes espacios públicos, parques y áreas verdes accesibles y adaptados a la diversidad de usuarios. Es ilustrativo el ejemplo de asociacionismo con el sector privado de la empresa Pisos Mamut, que recicla materiales de desecho para hacer parques de gran calidad.

Unita más. Por último, la cultura viva, principalmente las artes escénicas, la música en directo, la gastronomía y otras creaciones efímeras están atravesando por un momento delicado y se deben atender, pero ello no implica que todo el sector creativo esté devastado. Sectores como las creaciones funcionales, software, diseño industrial y gráfico, que ya gozaban de buena salud en el país -particularmente en sitios como Cochabamba- pueden levantar un segmento del sector servicios de la economía nacional, y además crear efectos de “spillover” o cascada en las industrias creativas colindantes, abriendo oportunidades a la animación, inteligencia artificial e impresión 3-D. A estas alturas ya no deberían sonar novedosos ejemplos como los estudios de animación Moushon, empresas de visualización de datos como Vizonomy o el Lab Tecnosocial, que toman la temperatura de la conversaciones en el mundo digital.

Creatividad no es sólo el placer que genera nuestro lóbulo cerebral izquierdo, sino también aquello que chorrea de las ideas y tiene un valor de uso. Muchos retos para la próxima legislatura en materia cultural y creativa, que hay que plantear ya.

Fuente: Revista Rascacielos