06/16/2017 por Marcelo Paz Soldan
La morada del poeta

La morada del poeta


La morada del poeta
Por: Claudia Bowles

(Texto introductorio a “Poesía completa” de Roberto Echazú, publicado por Editorial Nuevo Milenio, 2001; incluido en “Poesía completa” del mismo autor, publicado por la Biblioteca del Bicentenario, 2017)
Polvo
serán estos versos
que disperse
el viento
o
el olvido
R.E.

Un poema es un lugar donde se juegan las posibilidades o imposibilidades de “decir” al mundo. Es el ámbito de la conjetura dubitativa, de lo conflictivo, propio de la modernidad. Pero es también un espacio donde ya no hay dioses y ni la palabra nos protege de la herrumbre del olvido. El lenguaje poético sólo permite nombrar las ausencias y eso, en rigor, es lo que encontramos en la poesía de Roberto Echazú.
Desde 1879 (1961), a pesar de que la esencia significativa de este primer libro parece ser la más distante de sus aflicciones, Echazú nos habla de ausencias. Más adelante, como en Morada del olvido (1989) lo hará evocando una suma de presencias queridas. Finalmente desde Akirame (1966) hasta Memorias presentes (2000), su poesía se sumerge en las profundidades de la conciencia del hombre. Y es a partir de aquí que surge una voz lírica cuyo ritmo e intensidad nos corta el aliento.
La historia es el punto de partida que se transfigura en 1879 en un instrumento para referir el amor, la vida y la muerte. Es, hay que decirlo, una visión trágica de nuestra historia la que da inicio a su obra poética. Visión trágica que Echazú descubre el 1879 e intuye en el resto de su poesía. En principio, por la certidumbre de que el devenir del hombre boliviano se ha construido sobre la sangre vertida y perdida.
la sangre que construye
victoria y porvenir
(“En el mar…”)

Pero en 1879 está también presente la configuración de una sospecha (que más adelante se comprueba) de la imagen de un “país-no país”, en el que no existe la posibilidad de gozar, donde los placeres se construyen olvidando el pasado, y donde la única herencia telúrica compartida por todos es la soledad. He ahí la conciencia de lo trágico. Echazú retrocede en el tiempo y desciende en el espacio para descubrir la fealdad y el sinsentido, la miseria de la guerra sobre la que se ha fundado y de donde emerge la imagen cercenada, mutilada de nuestro ser. A diferencia de otra poesía enunciativa, ésta nos aproxima a la esencia misma del hombre, alimento de su propia historia. Poesía de la celebración pero por negación: como un antiguo ritual, el poeta recobra su papel de oráculo para cantar la poesía del recuerdo de los grandes fastos de la historia. Pero ¿no es éste en realidad un recuerdo también de la pérdida de utopías más recientes? Podríamos sospechar de una preocupación más inmediata en el tiempo y en el espacio, que orienta su mirada hacia los conflictos sociales de este último tercio del siglo:
Vivimos
largo tiempo en las cárceles,
por creer en la juventud
absorbida
en una muchedumbre,
unida por la misma sangre.
(“Nada tiene de común…”)

La voz en plural del poeta que se solidariza con el mundo y habla en nombre de él, pronunciando esa palabra mágica capaz de conjurar el olvido, es esa la voz de 1879. Palabra protectora y paternal, que intenta, por lo menos, existir y trascender en la poesía. Es la poesía asumida con voluntad de poder, como posibilidad de cambio:
por el poder
de la verdad;
por el poder
de una caricia:
una multitud
sonriente.

(“Por el poder…”)
1879 nos evoca el cercenamiento territorial, pero sin saberlo con certeza, también nos anuncia lo que será el fin último de su búsqueda y de su escritura:
En un día futuro
las puertas abiertas
de las casas
para comprender
la razón,
y descender al fondo
de los lechos
abierta
la gloria, la miseria
oculta.

(“Nada tiene de común…”)
Desde entonces, Echazú ha permanecido con la poesía en el tiempo del desamparo, el tiempo de la ausencia de los dioses, en una especie de exilio hacia el interior, que lo transporta de texto en texto, configurando siempre un mismo y reiterado espacio: el del ocaso, el del fin, el de la muerte como un retorno a la tierra.
La poesía existe para que la muerte no tenga la última palabra. En esta lucha, en esta agonía, la palabra es la victoria del hombre, victoria pasajera y efímera; es proyección contra el antidestino del hombre, la muerte ya que no la eternidad; y como su victoria nunca es definitiva, debe ser incesantemente reiterada:
“Tal es el nacimiento de la soledad en la lindes de
las razas
.
Tal su ardua permanencia que la amamos.
Y así nuestro canto se eleva sobre los altos
follajes
de la gloria”.

(Akirame)
Pero la presencia de la poesía es como el olvido que lleva a Orfeo a volcar la mirada y, sabiéndolo, perder a Eurídice. Pierde a la amada, pero ha llegado a las profundidades. Y, sin embargo, ¿podría haber sido de otro modo? ¿Podría la poesía ser de otro modo? ¿Podría el poeta elegir la vida cómoda y segura del mundo? La paradoja reside en el hecho de que esa ansiada liberación que se busca en la poesía sólo se alcanza muriendo en su búsqueda. La poesía es una afirmación de la vida, aun cuando su escritura sea una irresistible aproximación a la muerte.
Se ha dicho que a lo largo de sus diversos fragmentos, en Akirame1 se va erigiendo el eje principal de gran parte de la poesía de Echazú. Aquí la voz del poeta se multiplica en disonantes participaciones que, alternativamente, preguntan y responden sin encontrar más que tumbas y silencio. No queda sino el espacio vacío de lo que fue humano y vital. El poeta está frente a la desolación de la desolación de lo que va más allá de la soledad, la muerte misma.
Una imprecación reiterada hacia la muerte se repite:
“¡Malamada y servidora de proscritos!”
¿Por qué su púnica excusa en túmulos de dolor
y de olvido, sus baluartes hunde?

Pero no hay respuesta posible. El tiempo cíclico, el tiempo del eterno retorno, el que dejaba la posibilidad del renacimiento, del resurgimiento, ha pasado.
Ahora el hombre está solo, disperso y errante en un espacio que también se ha fragmentado, errante en su propia dispersión. El universo se desgrana y separa de sí; es una totalidad que ha dejado de ser pensable salvo como ausencia.
La poesía busca, bajo la forma de diálogo, encontrar al otro. El silencio, los surcos vacíos, la fealdad y el cansancio acechan al poeta:
Y toda la gran dicha que en la agonía se aliena, es
curso

que sigue a su inmensa soledad.
Una única esperanza se vislumbra:

Mi amor que también es arma amante, que sólo se
renueva en ti
despejando

a la muerte.
Palabra de origen japonés que significa “resignación ante lo inevitable”.
Desde la aparición de las vanguardias, especialmente del surrealismo, se ha creído en el poder del amor. El amor y la palabra son las únicas armas contra lo perecedero, y la muerte una puerta de fuga hacia la eternidad:
¡Amar!, ¡amar!, ¡amar!, en las altas cruzadas
de tu alma. Sobre la altivez del corazón
dejando
su ropaje en los vestibularios del espíritu.
—¡Sobriedad y manera de ser! —¡Oh perennidad
de amor!

El amor se puede salvar por medio del reconocimiento del otro: el otro y el yo que se identifican en una mismidad. Por otro lado, la esperanza, como refugio, ya aparece aquí dentro de un espacio preferencial, al que luego se retornará en todo un poemario.
Tras veintiún años de silencio. Echazú publica Provincia del corazón (1987), anunciándose ya los más apreciados temas de su poesía. Tras él vendrá Morada del olvido (1989) que —junto a Gabriel Sebastián (1994) y Humberto Esteban (1994) —es libro central en lo que se refiere a los vínculos más íntimos y invariables.
En estos últimos textos, Echazú se acerca a la fuente de vida del hombre: la tierra que guarda, como el árbol, el recuerdo y los sueños que dan sostén a la vida. ¿Qué en común tienen estos seres que con nombre y apellido habitan estas páginas? ¿Por qué hablarles? Provincia del corazón y Morada del Olvido reúnen estos poemas/relatos, como un homenaje al hombre sencillo y libre, gesto cargado de amor por el género humano, que sólo se compara con el amor filial de los poemarios dedicados a sus hijos:
—Te amo
Gabriel—
y que el rey
no me lo prohíba
ni se alargue
en su ley.

(Gabriel Sebastian)
Con una palabra
tuya se acrecentó
el universo

(Humberto Esteban)
En ambos libros, la presencia de los niños es de una fuerza renovadora y mágica, que hace renacer la vida y recobrar la sencillez de los orígenes. Y sin embargo, la solitaria melancolía desde la cual nos habla el poeta, traiciona este intento por interactuar y dialogar, porque el hijo finalmente es un espejo que le devuelve la palabra como confidencia:
¿Cómo hablar
de la luz
si son tus ojos
donde veo mi alma?

(Humberto Esteban)
Entre todos estos textos y en otra línea de su poesía, Tríptico del hombre y de la tierra es uno de los poemas de mayor vitalidad. La preocupación por la guerrilla es una manifestación de solidaridad que encuentra su intermediación textual en este poema, bello, profundo y complejo. En una larga serie de brevísimos versos, encadenados unos a otros, los sentidos de la pertenencia, la libertad y la muerte de intercalan, se superponen, se entrecruzan una y otra vez en una dispersión infinita. Como condensando epíteto que resume la visión de la nación negada, una antítesis contradictoria que describe al país como un no-ser en una perspectiva que, por lo tanto, le niega al yo la posibilidad de serlo. Con Tríptico… el poeta se hace uno con el hombre y con la tierra, pero en un país-no país, sin libertad, no es posible ser. Por eso no queda más que la muerte:
Vamos
Ramon Huanca
que el odio
se campea
por estos lados.
Vamos
nomás
con nuestros
sanjuanes
crepitando
en la sangre.

Y es que Echazú ha alcanzado a hablar sobre el hombre, hablando desde el hombre mismo.
El país-no país es una evidencia: este no es un país, pues carece de la libertad para serlo. ¿Es esto un pensar el país o un sentirlo? ¿Cómo trazar la línea divisoria entre el pensarse y el expresarse de los que habla Blanca Wiethûchter?2Sentimiento y certeza, la poesía contenida Provincia del corazón es poesía que revela verdades y las convierte en sentimiento. Es conocimiento al mismo tiempo que manifestación vital, Provincia del corazón y, sobre todo, Morada del olvido, son cantos al hombre, que se vierten como bálsamos ante el olvido y la espera:
Santiago Chambi
Tiene
Un reloj
Santiago Chambi
tiene
un anillo
Santiago
tiene
pero no tiene
un país.

Lenguaje enunciativo y expresivo a la vez, que alcanza una fusión de lo reflexivo y lo emotivo. Sin buscarlo aparentemente, configura una poesía en la que registra verdades y abre el debate de las ideas al mismo tiempo que se conduele. Aunque en un extremo todavía mayor, la realidad insondable en inasequible se escurre por momentos ante la mirada insistente que busca el sentido:
En vano
El verso llama
En su severo
tablero
al encendido
amor
de una adicta
o
al fulgor
de un olvido
sordo.

(“Julio Chamas”)
Quien profundiza el verso, muere,
Encuentra su muerte como un abismo

M. BLANCHOT
Sólo indigencias (1989) inaugura la secuencia final de estos textos donde la brevedad y la densidad dan cabida a la revelación más sobrecogedora que recoge esta obra y que, junto a Inscripciones (1997) y Umbrales (1998), constituye la confirmación de una búsqueda que se había anunciado desde el primer poemario. Estos mínimos versos, donde un patio y una estrella son el escenario perfecto para la contemplación última, donde la soledad es también sinónimo de paz, donde ya no hay que hablar sino escuchar:
Si este
Es mi destino
que en su afán
la muerte
mi nombre
sólo encuentre
en todo
su camino

(Solo indigencias)
Desde los himnos de los primeros poemas, los cantos amorosos a sus hijos, con los cantos de esta última escritura, todos son una muestra de la desgarradura del poeta. Aun la fraternidad, nacida del mismo sentimiento de soledad, es fraternidad sobre el vacío. Ahora ya se inscribe, se deja registro, se talla la huella del paso por la vida con la propia palabra; se desgarra de sí el último aliento vital, para recobrar la calma y esperar:
¿Quién llama
a la puerta
para decir
que ya no existo?
¿Eres
tú padre
acaso
que me llamas
o
eres
tu madre
que me lloras?

(Camino y cal)
Poco a poco se van abriendo las puertas, se desplazan los espacios. Ya casi nada queda:
Hay demasiad
muerte
para tan poca
vida.

(Memorias cercanas)
Notas:
1 Palabra de origen japonés que significa “resignación ante lo inevitable”.
2 Wiethûchter, Blanca. Poesia Boliviana Contemporánea en “Tendencias actuales de la literatura boliviana”. Institute for the study of Ideologies & Literature. Minneapolis/Valencia 1985.
Fuente: Echazú, Roberto “Poesía completa”, Editorial Nuevo Milenio, 2001