06/22/2012 por Marcelo Paz Soldan
La Paz en una gran metáfora de vida

La Paz en una gran metáfora de vida


La Paz en una gran metáfora de vida
Por: Natalia Guzmán

La literatura es libre en la palabra; y Bartolomé Leal se apropia del derecho y la libertad de habitarla, entretejerla y crearla. Morir en La Paz desnuda la mística que el mismo nombre encierra.
Bartolomé Leal nos narra una historia policial en la que venganza, justicia, compasión, la ambigüedad de la realidad, acompañada de la crudeza de la naturaleza humana, construirán los diferentes escenarios en los que el Gran Poder ejercerá su influencia en cada protagonista. Las pistas detectivescas no se hallarán en efectos materiales, las verdaderas huellas estarán dadas en los lazos que como humanos (desde los más viles hasta los más sublimes) nos vemos obligados a dejar como rastros en el recorrer esta distancia del existir. Estos se anuncian con risas y tragedias en el peregrinaje que el misterio de la vida nos incita a transcurrir.
Otro gran aporte, que particularmente me parece relevante, reside en cómo el autor se apropia de un país, un paisaje, una cultura. Leal no sólo dialoga con la geografía y topografías literarias pertenecientes a nuestro territorio, dialoga con las costumbres más básicas, con las pasiones más íntimas que en última instancia (estemos en donde estemos ubicados en el globo terráqueo) son las que determinan nuestra pertenencia a este mundo. Es de esta manera que Leal reafirma a la literatura en su libre pertenencia.
El inicio espiritual de la trayectoria de Isidoro Melgarejo -inspector de profesión y quien constituye uno de los hilos esenciales de esta novela- se da en un momento onírico donde la literatura dialoga con la literatura, cuando dos mundos, el espiritual y el material inician su encrucijada entre la vida y la muerte, y donde no queda más que la entrega a lo desconocido.
Por su parte, Connington, sicario contratado por una empresa internacional del narcotráfico, para matar a Antonio Machicado (amigo de Isidoro Melgarejo), descubre en La Paz no solamente una ciudad de paso necesaria, sino una misión personal. Connington detentará la mayor parte de los nudos actanciales para, en última instancia, entregarnos el entretejido ardiente de libertad y justicia.
Las mujeres -y las no tanto-, jugarán un rol de protectoras, ya sea de placeres o destinos, se presentan solamente como compañeras de camino, pero guías esenciales de los hechos que los personajes se ven obligados a seguir.
Finalmente, la muerte, protagonista esencial de la novela, sonreirá a cada personaje, otorgando a cada quien lo que le corresponde, ya sea por derecho o por destino, festejando su existencia en la fiesta del Gran Poder, anunciándose entre cielos e infiernos, jugando entre palabras aquello que nos es vedado observar. “Esto es la muerte, ritmo no vital, quietud inquieta, no paz interior (…) Los lugares comunes del lenguaje los hacemos para esconder la realidad atroz de la muerte…” (pág. 139)
Bartolomé Leal, autor chileno, nuevamente nos entrega un mundo donde la literatura no tiene fronteras al momento de existir, donde habitar o construir nuevos mundos, requiere de una entrega, entrega que consiste en comprender lo humano, donde cada uno de nosotros es simple y grandiosamente ciudadano de esta tierra.
Fuente: Punto aparte