04/02/2012 por Marcelo Paz Soldan
Juan de la Rosa, con ojos de historiador

Juan de la Rosa, con ojos de historiador


La siguiente columna de Kuti Vuelta se suma al seguimiento que Ecdótica ha estado realizando en torno a la atribución de la autoría de Juan de la Rosa: Memorias del último soldado de la Indepencia. El historiador Gustavo Rodríguez Ostria se suma a la mesa de discusión desde un punto de vista histórico. Si aún no has leído la obra, puedes decargarla aquí, como parte de los servicios de nuestra biblioteca gratuita.
Juan de la Rosa, con ojos de historiador
Por: Gustavo Rodríguez Ostria

De cara a las ideas dominantes de su época, Nataniel Aguirre fue un pensador y político progresista. Propugnó el federalismo ya en 1871(cuando Andrés Ibáñez aún no se había apropiado del concepto). Defendió la propiedad de las comunidades indígenas contra los apetitos de quienes querían arrebatárselas, aunque fiel a su ideario liberal impulsó la Ley de Exvinculación en 1874. Disponía que se fragmentara las tierras para convertir a los indígenas en campesinos parcelarios. Concurrió a la conflagración con Chile y se mantuvo fiel en el bando guerrerista, que no aprobaba un pacto a cualquier costo con el vencedor. Y lo que es más importante, escribió Juan de la Rosa, una novela bella y fundamental.
Hace meses Gustavo V. García, boliviano y profesor de una universidad norteamericana, puso en duda esta autoría. Su mayor, y en rigor único argumento, es que en la primera edición de 1885 aparece firmada por Juan de la Rosa y que sólo en la segunda edición de 1909 se la atribuye a Aguirre. Hace muy poco, Luis Antezana Ergueta y su hijo Alejandro siguieron esta vena y sin aportar mucho más, la suscribieron. Todos niegan que Aguirre usara un seudónimo y proponen que el autor sería un desconocido coronel de nombre Juan de la Rosa u otro militar llamado Juan Altamira de Calatayud. De ambos no prueban que existieron, menos —claro— que cualquiera escribió la novela en cuestión.
Quien esté familiarizado con la guerra entre 1809 y 1825 no debería tener problemas en hallar rastros del presunto militar, si existiera. Bastaría consultar en los archivos. Si era Coronel debieron pagarle, y los registros fiscales de esos años se conservan en gran parte. Y si no hallan rastros allí, podrían ingresar a la página web de los Mormones donde trabajosamente se han volcado los registros de nacimientos y muertes en Bolivia desde la época colonial.
Quizá la contundente afirmación de García sea posible; es su campo de conocimiento, sin embargo, un historiador trabajaría de otra forma: presentaría pruebas y no formularía imprecisas hipótesis; del mismo modo que un juez no dictamina sin pruebas terminantes. La labor de historiador no es sembrar incertidumbres y dejarlas sueltas, sino encararlas y resolverlas.
En los Antezana descalificar la autoría de Aguirre tiene otro propósito: afirmar que el texto no es una novela, sino una narración producto de un testigo, por lo que cada palabra tiene el aval en tiempo presente y no es la expresión de un escritor que relató una ficción, años más tarde. Empero un cotejo con la historia real, aquella que se sustenta en los documentos, nos permite afirmar que Juan de la Rosa no retrata lo ocurrido en Cochabamba entre 1810 y 1812 con la fidelidad que requiere el testimonio de alguien que vio. Serviría cotejar la producción de Aguirre con la narrativa de un combatiente como el Tambor Vargas que operó en la guerrilla de Ayopaya (1814-1825). Vargas data y fecha lo que tiene en frente. Aguirre en cambio, sigue su propio derrotero argumental. Sobre una base de sucesos reales, varios de los cuales describe muy bien, suprime y adiciona hechos y personajes. Quiere que su narrativa sea una lección de historia, y no el pasado mismo. No lo inventa totalmente, pero desea que opere como una instrucción cívica para reconstruir el porvenir. Que dé argumentos a Cochabamba que disputa con Chuquisaca y La Paz el liderazgo de la nación, impasse que se dirimirá por su mayor o menor participación en la llamada Guerra de la Independencia. A más héroes y heroínas epónimas mejor; más glorias y más derechos que otorga el sacrificio y la sangre derramada.

Fuente: Los Tiempos