03/19/2012 por Marcelo Paz Soldan
La novela, el pasado y la Coronilla

La novela, el pasado y la Coronilla


La novela, el pasado y la Coronilla
Por: Gustavo Rodríguez Ostria

La proximidad de la celebración del Bicentenario del 27 de mayo de 1812, debería renovar la posibilidad de entender lo que realmente pasó en aquellos días y de auscultar las luces que, desde el pasado, pudieran proporcionarnos. Como es suficientemente sabido, por décadas la principal fuente y referencia sobre la confrontación en la Coronilla es Nataniel Aguirre y su obra Juan de la Rosa. Liberal y federalista, Aguirre la editó en 1885, cuando aún el fragor de los disparos en la costa del Pacífico no se apagaba. Convencidos como estamos de que Aguirre escribió la novela, no vamos a inmiscuirnos (por ahora) en el debate sobre su autoría. Lo importante es más bien establecer sobre qué bases documentales construyó Aguirre su narrativa. Fueron —sostenemos— testimoniales y orales en gran parte.
Dado el impacto que causó el ingreso de las tropas invasoras a la entonces Ciudad de Oropesa en el valle de Cochabamba, es muy probable que aquellos hechos, como todo drama, estuvieran permanentemente presentes en la memoria colectiva. Cuando Aguirre emprendió la tarea de rememorar, se hablaba de lo ocurrido en 1812 en las tertulias familiares. De aquellas palabras abrevó el autor como lo reconoce en su obra. E incluso se guió del texto de historia —aún inédito— de su progenitor Manuel María, que niño aún (al igual que Juanito, el personaje central de la novela), presenció el combate de las mujeres cochabambinas (pero también varones) contra las fuerzas del ejército peruano, a la cabeza del arequipeño y criollo americano Juan Manuel de Goyeneche.
Sin embargo, aparte de la rica y atrayente estructura ficcional propia de la novela, Aguirre estaba impelido de construir una retórica que sustentara la identidad cochabambina en momentos de disputa entre las regiones por la hegemonía política en el país. De ahí, que más que precisar quería construir una lección cívica; más que hablar del pasado en sí mismo, quería usarlo para proyectar el porvenir. Además carecía de fuentes fidedignas, que hoy están disponibles para el historiador. Para mencionar solamente tres de ellas, que son imprescindibles: El parte oficial del propio Goyeneche, con pormenores de la batalla, el informe del cartógrafo militar Javier Mendizábal testigo de la batalla y autor de un plano de la disposición de fuerzas. Finalmente el relato de Francisco Turpín, integrante de las tropas del Regimiento No. 6 del Ejército Auxiliar del Río de La Plata, apostado en Cochabamba. Él estuvo en aquella crucial tarde del miércoles 27 en la colina de San Sebastián. Habla, por tanto, desde su experiencia vivencial.
¿Cambian estos (y otros) testimonios lo narrado por Aguirre en 1885? No totalmente, porque la batalla y el sacrificio ocurrieron en efecto. La matanza de las mujeres y la ejecución de varios líderes cochabambinos también. Pero los documentos aludidos presentan una dinámica muy nueva de lo acontecido y del carácter del conflicto y la protesta, lo que obliga a repensar los actores sociales involucrados en la batalla y las motivaciones de las mujeres. Incluso invita a releer los nombres de los personajes reiteradamente nombrados como sus protagonistas centrales.
¿Será el Bicentenario la oportunidad para rescribir la historia o simplemente, como ya ocurrió el 14 de septiembre del 2010, para festividades cívicas, desfiles, canciones y películas que opacarán el debate? Las mujeres que murieron en la cima de la Coronilla merecen que se las recuerde con su propia voz, aquella con la que se enfrentaron a sus adversarios. Cuando el velo se descorra, se verá que en este caso, como en muchos otros, la trama de la realidad es más compleja y rica que la imaginación de la novela.
Fuente: Los Tiempos