Por Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Nunca aprendí a hacer crítica literaria, ni de nada. Me acerco al arte con emoción y eso dicta mis palabras. Que si buena, si mala, la opinión carece de importancia ya. Lo sentido ha sido echado afuera, y vale para el momento porque es ahí donde pesa, en el instante, el flash, el momento en que la Singer comienza a coser con sugerente zumbido. El principio de las cosas.
Seúl, São Paulo es la novela de Gabriel Mamani Magne (La Paz, 1987) que ganó el Premio Nacional de Novela 2019. Mucha agua ha corrido por debajo del empedrado desde que se entregó esta distinción por primera vez. El país ha cambiado; todavía se debate, y lo hará por mucho, con las cargas, culpas, taras de mil años de dominio. La literatura nuestra se ha transformado también, o comienza a hacerlo, con una visión más extensa, y de lejos más rica, de lo que había sido entonces. Ya lo dirán los que saben, entre estudiados y sesgados, para retratar un período que debiera dar al mundo la real perspectiva de la literatura boliviana en un contexto que siempre la ha minimizado o la ha aceptado solo en espacios elitistas.
Creo que la nuestra siempre ha sido una literatura de inmenso potencial. Bolivia es la joya que escarbar, el diamante que pulir, el misterio que jamás se destapará pero que puede ser, a medias, develado. Somos lugar y gente complejos, acomplejados también y furibundos y altivos. De profundas raíces. Difícil elucubrar sobre algo que es más que espiritual, intrínseco. Nadie como José María Arguedas para pintarlo, para descubrir la emoción y las fuerzas vivas, claras y oscuras, cóndor y toro, que se agitan en todas nuestras sangres.
Pero divago. La novela de Gabriel no es un tratado de filosofía ni una exploración hacia los arcanos. A pesar de que sí, también. Estamos ante un libro de exquisita y delirante lectura. Se diría fácil porque se leen sus páginas de corrido, sin serlo. Me ha entusiasmado desde su inicio porque supe que estaba ante una obra irreverente y heroica en su sinceridad, lejos de la acostumbrada retórica de los mayores y búsquedas febriles de los nuevos en espacios diversos que a veces eluden (en su justo derecho, cabe afirmar) lo cercano. Libro que termina con un ciclo. Momento en el que Bolivia crece en su perfil real, o al menos en la aproximación literaria a él.
No puedo considerarme erudito en literatura boliviana. Poco de lo mucho que existe he podido leer a lo largo de los años. Hay excelente producción tristemente todavía anónima hasta en el contexto latinoamericano, pero Seúl, São Paulo ha despertado cálidas sensaciones de que se viene algo nuevo, de que el país despierta para aceptarse como lo que siempre ha negado ser. Y eso tiene que aparecer en el arte y la cultura, manifestarse con vehemencia allí donde supuestamente hemos de perdurar como memoria. La novela premiada de Mamani Magne es una infusión de vida incluso para un espacio joven como Bolivia. Representación aguda, y divertida, del amplio espectro de la bolivianidad. Luego de ella tiene que abrirse paso a mucho más, y a muchos más. Festejo su aparición, la dinámica de esta prosa profundamente nuestra, desvergonzada, altiva, que augura un futuro. Muy contemporánea, además.
Respecto al estilo diré con mi aprendizaje de lector que así se debe escribir. Oración y punto; oración y punto; ágil, muscular, sin pajas. Orgullo para todos. Alegría. ¿Por qué hilo? Porque hay máquinas de coser en el argumento y nosotros somos tejedores, de antiguo.
Fuente: lecoqenfer.blogspot.com/