05/10/2023 por Sergio León

La luz de la vida o El día interminable

Por Gary Daher

No hace mucho tiempo, recibí en manos el libro El día interminable de Ricardo Calla Ortega, Plural editores, 2022. Se trata de un libro con veintiséis poemas señalados por números romanos.

La lectura de este trabajo supone un desafío para el eventual lector.  Y es que toda lectura, al igual que toda traducción, que en sí es su sinónimo, es un acto de riesgo. La primera impresión con la que se encuentra el lector es la de estar ante una especie de mar onírico, cuya interpretación podría ser tema del semanálisis, un ejercicio de lectura basado en la lingüística estructural y el psicoanálisis, útil para analizar cualquier texto y cualquier práctica significante desde la semiología. Pues de lo que se trata es de centrarse en la materialidad de los lenguajes: sus sonidos, ritmos y distribución gráfica, y no simplemente en su función comunicativa, haciendo del lenguaje un proceso transgresor dinámico más que como un simple instrumento estático.

Principalmente, cuando Kristeva nos advierte que “Todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En lugar de la noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el lenguaje poético se lee, al menos, como doble”. De manera que el lenguaje poético se puede mover transversalmente sobre el discurso como infinidad del código, mostrando hasta dónde llega el código. La pregunta que se hace Kristeva, y que se tendría que hacer todo lector ante un texto es: ¿Por qué este texto está entramado así, de esta manera?

Aventuraré aquí una lectura, en ese sentido, la de descubrir cuál es el entramado de El día interminable.

No obstante, me detendré un poco en el contexto, y es que el libro trae en la portada una máscara humana de jade olmeca. Recordemos que estas máscaras no eran creadas para ser utilizadas desde un punto de vista práctico, ya que no tienen orificios para la nariz u ojos, algunas inclusive son planas en la parte posterior. Las máscaras humanas carecen de una individualización, no son retratísticas, y hay un repertorio muy limitado de personajes. Probablemente eran representaciones idealizadas. Y esta al tener el rasgo de la boca abierta y las pupilas dilatadas, podría indicar un estado de trance. A continuación, se descubre que el libro está dedicado a sus dos hijos fallecidos, Valeria y Andrés, y aunque luego se advierta que el trabajo que le tomó 29 años, y que iba de 1990 a 2019 habría concluido luego de la muerte de Andrés.

Asimismo, otra lectura podría tomar en cuenta los cuatro epígrafes que recorren lecturas de doce siglos, resaltados por el autor, en un trabajo presentado de esta manera, no podrían pasar inadvertidos. “¡He dormido en el jardín del emperador, / esperando la orden de escribir! / He visto el estanque del dragón…”. Li Po, siglo VIII D.C. “Somos los que nos convertimos en polillas / Frente a la llama de la belleza…”. Mehmed Hayáli. Siglo XVI D.C. “Las campanas suenan sin razón y nosotros también…”. Tristan Tzara. Siglo XX D.C. “Reina del viento fundido / -en el corazón de los peces fuertes- / pero tenaz memoria…” Aimé Céssire. Siglo XX D.C.

Regresando a nuestra lectura, diremos entonces que aquí las imágenes textuales hacen permanentes desplazamientos de los significantes en busca de un significado. Así, utilizando la clave del lenguaje poético se viaja en indagación de una puerta que se nos abra y nos deslumbre con su misterio. Leemos en consecuencia como en un palimpsesto que la cultura del autor está reescrita por sus diferentes lecturas, como él mismo nos advierte en sus Notas, que aparecen al final del poemario, a manera de colofón:

Debiera ser evidente la cita que hago, en la parte IV, de una línea 
irresistible de la inolvidable canción experimental popular brasileña Disparada 
de inicio de los 1960s. Igualmente, cualquiera notará, un rastro, al comenzar 
la parte IX, del extraordinario poema I.1. del Danzante y la muerte (1983) de Seke Rosso. 
¿Y quién no reconocerá, en la parte IX, a Quevedo? Frases y ecos de Borges, Celan, Cesaire, 
Eliot, García Lorca, Gimferrer, Hölderlin, Lezama, Neruda, Tzara, Vallejo y Walcott 
a lo largo del texto tendrán también que ser inmediatamente reconocibles, siendo obvias. (40)

Uno por uno, los versos emergen en un tono descriptivo, como si el poeta estuviese asistiendo a escenas cuya descripción se traslada al mundo onírico. En estos versos el viaje descriptivo nos lleva a imágenes que se trasladan desde sirenas que lo invocan (¿Osaré repintar las sirenas que me invocan desde el aire?) hasta sumergirse en el profundo aliento de lo americano porque aquí es Guayaba el aroma de la claridad.

El agua, el sentido de lo femenino, la obsidiana, frutas exóticas, constelaciones americanas, mapas textuales que recorren topologías que cruzan las Antillas y el altiplano boliviano, se desgranan en un deletreo alucinante de asonancias y cadencias, que de repente se multiplican en versos cuya disposición gráfica se nos presenta a manera de coros. Sin embargo, su sentido final se me esconde como cuando uno se aproxima a la vida cuya proximidad, cuya intensidad, siempre está velada para otro que se exponga a leerla: poesía que se dice y expresa como latido de palabras.

En este viaje, de repente, nuestra lectura se encuentra con una elegía, como si la voz de las imágenes, en su gran mayoría surrealistas, lectura de lecturas, no sean otra cosa que resonancias del núcleo del poema, que quién sabe es también como esa cebolla de la que nos hablaba Jaime Sabines en su Como pájaros perdidos: “Se puso a desprender, una tras otra las capas de la cebolla, y decía: He de encontrar la verdadera cebolla, he de encontrarla!”. Este núcleo, creemos, se halla escrito en un fragmento al final del poema XV, fragmento que también es epígrafe del mismo poema:

       Suenen campanas sin razón y
       nosotros también

 ¡Locura!
 ¡Blanca amargura!

 
¡Ya se avista el estambre del recuerdo en el viaje 
sin pasajes de mi amor inacabado!

¡Ya se avista la ribera del sentido en la nave 
harapienta de la urgencia!

(el repliegue   el galeón         el sopor

 
   el hocico de los islotes

      la tregua     el camino    la obsidiana

         sólo un atisbo de obsidiana

 

              estatua encarcelada)





 

Siguiendo el modo del palimpsesto este segmento empieza con un verso de Tristan Tzara:  Suenen campanas sin razón y nosotros también.

Valga, por tanto, este texto como una provocación para una lectura más profunda, que acaso rebata la aquí apurada, y para compartir de que estamos ante una propuesta distinta a lo que generalmente se viene trabajado en el campo poético, según este servidor: ríos de imágenes visuales y acústicas en palimpsesto cuya ninfa principal nos devela la hermosa elegía arriba presentada.

Una delicatesen.

Fuente: sedyherida.blogspot.com/