05/07/2012 por Marcelo Paz Soldan
¿La generación de Cornell?

¿La generación de Cornell?


¿La generación de Cornell?
Por Fadrique Iglesias Mendizábal

En su brillante ensayo El insomnio de Bolívar (Anagrama, 2009), el escritor mexicano Jorge Volpi, con una dosis de humor, trata de caricaturizar las diferencias entre los escritores del Boom latinoamericano, aquellos que dominaron los escaparates desde los años 60, y las generaciones posteriores hasta nuestros días. Volpi marca como diferencias las aficiones de los primeros por Europa, la vida de bohemia, el uso del francés como segunda lengua, el neorrealismo italiano como influencia en el cine y su participación en el periodismo y la vida política en sus países de origen; mientras que los actuales tendrían como referente más directo a los Estados Unidos, dirigirían su incidencia pública en el mundo académico, serían activos en las redes sociales y blogs, y aparentemente disfrutarían del cine independiente hecho más allá de Hollywood (el visto en Sundance quizás). Hacer una caricatura de ese amorfo y heterogéneo grupo que es el de los hacedores de literatura en América Latina es imposible, pero algunos de estos puntos valen para ilustrar un cambio de tendencia, más allá del tópico, de la cada vez más creciente presencia de influyentes personas de letras en centros académicos y de pensamiento estadounidenses.
A los casos de Eduardo Mitre, actualmente profesor en la Universidad de St. John´s, o Edmundo Paz Soldán en Cornell se pueden añadir las experiencias norteamericanas de Claudio Ferrufino-Couquegniot o Giovanna Rivero, y la impronta dejada por esas experiencias en las publicaciones de obras creativas suyas protagonizadas por inmigrantes, ambientados en California (el Norte de Edmundo, 2011), Washington DC (El exilio voluntario de Claudio, 2009) o Arizona (el Tukzon de Giovanna, 2008).
Las universidades anglosajonas han sabido aprovechar la fuerza creativa de talentos en busca de mayores posibilidades investigativas y eso no es novedad, pero sí lo es la notoriedad del micro-clúster boliviano en ciernes de Cornell (Ithaca, Nueva York) -universidad que tuviera en sus aulas a escritores como Tony Morrison o Nabokov- donde ya llegaron el cochabambino Rodrigo Hasbún y la cruceña Liliana Colanzi en el último lustro, y por si ello no bastara, el reciente fichaje como doctorante del premio nacional de novela, Sebastián Antezana.
Otro de los lugares considerados como “centros de alto rendimiento literarios” en Norteamérica y polo de atracción de jóvenes narradores, es el renombrado programa internacional de escritura de verano en la Universidad de Iowa, con trascendencia desde hace varias décadas. De esas aulas han salido una docena de premios Pulitzer y otros varios galardonados. La más reciente participación boliviana ha sido la de la mencionada Rivero en 2004, así como la participación de otros escritores como Mónica Velásquez, Juan Carlos Orihuela, Adolfo Cárdenas y Luis Antezana en años pasados.
La riqueza que se logra con el intercambio de situaciones, narraciones y escritos desde afuera, junto con las experiencias germinadas dentro del territorio boliviano está nutriendo de forma potente las letras, no sólo con los escritores ya consagrados sino con todos aquellos que van en ascenso. Desde ambos lados del continente se logra esa complementariedad tan rica que parece elevar el nivel de los que escogen viajar, y también de aquellos que eligen quedarse.

Fuente: Ecdótica, publicado también en Página Siete