02/05/2010 por Marcelo Paz Soldan
He de morir de cosas: un ensayo

He de morir de cosas: un ensayo


He de morir de cosas así
De: J.J. Pacheco

“Más fácil es renunciar al pan que a las palabras” nos lo advierte Emile Ciorán desde su lucidez atormentada. Y nos sugiere que escribir libros no deja de tener alguna relación con el pecado original, pues ¿qué es un libro sino una pérdida de inocencia?… es una tentación.
La tentación de descubrir algo que todavía no está presente o lo está en forma latente, premonitoria. Éste es quizá el ámbito en el que se desenvuelve la novela que esta noche les comento; una latencia cercana y necesaria, un descubrimiento del sentido y de la causa.
El discurso que desarrolla la novela es un discurso desde la mujer, desde el sentir femenino, el impulso sensible de la historia contemporánea, su esperanza y su duelo.
Ante un mundo corrompido e impuro, agresivo y soberbio, dominado por los hombres, surge un sentimiento nuevo, se descubre y se enfrenta con los males de la era que vivimos: la guerra y la formación de los hombres y mujeres para ella, los dogmas excesivos e hipócritas representados por la iglesia y su clerecía, la sexualidad reprimida, los instintos castrados, la imposibilidad de lo auténtico.
Todo esto enfrentado por los sentimientos y los conceptos redescubiertos, representados ahora por las mujeres, portadoras de un hálito nuevo y renovador. Pero asimismo por la poesía, por la sensibilidad dispuesta en el arte, por la provocación y por las dudas que genera.
Tres mujeres desarrollan una relación íntima, en la que se entremezclan las ganas de aprehender el mundo en un instante con la búsqueda de sentidos propios a las propias vidas, dotándolas generosamente de sentido, alejando lo doloroso del pasado e incorporando quizá con miedo o con arrojo las sugerencias de los cuerpos, las determinaciones del espíritu, libre en ciertas circunstancias.
Alrededor de la trama que el autor desarrolla en la novela, él nos acerca a la comprensión de que el hombre es el camino más corto entre la vida y la muerte, puesto que hay desapegos que súbitamente nos invaden, como un soplo mortal, y cuando esto sucede “los sabios se nos antojan” pequeños y “los santos profesores fracasados”.
“La vida en su aspecto positivo es una categoría de lo posible, una caída en el futuro”. “Cuantas más ventanas abras hacia el futuro, más cosas podrás realizar”, nos vuelve a recordar Ciorán.
Pero, ingresemos un palmo en la novela misma. Tres mujeres, juntas por el azar y por las circunstancias, se conocerán y desarrollarán una relación que las llevará, luego, a converger hacia ellas mismas, en una playa cercana a Manhattan, en la mítica ciudad de Nueva York, alejadas de la desenfrenada ciudad, pueden aventurarse en un viaje interno, intestino.
“La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas”.
“La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre los artistas
nardos de angustia dibujada”.

Las mujeres desarrollarán una relación provocativa, que tendrá características sugerentes; desprejuiciadas ellas, recorrerán los caminos de su sexualidad también desprejuiciada, los caminos del espíritu rebelde de las mujeres de hoy en día, y de los que han comprendido que se debe liberar el instinto de la vida en contraposición a los dogmas de la muerte.
Ellas, en una casa alejada, irán tejiendo y destejiendo las sensaciones que urden la trama de las vidas cotidianas: el disfrutar del placer de la comida y la bebida, del humo y sus embrujos, de las relaciones, de la sexualidad, de la naturaleza, de la poesía, de las historias dispares, de los miedos, de las dudas, de la esperanza.
Alrededor de ellas, sus circunstancias. Adriana, irrefrenable y fresca como la propia naturaleza, seguirá el hilo conductor de sus instintos que también deberán seguir por voluntad natural Michelle, su amante y Marion su nueva amiga, a la que conquistará con su espíritu de aire y sus razones de fuego.
Junto a ellas el recuerdo cercano de sus familias típicas, por así definirlas. La una católica militante con un hijo, Francis, sacerdote, liberal, atrayente, controversial y delicado, el simbolismo de las represiones conceptuales de nuestro tiempo, de cierto tipo hipócrita de enfrentarse a la vida, de esconderse y no afrontarla. La otra de estirpe militar y la drasticidad de sus acciones, el ámbito de lo estricto, de las órdenes que no pueden incumplirse, de los destinos prefijados, de la seguridad y de la muerte, los actores de la muerte a escala mundial. Y la tercera desarrollada en un ámbito aristocrático, con sus taras, sus veleidades innecesarias, su teatro mundano, sus poses y sus ámbitos deformados, visitados por el dolor y también cómo no, por la muerte.
Pero, “hay miradas femeninas que tienen algo de la triste perfección de un soneto”. Y acaban por representarnos una esperanza, o quizá un consuelo, una nueva percepción sensual se aviene, no la perdamos de vista, sin prejuicios.
Puesto que el puritanismo, nos lo recuerda el autor, citando a Mencken es “el perturbador temor de que alguien, en algún lugar, pueda ser feliz”.
El autor también nos recuerda que sin la literatura, el reconocimiento del mundo y del legado común se hacen muy limitada y fragmentariamente, es verdad, “la lectura es el mayor acto integrador conocido por la mente humana”. Ahora, cuando él mismo advierte que “se ha declarado la dictadura invisible de los enanos”.
Toda esta trama está, asimismo, impregnada de un sólido bagaje de erudición casi borgiana, las obras nombradas en el texto son innumerables, los autores escogidos con pericia obsesiva y delicada: literatos, filósofos, pensadores, y obras de arte y artistas, se nos presentan como en un catálogo extenso y profundo. Un “Curso Délfico” como lo llamó Lezama Lima, que si lo seguimos con esmero puede llevarnos una vida el transitarlo. Obras pictóricas y musicales hacen parte de este entramado sugestivo y exquisito, digno de un festín para iniciados.
Pero más allá de los tres personajes principales, existen otros, que son logrados por el autor en forma contundente y ágil, es el caso de las dos vecinas de la casa en la playa donde transcurren la mayoría de los hechos que la novela describe. Twinka una niña con síndrome de down y su madre adoptiva la señora Mapplethorpe. Ambas representan la posibilidad de que las buenas acciones puedan convertirse en forma casi perversa en actos que conlleven represión y vejamen, incomprensión y castración, ahogo.
Deberemos de comprender la vida desde su sentido primigenio, como un ámbito de desarrollo de las cosas simples, los placeres cotidianos, las pequeñas alegrías de todos los días. No debemos, tampoco, perderlo de vista.
Existen en la novela, también, pequeños guiños a lo nuestro, el más perceptible es el que se refiere al poema “Nacer hombre” de la poeta boliviana Adela Zamudio, cuya versión traducida al inglés por el autor en forma precisa e impecable , es declamado por Adriana, dramáticamente, en un momento culminante de la poética de la obra.
Debo expresar pues mi regocijo y mi positivo asombro ante esta nueva obra de Eduardo Scott, puesto que al explorar en esos sentimientos, todavía no bien comprendidos en muchos ámbitos nuestros, desentraña una poética de lo cotidiano con insuperable sentido.
El efecto de las obras es a la larga, dice Bataille, reducir de nuevo la divinidad –y el deseo de la divinidad- al carácter profano de la cosa. “Mantener en el tiempo futuro y en el más allá de este mundo el retorno a la intimidad perdida”.
“Cuando la mujer cierra los ojos, tu mirada se desliza por sus párpados, buscando otros firmamentos”.
Fuente: Ecdótica