08/24/2017 por Marcelo Paz Soldan
La carta y la tumba de Jaime Sáenz

La carta y la tumba de Jaime Sáenz


La carta y la tumba de Jaime Sáenz
Por: Oscar E. Jordán Arandia

(Éste es un homenaje al poeta boliviano Jaime Sáenz, quien murió hace 31 años, el 16 de agosto de 1986. A la memoria de la persona que fue, del espíritu que es y de la obra poética que dejó.)
Los encuentros son extraños. El día que por primera vez me comuniqué con Jaime Saenz, lo hice a través de una tumba, la suya. Mi amigo Carlos Arce no me dejará mentir, él estaba presente.
Pues yo no conocía ni remotamente dónde quedaba la tumba de Jaime, la única referencia era el Cementerio General de la ciudad de La Paz. Y ese día nos dirigimos allí, con el único afán de encontrarla. En realidad, nuestro objetivo era dejar, en la tumba del poeta, dos poemas que cada cual escribió y en los que nos encomendábamos al oficio de escribir.
Ni bien llegamos, supe por dónde caminar. Y empezamos, con un andar seguro -en paso marcial y chistoso- por entre las laberínticas entradas del Cementerio.
“Por aquí, Carlitos”, le decía y mi amigo me seguía.
Doblamos en una esquina y ahí estaba un señor, de cuclillas ante un ataúd abierto, y con mirada diabólica levantaba el esqueleto de una mujer de vestido violeta, el cual se desgajaba en polvo por entre los guantes de sus manos.
–¡Qué miran! ¡No es para mirar! ¡Fuera! ¡Fuera!, nos dijo él, mirando nuestros rostros espantados ante aquel extravagante suceso.
Quedamos estupefactos. ¡Fuera!, gruño de nuevo.
Y nos pusimos en marcha, así, con paso chistoso y menos marcial, guiados por la fuerza del misterio, hasta llegar a un jardín, muy bonito, con árbol y todo, oculto entre dos filas de concreto.
Allí se encuentra enterrado el poeta.
Nos acercamos con respeto y súbitamentese apareció -no sé de dónde- una señora muy viejita y me preguntó qué hacía, cuál era mi gracia, y por qué no había venido nadie ese día a visitar al Jaime, siendo que era su cumpleaños: “¿Y doña Blanquita? ¿Por qué no ha venido? ¿Y el otro caballero y la señora? ¿Quién te ha mandado a vos?”
Me figuro que esa señora muy viejita no cuidaba la tumba, sino al cadáver del poeta. Y vaya a saberse el porqué.
Resulta que en la tumba de Saenz hay una cruz hecha de cañahueca, que tiene atada en el medio una inscripción. Quisimos colocar detrás de la cruz nuestros poemas y, oh sorpresa, ya había allí papeles similares a los que traíamos, varios de ellos.
Ni modo, pusimos los nuestros como pudimos y nos fuimos. Menos mal estaba mi amigo Carlos Arce para dar fe de lo que narro y digo… él no me dejará mentir.
La carta de cómo llegar a ser poeta
Años después, Saenz respondió a lo que le pedía secretamente en el poema, y lo hizo a través de otra carta, una suya dirigida al señor Ricardo Bonel-Valdés, fechada el 1 de noviembre de 1973.
Una copia de esta carta me la entregó la escritora Blanca Wiethüchter, a quien no me alcanzará aliento para retribuirle semejante obsequio. La carta también está publicada en su libro Memoria solicitada. Es, con toda seguridad, el relato más preciso y honesto que hace Jaime Sáenz sobre el oficio de poeta, de hacedor, sobre la obra y el carácter mismo del hacer.
¿Cómo se puede llegar a ser poeta? En esa carta lo revela todo: se trata de aprehender la vida, la muerte y luego la vida, en ese orden. Sólo así, el poeta, atravesando esa “contigüidad de la muerte” podrá alcanzar la máxima gracia que “puede esperar el artista”, es decir la substancia de la creación en la que ha de nutrirse la obra.
La susodicha carta empieza así: “Mi querido Gordo: La contigüidad de la muerte es la suprema gracia que puede esperar el artista”.
La contigüidad de la muerte es el primer paso para alcanzar esa suprema gracia que necesita el artista para crear. Contigüidad quiere decir una secuencia sucesiva entre el estado de vivir y el estar muerto y surge, como bien lo explica Sáenz, por la insuficiencia del vivir para poder alcanzar la substancia de la creación. En la substancia de la creación se encuentra la materia prima para hacer la obra. En la contigüidad está la substancia.
Y aunque estas reflexiones parezcan, para algunos, chino mandarín, déjenme explicarles un poquito la trascendencia filosófica que tienen estas palabras para entender el quehacer poético del honorable Jaimito. Él mismo lo va explicando paso a paso a lo largo de la carta.
La primera pregunta que surge es cómo lograr que la muerte sea contigua. A lo único a lo que la muerte podría ser contigua es a la vida, lo que significa que para lograr la contigüidad de la muerte habría que estar muerto un ratito y luego seguir viviendo, o resucitar.
Y es a eso a lo que precisamente se refiere Sáenz: para ser poeta hay que procurar estar muerto.
Y ojo que estar muerto no es lo mismo que haber muerto: “Pues el estar muerto significa estar en la muerte, haberse adueñado de la muerte, mientras que haber muerto significa haber sido devorado por la muerte y es cosa muy distinta”. Esto significa que “el conocimiento en el vivir es insuficiente para alcanzar la substancia de la creación, por lo que habrá que remitirse al estar muerto”. Hay que remitirse al estar muerto, porque allí se encuentra lo que hace del poeta un hacedor.
Al conocer en el vivir la substancia de la creación, el poeta deberá empezar a escribir de lo verdadero, en un acto de sinceridad con el mundo y uno mismo. Sin inventar, sin fantasear, sin buscar en otro lugar sino en lo “profundo de la realidad verdadera” la substancia de la creación, de una obra que sólo espera ser revelada, que ya está realizada, pero sólo en el profundo estrato de la realidad verdadera, de la realidad humana. Por tanto, necesita ser formada.
¿Y la gracia, o sea, la gratuidad? En el estado de gracia se encontrará todo el precio que uno debe pagar para resistir la ejecución de la obra.
El peso del mundo que el poeta lleva sobre sus hombros, de la humanidad entera, del misterio de la juventud y de la muerte, ese es el estado de gracia, la gratuidad por excelencia. Y es por lo tanto un precio que uno debe pagar en la carne, en la sangre, en cada uno de los huesos, donde descienden las hormigas cuando uno cae definitivamente a la fosa.
Está en este ciclo, contigüidad de la muerte, substancia de la creación y el estado de gracia, una de las mejores exposiciones jamás hechas sobre el hacer, el hacedor y el objeto realizado.
Esa para mí, fue una lección que literalmente me salvó la vida. Gracias Jaimito.
Fuente: Ideas