10/18/2017 por Marcelo Paz Soldan
La poesia y la guitarra de Matilde Cazasola

La poesia y la guitarra de Matilde Cazasola


La poesia y la guitarra de Matilde Cazasola
Por: Iván Castro Aruzamen

La poetisa y cantautora, Chuquisaqueña, Matilde Casazola Mendoza (1948), ocupa un lugar extraordinario en la literatura boliviana y, latinoamericana, de nuestro tiempo. Mujer menuda, con una voz singular e incansable promotora del diálogo entre la poesía y su guitarra. Matilde Casazola, de quien hace años escuché esa canción que muchos intérpretes han querido cantarla, Tanto te amé, ha sido una autora fecunda de numerosas obras en verso y prosa que tuvieron una gran repercusión en el ámbito de los estudios literarios universitarios. En Matilde Casazola, prosa y poesía y música se reclaman mutuamente. Por tanto, poesía y música, forman el anverso y el reverso de una misma cantera creativa. En pocas palabras, poesía y música, acaban fundiéndose; de este modo en la voz de Matilde emerge la música hecha poesía y viceversa.
Pues, ya en su prosa poética temprana aparece esta indisoluble unión entre poesía y música; por eso, Casazola, es una de las autoras bolivianas, cuyo privilegio poético no es poco. Dice nuestra poetisa: «Allá interpretó maravillosas músicas en un piano antiguo de hermosas resonancias. Esas músicas quedaron en mi corazón saliendo hacía tiempo del lenguaje de los sonidos»; un lenguaje que sacia y es armonía: «magro pan que saciaste mi hambre, música escondida que me llenaste de armonía».
La poesía y la guitarra de Matilde Casazola, no tienen una relación coyuntural o esporádica en el arte de esta autora. No. Este vínculo se hunde en la lejana memoria de una niñez preñada de recuerdos. Así lo expresa nuestra autora en un verso que tiene un tono autobiográfico: «Una ocasión, la niña imaginó un poema. Y luego llegaron otros. Más tarde, también brotó de su fuente honda la música. Música y poesía se fundieron y empezó a recorrer los caminos con una guitarra y su voz algo ronca entonando canciones que tenían de luz y crepúsculos dorados». Y esa voz ronca y su guitarra, las veces que se han trepado a un escenario, no ha sido sino para inundar de poesía y música el ambiente.
A pesar de que la poesía parece preceder a la música en Casazola, sin embargo, ambas corren de la mano por las muchas páginas escritas con los versos casazoleanos. «A pesar de todo, agarro mi guitarra y canto. Broto canciones interminablemente. ¡Ah qué buena esta agua para mi sed!/ Agua, agüita, agua…». El alma, el espíritu y el corazón humanos, desde tiempos inmemoriales han saciado su sed, esa sed, con el licor de la poesía y la música. Pues, hasta la voz humana, la voz del otro, nos dice Casazola, es poesía para los oídos: «Eres tú, voz suntuosa, acariciante. Voz corporizada en tal estatua de carne […] Eres tú, voz de viento, azul de luceros, espadas del mediodía».
El encuentro con ese bello instrumento, que asemeja contornos de mujer dormida o en flor, mujer de cabellos ondulantes y largos, la guitarra que llora y canta, en la memoria de Casazola es un símbolo siempre presente, aunque se remonte a los lejanos años ya de la casa solariega, de la «casa de mágicos sonidos»; así en este sentido, en el verso la guitarra es parte de lo vivido y recordado: «Una mezcla de olor a recuerdos y a humedad. Retratos antiguos. Una guitarra apoyada en la pared. Alfombras desteñidas, –¡qué bien se está aquí! –». La música y la poesía de Matilde Casazola, no han cesado de poner su acento en la naturaleza, los objetos, las voces y los recuerdos. «El color de los cerros lejanos/ me trae esta canción», dirá nuestra poetisa. O «[s]oy un poco de tierra/ que adquirió el don milagroso/ de la voz y del canto». Por eso mismo, el canto, al igual que en Atahuallpa Yupanqui o a pesar de la protesta tan viva en Víctor Jara, aliviana el peso de la soledad; pues, pura soledad conduce a la incomunicación y despliega la fuerza de la muerte en el sujeto. Para Matilde Casazola, el canto anida en la soledad, lo cual no es sinónimo de desazón, sino el motivo de «cantar en el camino/ juntando soledad»; de este modo se puede seguir horadando en la vida.
La poesía y la guitarra en Matilde Casazola, tienen los ojos abiertos y recorren los caminos del corazón, el alma y la vida humana. Pero ¿qué es la poesía en el arte de Casazola? Para esta chuquisaqueña de canto pausado, la poesía es el camino y la energía que hace al ser volver al cauce de su destino; es decir, a la existencia como lo dado y lo único palpable por el momento. Sino escuchemos a nuestra poetisa:
Poesía: tú me vuelves a mi cauce.
Lo demás, todo es oro licuado
que se va al mar lejano.

Es esta profundidad del ser poético la que le lleva a decir a Matilde, dirigiéndose a su guitarra, que la relación entre la poesía y la música es de tal magnitud, que no es sino otra cosa que amor; y un amor indestructible, porque ambas se reclaman mutuamente. «Yo la dormí/ yo la dejé esperando/ yo le impuse este llanto, este quejido/ mudo». Y cuando la guitarra calla su voz, y las notas se apagan como el fulgor de una estrella, la poetisa, aún en este estado sigue amando con intensidad la música callada, música sin notas que no deja de ser poesía: «Sabes que te amo/ furiosamente/ más que nunca esta noche/ en que te obligo/ a no cantar».
Hace ya más de cuarenta años atrás, German Arauz, decía de Matilde Casazola, que «para escribir lo que escribe hay que vivir profundamente lo que ella ha vivido y para cantar como canta hay que sentir profundamente lo que ella siente». Pues, sí. Esa hondura de la poesía y la música de Matilde están unidas a la noche, los árboles, las personas, lo cotidiano, lo pedestre. «Siempre, por esas calles de la noche/ suelo tocar los árboles,/ dulce y rugosa piel/ que ha visto/ las estrellas caer/ y contagia mis manos/ de su melancolía grave». Compañera inseparable de la poesía de Casazola, sin duda alguna ha sido la guitarra, por tanto, digo, la música en el sentido más extenso de la palabra: «Tú y la guitarra, tu voz/ y mi voz, y un canto mismo…»
Paseé mis ojos y oídos, por la poesía y la música de Matilde, a quien no me imagino lejos de su guitarra ni ajena a la poesía. Al conjuro de sus versos y su voz algo ronca, he cruzado abismos enormes de soledad y nostalgia. Siempre que puedo regreso a esa aleación inseparable tan presente en su arte poético: «Tanto te amé/ que ya mi canto se quiebra/ como un cristal/ como agua que se despeña/ Buscando el mar/ buscando alivio a su pena»; de su poesía brota la música del poema modernista, simple y sencillo; pero, también la naturalidad de toda una vida dedicada a la poesía y la música.
Ante la pregunta: ¿por qué canta el ser humano? Desde la voz y la poesía de una de las más notables poetisas de finales del siglo XX en Bolivia, podríamos anotar: hombres y mujeres cantan, para que la música contenida en la experiencia poética, alcance todo el cauce de la experiencia humana en esta tierra o por lo menos, la haga un poco más llevadera, frente a tanto sufrimiento. Escuchemos a Matilde Casazola:
Verdad que amo la guitarra
y sus sones
cayendo como torrente
bendecido, hasta las almas
solas.

Fuente: Puño y Letra