09/15/2023 por Sergio León

La observación de ‘Las estaciones’

Por Iván Gutiérrez

La editorial Libros del Cardo publica en 2017 Las estaciones de Anahí Garvizu. Es una edición preparada para Chile y no así para Bolivia, cumpliéndose una situación que viene aquejando a una generación actual de escritores, a los que se les podría considerar como “nueva” poesía, o como portavoces de una perspectiva diferente de creación, discurso y estética, quedando marginados incluso de esa aparente oficialidad de la siempre susceptible etiqueta de “poesía joven”. Los proyectos editoriales que tienen un carácter más oficial en el mercado de publicación de libros del país, no han prestado atención, ni interés, o lo han hecho muy poco, a las propuestas de la generación a la que pertenece Garvizu, ya que se centran principalmente en proyectos de autores a los que en cierto grado se los publicita como consagrados, o que gozan de una salud eficiente de convocatoria mediática. Quedan así en la marginalidad proyectos que en muchos casos suelen verse como rebeldes, extraños, o en el peor de los casos bajo la perspectiva de “muy jóvenes”, dejando en el aire la necesidad de los autores por tener que probar una demarcación de “calidad” o “profesionalidad” en el ambiente “oficial” de escritores, editoriales, críticos, etc., situación que deja como efecto un panorama que tiene miedo a la experimentación.

Las estaciones es un poemario que inaugura su proyecto poético con un epígrafe de Rilke que termina con la afirmación de que “[…] ningún sentimiento es remoto”. Clave que servirá de guía para ir siguiendo la intención del universo poético del libro. Si bien el título apela a ciclos temporales, o también a paradas en el transcurso de un viaje, lo más importante para la escritura del libro; será la experiencia del movimiento, es decir, la conciencia despierta en su máxima capacidad a la experiencia del devenir. En ese sentido, la última palabra de Rilke es el enigma que embarga en una caída de peso a los versos que se hilan en el libro. La profundidad del descenso lento pero contundente debajo del agua es la sensación que nos envuelve como lectores; podríamos quedarnos con la imagen de caernos bajo el agua y como experimentamos el alejamiento en movimiento vertical de la superficie. En este poemario la lectura parte de la observación a una aparente superficialidad tranquila del paisaje, que nos es arrebatada, porque somos comprimidos, absorbidos por esa fuerza del agua que siempre esconde el abismo en los reflejos planos.

En la raíz de la palabra “remoto”, la experiencia del movimiento del tiempo sobre las cosas tiene una dimensión tan pedagógicamente existencial; que nos permite comprender el tejido de la construcción de esa memoria personal que tanto termina conflictuándonos en los procesos personales de crear las narrativas sobre nuestra identidad. Entonces podríamos reconocer que tenemos tres formas de participación con lo remoto: La primera opción sería el de separarnos de algo, ese acto se marca desde la toma de una decisión, la voluntad queda presente en el decidir ya no ser parte de algo. La segunda opción sería el alejarnos de algo, aunque no seamos tan consientes del porqué de esa separación; pero se percibe como un hecho inevitable por la incompatibilidad de seguir presenciando cierta idea de ese algo con el que participábamos antes pero que se ha modificado. La tercera opción sería la de desechar algo, una renuncia en contra de algo, queda marcado en un impulso más visceral, de negación de ese algo ya no productivo. El detonante de Las estaciones, tiene ese efecto activador de lo remoto del poeta clásico. Garvizu es consciente de lo que implica la profundidad de la palabra, que deriva en la participación con la perspectiva del epígrafe, que se podría reinterpretar como que ningún sentimiento es totalmente separado, o alejado o desechado, mientras la presencia de la memoria lo tenga como presente. Los poemas de Garvizu se pueden ir leyendo desde el conflicto que tiene el ser humano al intentar separarse del recuerdo, o alejarse del olvido y o desechar lo perdido.

El poemario de Garvizu está escrito sin títulos que dividen las partes del libro, por lo tanto, es presentado en una cadencia continua. Cada poema es seguido inmediatamente por el siguiente en flujo constante, dejando un efecto de gotas deslizándose sobre un cristal. El impacto de la escritura desde esa forma de presentación, nos deja muy presente la sensación de fugacidad que nos da la observación de una gota y su perdurable trascendencia poética en el camino que se va haciendo frente a nuestros ojos.

Las estaciones está compuesto por treinta y cinco poemas. Estos se los podría entender, atendiendo al orden del universo del libro, que se presenta en la lectura y permite esquematizar cierta división interna, marcada por los cambios de la temperatura y de la intencionalidad poética en el discurso de cada poema.

Desde ese esquema se puede pensar en siete partes, las primeras cuatro concentran cada una seis poemas; logrando dar una circularidad compositiva en el decir poético de esas primeras divisiones. La quinta parte funciona como un espacio de transición, conformada solo por dos poemas: “Los migrantes” y “Frontera”. Ambos poemas con títulos sugerentes a lo que la voz narrativa va entonando en su progresión poética de exaltación a un alejamiento de la presencia de la memoria, tan determinante en las primeras partes del libro. Las dos siguientes partes, sirven como catarsis a la convivencia ya consumida en las estaciones de la memoria, han sido agotadas las geografías territoriales, emocionales y corporales, que han mantenido en cierto sufrimiento el gozo por el grito de la composición poética inicial del libro. De alguna manera pareciera que la escritura, se va confrontando a la superación del peso de la palabra “pasado”, para más bien atender la mirada efímera de un “presente”.

Las cuatro primeras partes del libro tienen como esencia el esfuerzo por enfocarse en los fragmentos específicos del entorno que los recuerdos evocan, ignorando por completo el entorno general, y creando una mirada reduccionista del espacio. Al final, el libro termina con un poema que titula “Paisaje” lo que permite cambiar toda la perspectiva del inicio y de esa manera fortalecer el proyecto poético. El cierre es como si el zoom del lente de enfoque de repente fuera ampliado. La mirada final capta la totalidad del entorno. Podríamos pensar, en una metáfora final, como la expresión de la apertura del alma, que se expone al recorrido del lenguaje expuesto a la luz de la poesía, concluyendo que la poesía es la que ilumina los trazos y expectativas de una realidad fundamental.

Fuente: La Ramona