08/15/2011 por Marcelo Paz Soldan
La Ciega: María Josefa Mujía

La Ciega: María Josefa Mujía


La ciega
Por: María Josefa Mujía

[N. del E. A continuación reproducimos el poema La ciega de María Josefa Mujía. Éste se encuentra en el libro Estudios de Literatura Boliviana de Gabriel René Moreno y salió por primera vez en el periódico “Eco de la opinión” para sorpresa y disgusto de la familia Mujía. Cuenta René Moreno que el hermano de María Josefa, Augusto, le había prometido no difundir a nadie su obra poética pero que quedó impactado por el poema La ciega y que este se la mostró a un amigo y este a otro quien influyó para que se publique en un periódico de Sucre, de donde ella era oriunda. María Josefa Mujía perdió la vista a la edad de 14 años tras la muerte de su padre, hecho que la afectó sobremanera. No se conoce una fecha exacta del poema, pero es probable que sea antes de 1853. Otro gran poema de una poetiza es Nacer hombre de Doña Adela Zamudio: “Ella debe perdonar / Siéndole su esposo infiel; / Pero él se puede vengar. / (Permitidme que me asombre). / En un caso semejante / Hasta puede matar él, / Porque es hombre!].
Todo es noche, noche oscura
Ya no veo la hermosura
De la luna refulgente,
Del astro resplandeciente
Sólo siento su calor,
No hay nube que el cielo dora,
Ya no hay alba, no hay aurora
De blanco y rojo color.
Ya no es bello el firmamento,
Ya no tiene lucimiento
Las estrellas en el cielo;
Todo cubre en negro velo,
Ni el día tiene esplendor,
No hay matices, no hay colores,
Ya no hay plantas, ya no hay flores,
Ni el campo tiene verdor.
Ya no gozo la belleza,
Que ofrece naturaleza,
La que al mundo adorna y viste;
Todo es noche, noche triste
De confusión y pavor,
Doquier miro, doquier piso
Nada encuentro y no diviso
Más que lobreguez y horror.
Pobre ciega desgraciada,
Flor en su abril marchitada,
Qué soy yo sobre la tierra?
Arca do tristeza encierra
Su más tremendo amargor;
Y mi corazón enjuto,
Cubierto de negro luto,
Es el trono del dolor.
En mitad de su carrera
Y cuando más luciente era
De mi vida el astro hermoso,
En eclipse tenebroso
Por siempre se oscureció.
De mi juventud lozana
La primavera temprana
En invierno se trocó.
Mil placeres halagueños,
Bellos días risueños
El porvenir me pintaba
Y seductor se mostraba,
Por un prisma encantador.
Las ilusiones volaron
Y en mi alma sólo quedaron,
La amargura y el dolor.
Cual cautivo desgraciado
Que se mira condenado
En su juventud florida
A pasar toda su vida
En una horrenda prisión;
Tal me veo, de igual suerte,
Sólo espero que la muerte
De mí tendrá compasión.
Agotada mi esperanza
Ya ningún remedio alcanza,
Ni una sombra de delicia
A mi existencia acaricia;
Mis goces son el sufrir:
Y en medio de esta desdicha
Sólo me queda una dicha,
Y es la dicha de morir.
Fuente: Gabriel René Moreno / Estudios de literatura Boliviana