07/04/2022 por Sergio León

“La mujer en el sepulcro de cristal” de Eduardo Scott Moreno

Por Rocío Estremadoiro Rioja

Debo confesar que no había leído antes a Eduardo Scott Moreno, así que mi sorpresa fue doblemente grata.

Lo que más me agrada de esta novela es que la libertad que otorga la ficción literaria nos transporta a un libro de filosofía. A partir de sus personajes, de la interacción entre ellos y desde la intimidad pensativa del principal protagonista, se ahonda en los recónditos parajes abismales de las preguntas irrespondibles, de las “quimeras” de la filosofía, de las inquietudes metafísicas, de la soledad ilustrada y desamparo cósmico de quienes nos sabemos intensamente mortales en una inmensidad inalcanzable.

Desde el clamor por el silencio de Wittgenstein, la etérea materia extraviada de la teología, los laberintos de Homero y de Shakespeare, los atisbos luminosos y oscuros de la historia humana, los tanteos eruditos de la ciencia y de las artes, las aproximaciones impotentes y asombradas de distintas corrientes epistemológicas en búsqueda de dar sentido a la aterradora maravilla que nos rodea, no hay tema profundamente existencial -colectivo e individual- que pase desapercibido en este libro. Ello además se maximiza con la potencia narrativa y poética de las letras de Eduardo, es una trama que atrapa aún con la complejidad que deviene de una novela con las características descritas.

Quisiera citar algunos pasajes para que comprendan de lo que hablo:

“Actualmente sabemos de la Gran Explosión; de la radiación de fondo; de las supernovas y de la inmensa cantidad de energía que liberan en un segundo, mayor a la que liberará el sol a lo largo de miles de millones de años; sabemos que somos el resultado de la acumulación de polvo de estrellas y no la descendencia de un Adán hecho de arcilla, aunque resulte poético. Así que la realidad supera a la ficción infinitamente: El universo es inimaginablemente más complejo y enorme de lo que pensaban los babilonios, hebreos o polinesios; también es mucho más antiguo. De hecho, que la realidad supere a la ficción es la cosa más lógica del mundo, simplemente porque la realidad es infinita; ninguna mente la puede contener ni abarcar, si siquiera pensar”.

“El estudio de la Epistemología, Felipe, es eso, precisamente: cuestionar cosas que se dan por sentadas mediante el uso de mecanismos conceptuales que determinan puntos sobre los cuales existe acuerdo para trabajar. Es la razón por la que la Epistemología exige y necesita precisión en el manejo de los términos de las proposiciones como base del conocimiento humano, así que la elección de un determinado estándar es opcional, pero las reglas matemáticas para utilizarlo no lo son. Entonces, el asunto que debemos resolver es, ¿a qué se refieren los conceptos? ¿son arbitrariedades inventadas por la mente o realmente representan algo?”

“En nuestra unión, se hacía presente el sentimiento de compartir ese algo que nos unía, pues cuando se produce el contacto de los cuerpos que liberan la sensualidad yacente en la psique humana y el contacto atávico de los cuerpos, es cuando el abismo se hace más profundo. Nos entregamos al goce de los sentidos en un acatamiento a la sensualidad y porque en su juego de intrigas se oculta y se revela lo que somos. Yo callaba y miraba a Magdalena tendida ante mí. Y era mejor callar porque al callar se retorna a lo esencial: una sonrisa; los tornasoles del sol que vulcaniza un manto de nubes con iridiscencias estratosféricas; el viento en el rostro, las constelaciones que rotan y cambian en una lejanía sideral, a las que atribuimos en tejido de los destinos, como si el ser humano pudiera importarles algo”.

“Entonces lloré en silencio. Sentí con violencia el sinsentido de las cosas. El abrumador peso de la nada y de las ausencias sin explicación. Del azar que nada significa y del agobio de la consciencia que no cesa con su aprehensión del mundo, que se nos viene con sus recuerdos afilados en la memoria y que nos causan heridas que no curan nunca”.

Skias onar Anthropos muchos siglos antes que Macbeth hiciese suya la metáfora de que el hombre es apenas una historia mal contada que nada significa. Sueño de una sombra que mira sin comprender la extraña arquitectura del mundo y de los sucesos que lo pueblan, sin comprender la vida que transcurre como un crepúsculo inasible que amengua sus claridades hasta dejarnos sumergidos en la oscuridad sin que nada podamos hacer. El tiempo es por siempre ido y para siempre está perdido salvo en nuestras evocaciones y recuerdos que poco o nada significaron. Nuestros sentidos nos narran un mundo de fugacidades que crean y recrean lo vivido una vez, y sobre esa elaboración de nunca acabar se hace lo que somos: una melancolía azotada de angustias, dudas, tristezas y felicidades cortas como un suspiro”.

Lo más grato de todo esto, es que estas cavilaciones se hacen hondamente empáticas al insertarse en los parajes de Cochabamba o de Sucre, entre árboles frondosos, tormentas vespertinas, montañas testigo, calles familiares, rincones en los que cada uno de los que residimos en estas tierras, también hemos ido depositando nuestras propias preguntas, las que se pueden responder y las que no.

Fuente: Editorial Nuevo Milenio