No me hagas elegir entre tú y las plantas, algunas plantas. Love of lesbian, Algunas plantas.
Por Christian Jiménez Kanahuaty
Si la ciencia ficción es el nuevo realismo, entonces, cabe pensar que La mirada de las plantas (Nuevo Milenio, 2022) es la reflexión más concreta sobre el inminente presente. Edmundo Paz Soldán crea un mundo casi autónomo que se no deja de hacer guiños al mundo exterior. Aquellos que son explícitos y que citan a René Zavaleta Mercado o la poesía de Hilda Mundy, pero también aquellos pasajes en los que parece rendir honores a novelas emblemáticas. Hacia el final del libro, Paz Soldán agradece esas deudas, pero es que también parece que dialoga con otros libros. Por ejemplo, con La escoba del sistema y La broma infinita de David Foster Wallace, La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa y al menos dos de las novelas de Michael Crichton, Jurassic park y Next.
Y aunque estas relaciones y nudos simbólicos hacen que la novela tenga un goce extra, es verdad que La mirada de las plantas funda por sí misma sus propias conexiones, en las que la novela se lee como un registro familiar y científico de la relación del hombre y de las máquinas con la naturaleza en tanto organismo vivo y movedizo, que logra consolidarse como entidad dentro de un discurso narrativo que establece la disolución de un único lenguaje. Porque Paz Soldán sabe que, para descifrar un presente diverso, también se debe escribir sobre él de forma diversa, y la herramienta se convierte en algo sofisticado que va de camino entre el significado y el significante, porque las palabras que se dicen, parece que en cada contexto cobran nuevos referentes y organizan cada vez de mejor forma el mundo que se propone nombrar.
En eso ayuda un montón que la estructura de la novela no sea rígida y haya momentos de fragmentos absolutos y otros, en los que los capítulos parecen cuentos que por sí solos tendrían vigencia en un universo que se encarga de pensar la naturaleza.
Así, de refilón, la novela también es un alegato sobre la herramienta de la escritura. No es que se abogue por un gran estilo y una pureza en el lenguaje ni en la sintaxis. Más al contrario, parecería apuntar que el lenguaje del presente es el barroco. Uno que podría dar la mano a Paradiso de Lezama Lima, pero que descree de la facilidad lírica de cierto realismo mágico. El frondoso desierto de lo real está cubierto de plantas y emociones que necesitan de un espacio para decir su verdad. Dicho espacio lo constituye el laboratorio y los recuerdos en los que sucede buena parte de la trama de la novela. Recuerdos, que, por otro lado, siempre están a punto de someterse al escrutinio y la distorsión de quien los escucha e irónicamente, también, desde quien los dice.
Pero también están presentes una Bolivia y una Cochabamba que parecen haber transitado por la distopia y la dislocación del tiempo real para conocerse más y mejor. No es propiamente una exageración ni la proyección del futuro; es, ante todo, el universo paralelo de esta realidad en la que estamos y es llamativo porque este registro hace de la novela un juego que crea en los personajes nuestras referencias históricas, pero en el universo en el que ellos se mueven, dichas referencias cuajan otras realidades y otras resoluciones.
Y es sobre este punto que se pueden hilar algunas ideas alrededor de La mirada de las plantas dentro de una bibliografía particular.
Al parecer hay momentos en la vida de un escritor en los que se decide escribir un resumen de lo hecho hasta el momento y una vía por la cual transitar de ahí en adelante. Este libro es ese instante. Es la acumulación natural de las novelas en las que Paz Soldán trabajó la historia reciente de Bolivia, desde Alrededor de la torre hasta Palacio Quemado, pasando por Río fugitivo, La materia del deseo y El delirio de Turing. Pero luego está la experiencia experimental con el lenguaje que se inaugura con Dochera y del cual beben El delirio de Turing e Iris y que cobra fuerza en esta última novela porque el lenguaje también es poroso, rítmico e hibrido. Y sí hay algo que puede calificar esta novela es su condición de hibridez. Esto debido a que cada capítulo parecería formar parte de una novela diferente, pero cuando se tiene el espectro completo el libro que sostenemos ha pasado a ser tan real como la música de fondo en las ciudades que habitamos.
Entonces, La mirada de las plantas no es un pastiche ni un ensamble de elementos de una tradición con otra, como podría pensarse tras ver las referencias literarias con ese otro guiño que se hace a una película como Miss congeniality. Y es que tratándose en cierto modo sobre una serie de concursos de belleza amañados y perversos, la referencia invisible, era casi inevitable. O quizá sólo sea un sesgo de lectura. Lo cual, pienso que también enriquece al libro porque propone relaciones que no estaban previstas ni en la escritura ni la edición de la novela.
Pero, retomando la idea anterior, podemos decir que, por ése lado, está saldada la relación del autor con su pasado creativo. Bolivia llega a esta novela después de haber sido trabajada desde la ficción a lo largo de muchos años y de maneras diferentes. Está, también el lenguaje que recorre el impulso renovador del autor por decir que el argumento de una novela no es lo único que importa en ella.
Las novelas sí, lo soportan todo, pero para hacerlo necesitan sostener una relación distinta con el lenguaje y esa relación Paz Soldán no la cultiva recién. Es algo en lo que ya viene trabajando, por lo menos, los últimos veinte años.
Y está, por supuesto, el tema familiar. Si bien el tema se detona en Días de papel y teniendo su gran momento en Río fugitivo y luego en algunos cuentos ubicados en Lazos de familia, genera una resonancia que da vida al mundo de la política y hace de ella una relación de poder, de fuerza y contingencia que logra mayor sentido y sustento a medida que la novela progresa y muestra a los personajes envueltos en problemas que son éticos y científicos y familiares
La familia es uno de los grandes temas de Paz Soldán y en esta novela, da rienda suelta a todos los demonios y fantasmas que la habitan. Está el tráfico de influencias y los secretos, están las drogas y los dolores maternos frente a la insuficiencia de los hijos y también, el deseo descarnado, que deja de ser pulsión y pasa a ser simple rutina.
Al unir todos estos elementos se tiene la radiografía de La mirada de las plantas sobre lo humano; se esgrime una pequeña tesis sobre lo poshumano y se piensa en varios tramos de la novela, la relación entre saber científico y saber ancestral. Y cómo ambos en una sociedad como la del presente, terminan por banalizarse y explotarse mutuamente desde el universo de lo gubernamental.
Y esto nos acerca peligrosamente a Norte, la novela Norte, no la colección de cuentos, que en cierto sentido va por otros caminos aunque el problema en el fondo sigue siendo el mismo, porque si bien Norte aborda el espacio de la violencia y su relación con la locura y el arte, La mirada de las plantas, es a su modo, el ejercicio de extender la dinámica de la ficción para saber cómo es que la ciencia se une con la violencia sobre el cuerpo vegetal y humano y en qué medida todo acto de civilización y desarrollo está justificado porque lo que se desea es abandonar la barbarie, pero como los extremos se tocan, mientras más ciencia existe en el ser, más barbáricos son sus actos y justificaciones.
Son los ecos los que llaman la atención sobre la novela, pero, hay que decirlo, quien se integre al universo narrativo de Paz Soldán por primera vez con esta novela, encontrará en ella, una de las mejores puertas para entender el programa narrativo que el autor emprende. Y al mismo tiempo, tendrá la materia prima para acercarse a los demás artefactos de su narración.
Por ello, finalmente, se debe decir que esta novela es un arriesgado proyecto que cumple con las expectativas, motiva a nuevas escrituras y transgrede el sentido de lo normal en la narrativa boliviana. Cumple las expectativas porque es la consecuencia directa de un trabajo estable y concreto sobre un tema que no siempre es importante en la narrativa boliviana y dentro, además, de un género, poco habitado por los escritores en Bolivia. Pero desde sus múltiples formas, la novela organiza una información radical sobre las plantas, las tradiciones orales, la selva, la migración y la violencia. Y en ese sentido, se nutre de todo el debate contemporáneo haciendo que la novela vuelva a ser un objeto de arte en términos estéticos, pero también una reflexión moral sobre nuestro tiempo.
Y por ello, la escritura que muestra podría servir de alumbramiento a proyectos nuevos de otros escritores que decidan crear a la par de este mundo otras instancias de tiempo. Hacer de esta novela un mapa sobre el cual se podría ir trabajando un territorio. Y transgrede el sentido de lo normal porque sin serlo del todo, sí toma partido y es sin duda, una novela política y quizá la más política de todas las novelas de Paz Soldán, porque encuentra los rescoldos de la política en el discurso gubernamental, pero también en las políticas de desarrollo y explotación sobre la naturaleza, está la intimidad y el núcleo familiar, además, de todo el debate que se teje de forma implícita sobre el cuerpo y sus extensiones y estimulantes.
De esta manera leer este libro es una experiencia que transforma hacia atrás lo que se lee de una tradición y modifica el presente de la misma. Es una novela que mueve datos e información. Pero sin dejar de ser crítica. Y es, por supuesto, una experiencia de feliz lectura porque se deja leer y el lector no siente que esté asistiendo a una tonelada de información. Simplemente se deja llevar. El juicio, la valoración y toda la reflexión vendrán después. Eso es lo que mejor puede hacer una novela, permanecer vigente tras su lectura. Y La mirada de las plantas, permanece, aun mira.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio